Relato: Juveniles reductores de cabezas

Autor: Manuel J. Castro | RS 61

En la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central, corría el año lectivo 1959-1960, en el que iniciábamos nuestros estudios de Derecho, cuya mayor actividad más que la académica era política, especialmente disputas de “chinos” y “cabezones”, facciones de ideología comunista que disputaban la Universidad y la verdad de sus casi religiones.

Eran del curso dos jóvenes brillantes: Pedro Saad junior y Alfredo Castillo, marxistas convencidos, aunque todavía no habían leído “El Capital” de Marx. Igualmente aspiraba a abogado Ulises Estrella, bachiller del Colegio La Salle de los Hermanos Cristianos, ya cercano a la poesía, quien en contiendas semi ideológicas fue calificado como “jefe de la Bancada derechista” por no coincidir con los susodichos capos del marxismo. Integrábamos, aunque tímidamente esta posición: Marcelo Hervas (futuro embajador), Teodoro Gallegos, quien dominaba el quichua, el apodado “Obispo” Víctor Hugo Jaramillo y Luis Heredia Yerovi, estos dos últimos afiliados al Partido Conservador.

La influencia en el mundo, sobre todo en los jóvenes, de la revolución cubana de Fidel (1959) era innegable, aunque todavía no se proclamaba marxista leninista, por la carga de idealismo y cambio que encarnaba. Ulises y los compañeros marxistas dejaron la Facultad de Jurisprudencia, simplemente porque no les cuadraba el estudiar Derecho pues ello llevaba a perennizar un sistema político social que rechazaban. Entonces aparece “oportunamente” René Alis, cubano suscitador de la revolución cultural, que asesora para la formación de un grupo de jóvenes intelectuales que buscaban romper con el provincianismo del medio a través de un movimiento revolucionario literario como respuesta a una degradación de la literatura ecuatoriana, lejos de las viejas estructuras, ajeno a la religión, informales y anti burgueses (lo último estaba de moda).

Surge con acierto la denominación del grupo como LOS TZÁNTZICOS, cuya finalidad era sino reducir físicamente la cabeza de los intelectuales de la época, deteriorar sus imágenes y emprender la creación de nuevos poetas, ensayistas, dramaturgos, no encasillados en viejas y solemnes verdades de la creación literaria. Edita su revista “Pukuna” (título quichua tomado de arma de cacería y guerra originada en las Américas). Las cabezas a las que se apuntaban eran de todos los que habían escrito desde un gran poema hasta un rancio verso.



En especial las de Gonzalo Zaldumbide, Carrera Andrade, Dávila Andrade. Los Tántzicos no respetarían cráneo ni vivo ni fósil. Lo integraban al inicio su líder, Ulises Estrella, Fernando Tinajero, Luis Corral, Marco Muñoz (quien ya ejercía de poeta), Alfonso Murriagui, Teodoro Murillo y los aún estudiantes de secundaria Simón Corral y Antonio Ordóñez. Posteriormente conozco que integró Agustín Cueva. La pasión literaria revolucionaria hervía y se presentaba recitales poéticos, provocativos, participativos e improvisados. Con velas en la noche, sentados en el piso algunos, y nada de corbatas, precedidos de manifiestos llenos de indignación para desmitificar la vida literaria del Ecuador de esa época.

El entusiasmo del grupo duró hasta el año 1965 y algo más, en el que recuerdo fui apartado. Se redujo a tomar “tintos” en el Café 77”, que aún recuerdan con nostalgia los sobrevivientes de aquellos entonces jóvenes, que ya leían valiosas obras literarias, olvidando su inicial rechazo a Shakespeare, Bernard Shaw, Ibsen, entre otros, postrándose eso sí ante Jean Paul Sartre. Todo joven, es cierto, intenta comenzar el mundo en cero. Prepararon “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett, (Godot representa simbólicamente a Dios que nunca aparece ante la espera sin objetivo claro de las masas por un ser que jamás aparecerá), que terminó en los ensayos, pudoroso avance teatral.

Los inspiradores de los Tzánzicos fueron: el escritor, periodista prosista y dramaturgo colombiano Gonzalo Arango (1931-1976), quien en 1958 fundó el nadaísmo: “No dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio”, movimiento artístico de vanguardia, de repercusión nacional y continental. Fue sobre todo en los años 60 una irreverente propuesta literaria contra el ambiente cultural establecido, la iglesia y la tradición colombiana. El otro inspirador fue el estadounidense Allen Ginsberg (1926-1997), poeta destacado de la generación “beat”, que se opuso enérgicamente al militarismo, materialismo económico y a la represión sexual. Pasados los años Pedro Saad junior fue designado embajador del Ecuador en Rusia y Alfredo Castillo se tornó en asesor de Abdalá Bucaram y formó luego binomio como candidato a vicepresidente con Álvaro Noboa, seguramente olvidando sus pecados -o aciertos- de juventud. De los Tzántzicos Ulises Estrella (1939-2014) destacó como poeta y como fundador de la Cinemateca de la Casa de la Cultura y suscitador del cine en esa dependencia durante 30 años. Fernando Tinajero (1939) llegó a ser notable filósofo, ensayista, novelista y catedrático. En 2015 recibió el Premio Nacional Eugenio Espejo por parte del presidente de la República en honor a sus logros en el ámbito literario. Agustín Cueva (1937-1992), ensayista y prestigioso sociólogo, es autor de “Entre la ira y la esperanza” y otros ensayos de crítica latinoamericana.

Lo curioso, propio de los ecuatorianos, es que mientras entre maldiciones y severas críticas tzántzicas, García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Donoso, escribían exitosas novelas y Borges y Rulfo estaban cerca de ser conocidos universalmente. De todas formas y es interesante señalar que los Tzántzicos” algo se adelantaron al conocido Mayo francés de 1968, cadena de protestas estudiantiles, contrarias a la sociedad de consumo, el capitalismo y el autoritarismo, y que en general desautorizaban las organizaciones políticas, literarias, sociales de la época, a la propia universidad. Se afirmaba que cuando Paris estornuda, toda Europa se resfría. Nuestros Tzántzicos fueron adelantados quiteños, aunque sólo una leve tosecita.