Sigue cabalgando don Quijote. Te lo pido, por favor

Fausto Jaramillo Y.

La imagen

Seguramente muy pocos habrán leído las páginas del libro de Miguel de Cervantes y Saavedra titulado: El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y su segunda parte titulado: El Ingenioso caballero don Quijote de la Mancha; pero estoy seguro de que todos tenemos grabada en la mente la figura de este personaje y la de su acompañante, Sancho Panza. 

Con el paso de los siglos Don Quijote de la Mancha, la inmortal novela se ha reducido a una imagen: la de un hidalgo cincuentón, embutido en una armadura anacrónica cabalgando en su esquelético caballo Rocinante, acompañado por un campesino gordinflón montado en un asno que hace las veces de escudero, recorriendo las llanuras de la Mancha, en busca de aventuras. 

Su locura

En alguna ocasión le pregunté a mi nieta si quisiera leer este libro, y ella me contestó que no lo haría. Le pregunté el por qué de su negativa, a lo que me contestó: “es que ese man, está loco”

Y supongo que es verdad ya que el propio autor lo describe como un personaje que “ha perdido los sesos”; debe ser por eso, que muchos siquiatras y sicólogos, amantes de la sicología, de los estados mentales, han estudiado a don Quijote, arribando a diversos resultados, “Trastorno de identidad disociativo” o simplemente “Trastorno de personalidad múltiple” son los diagnósticos más comunes, es decir, que una persona, en un momento dado prefiere fuera de su realidad y adquirir otra personalidad más acorde con sus anhelos o sueños; pero, dichos diagnósticos no logran definir con precisión su “afán de aventuras, de deshacer entuertos y buscar una justicia para todos”; aunque también es cierto que charlatanes sedientos de fama pretenden convencernos de que han logrado esclarecer la naturaleza de la locura que mueve al Quijote.

Por eso me encantó la versión que desde la literatura nos brindó Mario Vargas Llosa, en un artículo titulado: “Una novela para el siglo XXI” publicado septiembre del 2004, en Madrid, en la que dice; “vive en un mundo alejado de la realidad circundante. Una locura que más que un diagnóstico clínico es  la respuesta genuina, fantasiosa, cargada de ilusiones y anhelos y, sobre todo, de rechazo, a un mundo muy real en el que ocurría exactamente lo opuesto a ese quehacer ceremonioso y elegante, a esa representación en la que siempre triunfaba la justicia, y el delito y el mal merecían castigo  y sanciones, en el que vivían sumados en la zozobra y la desesperación, quienes leían (o escuchaban leer en las tabernas y en las plazas) ávidamente  las novelas de caballería”.

Es entonces una “locura” que, aunque sea personal, es al mismo tiempo una locura social, de rechazo a un mundo real de injusticia, de delitos, de desesperación; una locura en busca de un mundo en donde la justicia y la solidaridad sea la norma y no un ideal, una locura que remite a Alonso Quijano al pasado, y no al futuro, algo similar al que vivimos ahora mismo en nuestro país.

La locura de los héroes

Esa locura que da paso a los héroes, a aquellos que, luchan por un ideal social, tal como son los héroes de nuestros días; Supermán, Aquaman, Spiderman, o cualquiera de los personajes del mundo Marvel; pero a diferencia de estos, don Quijote, no posee ningún superpoder, no viene de otro mundo, no ha sido picado por ninguna araña, no tiene un llamativo traje que le proteja de los dardos de sus enemigos; no, don Quijote se muestra tal como es, un viejo casi decrépito, flaco y desgarbado, vestido con un destartalado traje de metal y así sale en busca de las aventura en contra de los enemigos de la verdad y la justicia.

En su humanidad herida, don Quijote desborda romanticismo, incluso cuando se enamora de una mujer. Ella la Dulcinea del Toboso, es la encarnación de su ideal, la que su imaginación crea para servir y amar. Ella no es la hermosa compañera que sirve para caminar sobre la alfombra roja, sino la cortesana, la tabernera convertida en la mujer que merece el amor de un caballero andante.      

Lo anima un designio enloquecido; resucitar el tiempo de los caballeros andantes que recorrían el mundo socorriendo a los débiles, desfaciendo entuertos y haciendo reinar una justicia para los seres del común. Este ideal imposible de alcanzar porque todo en la realidad en la que vive el Quijote ha volatilizado aquellos códigos del honor individual y de las proezas de los héroes que forjaron las siluetas míticas de un Amadís de Gaula, de un Tirante el Blanco y de un Tristán de Leonís en los libros de caballería.

 

¿Los valores pertenecen al pasado o a todas las épocas?

¿Significa esto que Don Quijote de la Mancha es un libro que mira el pasado, que la locura de Alonso Quijano nace de la desesperada nostalgia de un mundo que se fue, de un rechazo visceral de la modernidad y el progreso? No, definitivamente no

Así el sueño que convierte a Alonso Quijano en don Quijote de la Mancha no consiste en reactualizar el pasado, sino en algo, todavía más ambicioso: realizar el mito, transformar la ficción en historia viva.

Don Quijote de la Mancha es una novela sobre la ficción en la que la vida imaginaria está por todas partes, en las peripecias y hasta en el aire que respiran los personajes.

“Al mismo tiempo que una novela sobre la ficción, el Quijote es un canto a la libertad. “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y se debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio – incluyendo el de la mente cerrada y el de la ceguera del corazón-  es el mayor mal que puede venir a los hombres”. Mario Vargas Llosa “Una novela para el siglo XXI” (II, 58, págs..984-985)

Don Quijote de la Mancha, ilustración

La libertad que impulsa a don Quijote

Lo idea sobre la libertad que anida en el corazón de don Quijote es una desconfianza profunda de la autoridad, de los desafueros que puede cometer el que tiene el poder, todo poder.

“! ¡Venturoso es aquel a quien el cielo le dio un pedazo de pan sin que le quede la obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!”  



Don Quijote no tiene el menor reparo en enfrentarse a la autoridad y en desafiar las leyes cuando estas chocan con su propia concepción de la justicia y de la libertad “no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres”.

Por eso don Quijote es inmortal y cuatro cinco siglos después de su venida al mundo quisiera que siga cabalgando sin tregua ni desánimo por el mundo, incluyendo, claro está, por los caminos de mi país. 

En la historia literaria, ellos -Don Quijote y Sancho Panza- son dos figuras inconfundibles: la una alargada y aérea y la otra chaparra y gorda como un chanchito, dos ambiciones, dos imágenes que se complementan para refundar el mundo, pero esta vez, sin pecados ni ambiciones, sin más afán que el imperio de una justicia para todos y, sobre todo, para el más débil y desvalido.