Oda a la Fanesca

Autor: Ex Presidente – Rosalía Arteaga Serrano | RS 60

La gastronomía de mi país es extraordinariamente rica. Uno de sus platos simbólicos que se consume de preferencia en la Semana Santa, es la fanesca. Por ello quise escribir esta “Oda a la fanesca”, como un homenaje a la diversidad de los productos, así como a la calidad de su gente.
Oda a la fanesca puede ser considerado como una especie de poema receta.



Una mezcla imponente, fragante, contundente,
conjunción de elementos diversos, exquisitos,
un refrito de especias, combinaciones sabias,
unos zambos rollizos cortados en pedazos,
zapallos muy rosados o amarillos y firmes.

Y aquí vienen los granos con su carga de aromas:
Cocinarlos se pide en ollas separadas,
los porotos, los rojos, los blancos, los pintones,
las arvejas muy verdes, lentejas diminutas,
las habas van desnudas con sus tonos variados.

Si se tienen pallares, la suerte se conquista.
Los choclos son tan tiernos, con su carga dentada,
infaltable ingrediente de este plato especial.
Hay quienes le colocan unos granos de arroz,
sin distingos se pueden colar en esa olla.

Al tostar el maní fragante en su humildad,
se avientan aún los restos de cáscaras morenas,
se licúa con leche y tenemos la pasta
densa, deliciosa, infaltable en el guiso,
mantequilla que espesa la mezcla en su conjunto.

Las pepas de los zambos se tuestan por igual,
son verdes, muy crujientes y aportan su sabor,
transformadas en líquido que en chorro se estremece,
para regar sus jugos de requiebros y amores,
que vienen de las pampas y de los matorrales.

No es buena una fanesca si no contiene a mares
generosa porción de leche fresca y blanca
que se conjuga bien con la crema que suma
calorías, sabores que resaltan mixturas,
que aportan los deleites ganados en el fuego.

Los secretos se integran al tiempo de las mezclas,
no se pueden poner los granos en conjunto
se añaden de uno en uno, dependen del hervor.
El humo de la olla arranca los suspiros,
los comensales llegan y esperan por su turno.

La olla o la marmita son enormes y ríen,
desbordan crepitantes mientras se mece y mece
con la cuchara mama, la de madera noble,
que ayuda con su ritmo que gana los redobles
y luego servirá porciones generosas.

El talante del plato depende de los gustos
menudas empanadas rellenas de mejido,
los plátanos maduros se fríen a sazón,
el queso se recorta en delgadas tiritas,
las bolas de la masa se sueltan en la grasa.

Pedazos de pimiento, del estallante rojo,
despiden los olores y brillan en el plato,
los huevos se han cocido y quedan firmes ya
luego de ser pelados, se cortan en rodajas,
se colocan en pares tan blancos y amarillos.

La corona es el pez, el bacalao seco,
deleita paladares en sofrito oloroso,
puede también colarse una buena corvina,
tilapia, corvinilla, lenguado, pargo rojo,
en porción generosa que da sabor y olor.

No se puede comer un plato solitario,
el repetir es regla que rige en toda mesa.
La fanesca es el guiso de Ecuador y su gente,
hay variantes y muchas en todas las regiones,
hasta le ponen chochos, garbanzos y mellocos.

Yo prefiero la mía, la de la casa vieja,
aquella de la abuela memoria tan querida
de recuerdos amados, de consejas, de cuentos,
de historias recontadas al borde del fogón,
el de la leña seca, el del hierro que quema.

Si quiere un postre bueno, recomiendo los higos,
los de miel o panela, con el queso de hoja
o el quesillo muy fresco, rezumando su suero.
Puede ser también un dulce favorito
el del arroz con leche y porción de canela.

Recomiendo después una siesta de horas,
conversar en la paz del hogar y los nuestros,
recordando las risas y las cosas de antaño,
intercambiar recetas de fanescas y dulces
ponderar cada uno la suya, la perfecta.