Carlos III hereda un Reino Unido con tensiones territoriales y menos influencia en el mundo

RETO. Carlos llega al trono con 73 años y con el peso del legado de su madre
Carlos llegó al trono con 73 años y con el peso del legado de su madre. A su lado, la reina Camila.(Archivo)

La muerte de Isabel II es considerada como el fin de siglo XX británico.

En abril de 1947, al celebrar su vigesimoprimer cumpleaños, la entonces princesa Isabel prometió desde Ciudad del Cabo (Sudáfrica), en una declaración retransmitida a medio mundo por la BBC, que dedicaría toda su vida “al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos”.

Cuatro meses después, su padre, Jorge VI, renunciaba solemnemente al título de Emperador de la India, y se disponía a encabezar un nuevo invento llamado la Commonwealth (Comunidad de Naciones), para preservar en lo posible los vínculos de un Imperio que se desmoronaba.

La muerte de Isabel II supone, en términos históricos, el punto final del siglo XX británico. Desaparece con ella el último vestigio de un pasado que ha seguido alimentando hasta hoy en el Reino Unido una nostalgia inocente, en el mejor de los casos, y un nacionalismo divisorio y aislante en el peor. Carlos III hereda un país fragmentado por tensiones territoriales, y con una influencia en el mundo notablemente reducida por culpa del Brexit.

Nuevo rumbo

La muerte de una monarca tan longeva deja atrás a una nación insegura sobre su lugar en el mundo”, ha escrito en New Statesman Phil Collins, un analista político brillante, autor en su día de algunos de los mejores discursos del ex primer ministro, Tony Blair.

El establishment británico se ha dado prisa en gritar God Save The King y asegurar un proceso de sucesión rápido y suave. El éxito del nuevo reinado sería la garantía, deseada con buena voluntad por muchos, de que las cosas no funcionan tan mal como algunos críticos se empeñan en señalar.

El problema para Carlos III es que su nueva condición de rey le obliga precisamente a hacer aquello con lo que su madre logró el respeto de todos los ciudadanos: nada. Isabel II era el punto fijo de un país al que la historia sometió a innumerables cambios.

Y fueron precisamente su neutralidad y su silencio los que llevaron a muchos británicos a creer que veían en ella las mejores cualidades de su país. Ya explicó Winston Churchill, el primer ministro con el que estrenó su reinado, que cuando se pierde una batalla el pueblo grita “Abajo el Gobierno”, y cuando se vence, “Viva la Reina”.