Nostalgia en la entrepierna

Daniel Márquez Soares

Las corrientes de pensamiento de moda suelen llegar a Ecuador tarde, pervertidas y reforzadas; como el lixiviado de la basura, que tarda en drenarse y condensa sus peores elementos. Ahora estamos abrazando la peligrosísima moda intelectual que viene sacudiendo el mundo desde hace un par de años: la nostalgia de la virilidad. Se la ve en todo lado: en Jaime Vargas, en el resurgir de Nebot, en el delirio de Correa o en los debates de Alfonso Harb. Son nuestros Putin, nuestros Trump o nuestros Jordan Peterson; hombres que prometen esa vitalidad hambrienta de gloria que va de la amígdala a la entrepierna, incendiando el corazón.

Semejante idea ya resulta peligrosa en esas regiones donde el capitalismo ha mostrado su peor faceta; legiones de hombres víctimas de la soledad, el estigma del fracaso económico y la desintegración familiar, condenados a buscar consuelo en el alcohol, la comida chatarra, los opioides y los psiquiatras, han abrazado la causa de la resurrección de la testosterona. Sin embargo, esa forma de pensar en América Latina, con su cultura en la que la violencia, el orgullo, la codicia y el hambre de gloria se han entremezclado desde hace cinco siglos, es una garantía de catástrofe.

La sociedad actual es una sofisticada y eficiente máquina de emasculación encargada de, desde temprana edad, convertir a cachorros de león en abnegadas hormigas. Pero eso no se debe a una conspiración marxista-feminista ni a un complot para la degradación racial, sino al hecho de que ninguna sociedad puede sobrevivir con 3.500 millones de machos alfa matándose. Esa castración sistemática, a la que solemos llamar “civilización”, ha resultado muy beneficiosa, pero ha empezado a generar descontentos desde hace unos 200 años, justo cuando el mundo empezó a volverse un lugar menos horroroso.

Las sociedades del lejano pasado que tantos juzgan glorioso también castraban, pero de maneras mucho más brutales: alcoholismo generalizado, violaciones masivas, cuchillo hacedor de eunucos, cárceles inhumanas, guerras inmundas. No hay nada que extrañar. En nombre de la paz, es mejor reconocer que hoy la virilidad es algo tan vistoso, como inútil; no somos tigres con dotes asesinas, sino pavos reales con colas que no sirven para nada. No hay derecha que vaya a poder cambiar eso.

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