En las pintorescas colinas de la región de Loja, Ecuador, una tradición arraigada en la fe y la devoción católica se mantiene viva a lo largo de los años. Cada año, miles de fieles se reúnen para acompañar a la venerada Virgen del Cisne en un recorrido de 74 kilómetros desde el santuario hasta la ciudad de Loja. En este camino lleno de espiritualidad y sacrificio, un grupo de valientes custodios, conocidos como ‘gancheros’, desempeñan un papel fundamental al proteger celosamente la imagen y las pertenencias de la querida ‘Churonita’
En medio de climas cambiantes, ya sea frío o calor, los gancheros se aferran a su deber sagrado de resguardar a la Virgen y permitir que los devotos la carguen en momentos de intensa conexión espiritual. Si bien la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas brindan seguridad y protección a la procesión, es este grupo de 20 a 22 personas provenientes de la parroquia y sus alrededores quienes asumen la responsabilidad de custodiar. Su compromiso con la Virgen se ha traducido en un bienestar que trasciende lo físico y afecta positivamente a su familia.
Para estos custodios, la Virgen es fuente de inspiración y fortaleza no solo durante la caminata anual, sino también en su vida diaria. Aunque los efectos físicos son palpables después de cada tramo recorrido, como ampollas y dolores musculares, estos sacrificios se ven como un pequeño precio a pagar por el honor de proteger a la ‘Churonita’.
La herencia y continuidad de la labor se mantienen a través de generaciones, ya que en su mayoría los cupos son heredados, pasando de padres a hijos y hasta nietos. Sin embargo, también se abren oportunidades para nuevos integrantes a medida que cambia la dinámica generacional.
Mientras los años pasan y las historias se acumulan, los gancheros continuarán siendo los fieles guardianes de la Virgen del Cisne y sus tesoros.