Una reseña de los libros en mi vida

Por Christian Rodríguez.
Decisión compleja esta de escoger sobre qué libro ha sido importante en tu vida, ¿qué libro tiene la significación vital para ganarse la primacía sobre otros títulos y sobre otros autores?

Entre mi privilegio de escoger y contar sobre mi libro, también está la consideración sobre los lectores de esta note; está la búsqueda de equilibrio.

Hay dos libros, dos cuentos, que he escogido (sin mayor dubitación o dificultad). Los dos son del mismo autor; en los dos aparezco: soy parte de las historias (pero esto no es lo más importante).

Estos son El fantasmita de las gafas verdes y Memorias de Gris, el gato sin amo; su autor es Hernán Rodríguez Castelo (Quito, 1933-2017).

El Fantasmita de las gafas verdes se publicó por primera vez en 1978, en bella edición del Círculo de Lectores (pasta dura y formato grande), con ilustraciones del artista Jaime Villa (Baños, 1931). Memorias de Gris, apareció durante 17 entregas semanales en el suplemento infantil Caperucito, de diario Meridiano de Guayaquil, entre el 17 de agosto y el 15 de diciembre de 1983; en 1987 se realizó una edición por parte del autor. Memorias cuenta con ilustraciones preciosas del artista Gonzalo Endara Crow (Quito, 1936-1996).

Las dos historias están ambientadas en el Valle de los Chillos, muy cerca de Quito, en la parroquia Alangasí, al pie del cerro Ilaló. Hernán y su familia, se mudaron a vivir a Angamarca, tras la decisión de dejar la vida de la ciudad y dedicarse por entero al trabajo intelectual -y sobre todo a escribir-, en el año 1977. 

En el diario personal del autor (al que llamó Neuma y llevó hasta las vísperas de su fallecimiento), la primera página dentro de este nuevo periplo está fechada el 14 de junio de 1977, en esta se muestra el plan y sentido de la historia del Fantasmita: 

El fantasmita de las gafas verdes.

La historia de una gran soledad –fantasmal-.

El hombre es un ser que está irremediablemente solo y que tiene que morir: eso es lo que ese solitario impertinente, que es el fantasmita, descubre sobre el hombre.

Los grandes jalones de su descubrimiento son los núcleos narrativos fundamentales del libro.

Sobre todo el viejo pensador que escribe el “Fantasmita”.

Y la amiguita del pequeño fantasma que muere.

¿Historia amarga? Puede ser.

¿Desesperanzada? No a ella alienta una enorme esperanza que se (…) y termina por brillar como un alba nueva.

Y el misterio. Dicho con significantes mágicos.

Pero todo ello como juego infantil y cuento de aparecidos.

Esto es la Historia del fantasmita, que nos narra las aventuras de un pequeño fantasma curioso, sobre todo de las cosas del hombre y que lo lleva, al final, a su dejar de ser fantasma para convertirse en niño. Una nota, el “viejo pensador” se identificará con el autor.

En el caso de Memoria de Gris, en el diario encontramos otra entrada, que además nos da cuenta de otro hecho importante en estas historias, y es el que Hernán leía sus manuscritos a sus tres hijos: Sigrid, Selma y Christian; recibiendo de manera especialmente interesada las reacciones que les producían sus historias. Estas páginas del diario están fechadas el 15 de marzo de 1981, y dicen:

Comienzo a leer “Gris”

Comienzo a leer esta noche “Memorias de Gris el gato sin amo” a los tres. Como siempre, ya acostados en sus camas.

Confieso que tengo un poco de temor: es la primera gran prueba para ese texto, el que va a seguir al “Fantasmita” entre mis obras para niños. El último libro que les leí fue “Nuevas aventuras de Marsuf” de Tomás Salvador.

“El libro comienza triste” –me dijo después Selma.

Cuando, terminada la lectura, fui a acostarme en la cama de Christian, me dijo: “Tontoburro me parece un libro aburrido”. “¿Y “Gris” le pregunté?”. “No. Está interesante”

Será la primera reacción de niños frente a un libro para niños que tiene como su peripecia central guerrilla y revolución.

Estas primeras notas sobre la lectura de “Gris” tienen una nueva entrada dos días después, el 17 de marzo de 1981:

La cosa marcha.

Anoche les leí dos capítulos de “Gris” y reclamaban tres. Hoy les leía tres, y se quejaron de que eran muy cortos. “Gris” ha alcanzado el nivel de interés y emoción de las mejores lecturas que hemos hecho.

Ahora vamos a ver el juicio del lector adulto exigente, casi adusto. Mañana visitaré a Eduardo Kingman, que tiene el original desde hace algunos días.

 

Aunque he buscado en entradas posteriores no he encontrado una que recoja cual fue el comentario de E. Kingman sobre “Gris”. (Aprovecho para notar que Neuma no era un diario que se escribía día a día, sino que recoge pensamientos, vivencias, procesos creativos que Hernán los quería registrar y salvar de la memoria, de su fragilidad).

De estas historias, que nacieron a mi alrededor, que narran hechos cotidianos y que incluyen a personajes que veíamos a diario en esa comarca de Angamarca, aprendí sobre el dolor –no el físico–, el sentido de la muerte y la lucha por la libertad. Me sembraron la esperanza en el cambio social como posibilidad de reconciliación entre los seres humanos, con los animales, con la naturaleza y con las formas del cosmos con las que convivimos.

En el Fantasmita de las gafas verdes, la vida y la muerte se conectan por el amor, por el acto y sacrificio de amar; por la inocencia de lo ritual. 

En Memorias de Gris, la vida y la muerte se conectan por la lucha por hacer que sean dignas cualquiera de las dos; sin dignidad ni vida ni muerte son merecidas.

Historias mágicas, crudas a ratos; con humor y rescate de tradiciones y valores de los habitantes de ese valle, de esa zona del país. Un canto al mestizo americano, un llamado a reconocer nuestras raíces y a trabajar colectivamente como forma de realización. 

En el Fantasmita, se da un trabajo de recuperación lingüística del habla de la zona, así por ejemplo en su tercer capítulo: “Primera lista de palabras humanas que aprendió el fantasmita de las gafas verdes”; encontramos líneas muy sabrosas, como: Vea, guagüito, comídase y de trayendo el pan… Dioslopay… ¡Guambra vandido! Ve pes que desgraciado…

Quiero transcribir como termina cada uno de estos bellos cuentos, como un incentivo para llegar a ellos, como un final abierto y un homenaje a su autor.

Final del Fantasmita de las gafas verdes:

¿Se puede estar triste y alegre a la vez?

¿Se puede estar muy triste y muy alegre a la vez?

Bueno, pues a veces sí…

Como aquel niño de gafas verdes, todo vestido de blanco y con un extraño aire de fantasma, que, al borde del camino que corre de Angamarca a Alangasí, fijos los ojos en el sol, lloraba y reía al mismo tiempo.

 

Final de Memorias de Gris, el gato sin amo:

La María me dijo que habían venido acá, a buscar a Gris.

Sí, creo que ha venido a morir acá.

¿Ya murió?

No, pero creo que le falta poco.

Y esta fue la última y mayor felicidad de mi vida de gato sin amo, morir junto a mi amo que me acariciaba la espalda.

 

Hernán Rodríguez escribió varios libros para niños y jóvenes, hasta dejar uno inédito al momento de su fallecimiento; a partir del año 1977 todos se ambientan al pie del Ilaló y son un homenaje a las gentes (como las solía llamar) de esta zona tan cercana al Inga y a los primeros habitantes de esta región del país. Y eso también me han dejado estos dos libros.