“Mujeres y mujeriegos”

Dra. Rosita Chacón Castro

Los retos que han debido enfrentar las mujeres dentro de la narrativa histórica nacional, especialmente cuando decidieron dar salto de la vida privada a la vida pública, han sido exigentes, junto a una serie de renuncias personales y el permanente aprendizaje de convivir con el natural recelo y prejuicio que ha generado su presencia en espacios tradicionalmente masculinos.

Narrativa que demanda de rigurosidad histórica, poniendo los hechos y sus actores, en el justo medio de la Historia, revestida de una “vestimenta bibliográfica” y “profundo respeto al pasado”, sin pretender desmerecer u opacar las virtudes de “mujeres y mujeriegos”, en función del tiempo que les tocó vivir, resaltando que los “intercambios corporales” disimulados y secretos, por las razones que fueren, siempre han existido y existirán, porque son propios del comportamiento humano.

Según el doctor Fernando Jurado Noboa, acreditado genealogista, parafraseando lo señalado en su obra “Las Coyas y Pallas del Tahuantinsuyo, su descendencia en el Ecuador hasta 1900”, fueron las mujeres indígenas, quienes legitimaron el mestizaje, siendo sus descendientes, la actual élite de la población de algunos países sudamericanos, como son: “Inés Huayllas, hija legítima de Huayna Capac, fue obsequiada a Pizarro por Atahualpa, fue amante de Pizarro y tuvo dos hijos con él, luego se casó con el paje Francisco de Ampuero. Beatriz Coya, también hija de Huayna Capac, fue primero manceba (sinónimo de amante) de Mancio Sierra y después se casó con el hidalgo Bustinza y más tarde se casó con el conquistador Hernández, los descendientes de estas dos hermanas pertenecen a la clase alta de Ecuador, Perú y Chile. Bárbola Díaz, sobrina de Huáscar, se casó con Díaz de Castro, un hidalgo andaluz, sus descendientes pertenecen a la clase media alta de Chile Argentina y Ecuador. Francisca Coya, unida con Sandoval, sus hijos pertenecieron unos a la clase alta de Nueva Granada (Cali, Buga y Anserma) y otros a la clase alta y media del actual Ecuador. Ana Palla, nieta de Tupac Yupanqui, fue amante de Salazar un hidalgo toledano, casado con Leonor de Valenzuela (en Lima). Sus hijos, pertenecieron a la clase media”. El doctor Jurado, “registra un yerno de nombre Alonso de Aguilar modesto albañil de Quito. Otra Francisca Coya, sobrina de Huayna Capac, amante del conquistador Collantes, su descendencia se ubicó en la clase media que luego dio origen a la clase alta de Antioquia”.

Los pueblos y comunidades en los inicios de la Colonia, eran de una diversidad étnica, descendientes de mujer indígena y español, eran los “mestizos”, (incluidos los primeros sacerdotes mestizos, que forjaron la rápida aceptación del cristianismo y “renuncia a la poligamia”). Una forma de mestizaje inaceptable y de actos punibles imperdonables, cuando eran “a la fuerza”, debido a que la mayoría de los primeros conquistadores la conformaban solo hombres españoles, ocasionando que “muchas mujeres indígenas fueran violadas pasando a ser madres de hijos mestizos, avergonzados de ellas, por su condición de dominadas y con una predisposición de sobrevalorar a sus padres españoles vistos como poderosos”.

Como lo ha citado el historiador doctor Francisco Morales Padrón en su libro “Fisonomía de la Conquista Indiana” (1955) “el doctor Charles B. Moore […] En 1509, llegaron otras con la doña María de Toledo, en su mayoría hijasdalgos. Aunque algunos españoles ya se habían casado con indias, las españolas se casaron pronto ya que faltaban castellanas. Se animaban estos matrimonios, porque se prohibían mujeres solteras dentro de las huestes, porque eran causa de alboroto y muertes, como ya se ha visto muchas veces. Igualmente en las Instrucciones se especificó la ausencia de amancebamiento y del escándalo público. Pero se dieron excepciones. Mujeres las hubo siempre, si no españolas, indias. Y figuraron como eso: como simple sexo contrario, como sirvientas, como aliada-intérpretes, como amantes, como esposas, como soldados […] y como todas estas cosas de una vez”. En cambio, muchas veces por su simple mayoría, la mujer indígena asumió, o por fuerza o por su propia voluntad, los puestos más importantes al lado de los españoles. Como Morales Padrón ha comentado, “[d]ado que la blanca estuvo en minoría, correspondió a la india actuar con más frecuencia e importancia ya como traductoras, sirvientas, soldadas, concubinas […]”. El historiador español agrega “[…] queda patente que la representación blanca femenina fue escasa y, generalmente, eran esposas de conquistadores. La india suplió la falta de éstas y actuó como elemento positivo en todas las tareas desde Méjico al Paraguay”. Continúa Morales Padrón “Fue en este país donde la hibridación alcanzó el máximo potencial ocasionando no sólo el escándalo, sino una generación mestiza que recibió el calificativo de “mancebos de la tierra” […] Casi todos los conquistadores tuvieron hijos naturales mediante amancebamiento con las indias […] fueron padres de hijos mestizos”.

NUESTROS LIBERTADORES

Siguiendo al escritor colombiano Eduardo Lozano Torres que revela en su libro «Las batallas amorosas del Libertador: Bolívar, mujeriego empedernido», lo que ningún escritor de forma amplia y abierta, lo había tratado en los capítulos afectivos con “damiselas que presumen de damas” de su incontrolable vida amorosa, aún desconocida para muchos pero manipuladas por otros, especialmente las cartas y correspondencia (archivos perdidos de manera inexplicable), que evidenciaban sus amores, que además se entrelazan inevitablemente con la carrera militar y que a decir del general José Antonio Páez, amigo y compañero de batallas, él era “sumamente adicto a las damas”, lo que tuvo que sobrellevar en tiempos de campañas militares agotadoras.

Mirar al Libertador como persona con rasgos terrenales y una vida paralela, la de mujeriego, que no empieza ni termina cuando se casa por una única vez con la madrileña María Teresa del Toro y Alayza (1802). Viajan a Venezuela donde contrae la fiebre amarilla y en enero de 1803, muere en Caracas. El siguió con su vida hasta los 47 años, según el citado autor, se le conocieron 35 mujeres, aunque los indicios apuntan a que fueron muchas más. Entre romances fugaces e historias de alcoba producto de sus conquistas amorosas en distintos países y circunstancias y de su paso por los Andes, citaré algunas de ellas, que además complementa el escritor chileno Fernando Lizama-Murphy (2016) en una crónica más indulgente “Simón Bolívar, el libertador libertino”, son las damas: la Güera Rodríguez, María Ignacia Rodríguez Velasco, Fanny Dervieux, Teresa Lesnais, Anita Lenoit, Josefina Machado Madriz “Pepita”, Isabel Soublette (prima), Ana Rosa Mantilla, Nicolasa Ibáñez, Paulina García, Manuela Sáenz de Thorne, Joaquina Garaicoa Llaguno, Lucía León, Juana Pastano Salcedo, Isabel Soublette, Manolita Madroño y Juaquina Garaycoa.

El Libertador cuando viajó por Europa tuvo algunos romances en Italia, además se relacionaba con ciertos círculos intelectuales. Por esa época, se enteró de que su inspirador el general Napoleón Bonaparte había iniciado la invasión napoleónica a España, es entonces que decide regresar a su país. Y, es justamente en la Época Napoleónica, según refiere el historiador Enrique F. Sicilia Cardona (2016) sobre la “vida de un soldado napoleónico (…) cuando los soldados franceses marchaban y conquistaban por Europa sus deseos amorosos fueron satisfechos en algún momento por sus esposas, pero (…) estaban los llamados amores de guarnición, casi siempre, cortos encuentros con damas de la ciudad en la cual se encontraban sirviendo. Los amores de conquista facilitados por la fama obtenida y realizados tras una campaña victoriosa; los amores por necesidad realizados por féminas que ofrecían su cuerpo para simplemente poder comer ese día. Y, por supuesto, estaban las prostitutas nacionales, que seguían a las tropas en sus marchas, o aquellas extranjeras que esperaban la llegada de esos grandes contingentes en las ciudades más importantes. A este conjunto había que sumar alguna mujer soldado y las cantineras, vivanderas y lavanderas organizadas”, en flagrante ruptura de los convencionalismos de la época.

LAS QUITEÑAS

Para el historiador doctor Fernando Jurado Noboa, en su obra “Las quiteñas” (1995), dibuja de cuerpo entero, las vivencias extramaritales y de todo tipo, en particular las de los años 1781 a 1795 relacionado con “El fin de la Colonia”, señalando casos de interés donde prima la “picardía femenina, el concubinato y el adulterio”, los dos últimos considerados los delitos más frecuentes de todas las clases sociales. Incluso, tomando al azar, relata el caso de don José Mena Chiriboga, cura de las órdenes menores que no usaba sotana y pertenecía a la clase alta, cuestionado por convivir públicamente con doña Manuela Martínez y, con un historial de mujeriego que incluía a una hija expósita, sumado al de jugador, malviviente e injuriador. La historia termina con la orden del juez de que los dos citados vayan presos y se embarguen sus modestas pertenencias. 

Destaco algunos hechos sorprendentes, posicionados en el imaginario colectivo y popular de la época, hechos detallados por el doctor Jurado en el ya citado libro en el Acápite XVII “Chullas, chullitas y chullonas”, que utiliza el término “la chullita” que deviene de la palabra “bolsicona”, en alusión a ciertas mujeres candorosas obsesionadas por el matrimonio, con alguien de buena posición para escalar socialmente. Pero, las cosas cambiaron y ciertas damas tenían un comportamiento alejado de las buenas costumbres, reñidos con la moral y una vida de liviandad, lo que propició que el término original, se distorsionara y pasó a ser reemplazado por el término “la chulla” casi con desprecio, producto de sus “malos pasos” y vida mundana. Esto, dio origen a tres clases bien diferenciadas en la sociedad femenina: matronas, chullas e indias; y, las prostitutas dedicadas al comercio carnal o favores sexuales pagados con dinero.

Pero, a decir de su autor, este término fue aún más desprestigiado, desaparece “la chullita” de los años 1920 virtuosa y candorosa, por la siguiente categorización:

  • Chullona, mujer de relativa extracción social superior, que tiene normas morales muy liberales.
  • Medio chullona: mujer de quien se tenía cierta duda de sí era solo coqueta o si también tenía una vida sexual libre.
  • Chullísima: mujer que cambiaba de pareja con frecuencia.
  • Chullero: hombre aficionado a las mujeres de extracción media baja o popular.

Para los años 50, aparecen nuevos comportamientos sexuales, particularmente de los solteros o casados superficiales, que tiempo atrás habían sido “las humildes empleadas domésticas o las prostitutas” las encargadas de satisfacer sus pasiones y, que hasta hoy la tendencia prostitucional es una situación irresoluta y motivo de explotación.

Para los años 60 aparecen “las chullas” descritas en líneas anteriores y, para los años 70 estos términos habían desaparecido, porque surgen contrapesos que sobrepasaron los puritanismos y códigos morales de la época, como: la revolución sexual, los movimientos femeninos liberales y los métodos anticonceptivos, que ya no es necesario recurrir a estas malas prácticas de antaño, de intercambios corporales en ocasiones por placer, dinero o porque fueron obligadas como “damas de consuelo”.

Cerrar este episodio con las mujeres de “vida airada” o de “mala vida”, como se les decía entonces, que eran aquellas que ejercían su oficio, cobrando; pero, paralelamente surge un grupo de mujeres conocidas como las “vampiresas” o también como “cortesanas” que no cobraban, pero que tenían una vida elegante y distinguida de libertinaje y devaneos temporales. Recoger la historia de una vampiresa, doña Rosa Proaño alias “la motilón”, que se casó con el coronel León Valles Franco, uno de los líderes del liberalismo, quien al parecer no conocía de los antecedentes de su esposa y al poco tiempo litigó la nulidad matrimonial. Lastimosamente el incendio del archivo del Palacio Arzobispal de Quito, destruyó el expediente presentado en la Curia.

En contrapartida, el “chulla quiteño” (Luis Alfonso Romero y Flores) que nace en la época post-garciana, como una reacción a las clases sociales, mostrando una “pobreza elegante” y “mujeriego por excelencia”, que niega su origen mestizo, porque se aferra a la herencia racial blanca del padre y rechaza la de su madre, al considerar que su apellido español es lo único valioso y su legado indígena lo avergüenza y humilla, así como reniega de su situación social y económica.

En el libro “El Chulla Romero y Flores” del novelista-escritor Jorge Icaza Coronel (2007) define el término “chulla” como “Solo. Impar. Hombre o mujer de clase media que trata de superarse por las apariencias”, que se gana la vida con engaños y pillerías y que los méritos no interesan, que la justicia es solo para los aristócratas, curas, militares y gamonales, que no admiten que los “chullas” escalen, sin darles tregua.

Al ser miembro de una clase media baja, en ocasiones se autoexcluía por su propios temores e inseguridades, siempre aparentando y simulando para ser aceptado por la élite. Inicialmente su vida transcurre entre cantinas, prostíbulos y tugurios, y en otras ocasiones por azar terminaba en fiestas y reuniones a las que no había sido invitado, pero terminaba justificándose, porque lo que deseaba era conquistar a una mujer de la alta sociedad que le permita ser parte de ella.   

En este punto, cabe una distinción, porque la conceptualización cambia cuando se refiere a un chulla que cuando se trata de una chulla. Este término, cuando se utiliza en versión femenina, adopta una connotación negativa de mujer de dudosa reputación, víctima de agravios, descalificaciones y censuras por su ocupación o pasado, frente a la imagen empática y aceptada del chulla hombre.

LAS VISITADORAS SEXUALES

Por esas épocas, en el ámbito militar, eventualmente se recurría a las “visitadoras sexuales” o mejor conocidas como “las cariñosas” (Sexto Abastecimiento, Clase VI), como una mujer prestadora de servicio sexual, para entretenimiento y bienestar del personal militar que se encontraba en unidades militares tipo batallones y compañías independientes, acantonadas en aéreas rurales inhóspitas y selváticas, lejos de las localidades urbanas, por razones relacionadas con la salud sexual y reproductiva, el desarraigo y la movilización.

En los manuales de logística constan cinco clases de abastecimientos para tiempos de paz y conflicto: Clase I: alimentación, Clase II: todo el armamento, material y equipo que constan en las Tablas de Organización y Equipo (TOE), Clase III: combustibles, aceites, lubricantes y grasas, Clase IV: todo el material y equipo especial que no constan en las TOE, Clase V: municiones en general; por lo tanto, en las instituciones armadas, se cumple con lo previsto en la legislación militar y la doctrina que regula el régimen de la carrera profesional militar. Entonces, se presume el surgimiento simbólico de la “Clase VI”, como un cuasi abastecimiento adicional y temporal a los antes mencionados, aunque su implementación consta en la normativa interna de manejo de personal, se guarda reserva y discreción, porque se relaciona con los derechos a la intimidad personal y familiar, así como para garantizar la confidencialidad de las partes; sin embargo, fácticamente es de dominio público.

De ahí que, en un breve recordatorio histórico-jurídico, como en ese entonces había que organizar un Ejército profesional, que data del 27 de junio de 1902, en que la Misión Militar Chilena plantea y organiza los Servicios Logísticos, en el Proyecto de Ley Orgánica del Ejército, mismo que fuera aprobado en diciembre de 1905; la cual, ya concebía en el Título V los Servicios del Ejército, anexos y auxiliares. Unifica el trabajo de contabilidad y provisiones, creando un servicio enteramente nuevo con el nombre de Intendencia y Comisaría General del Ejército, que se encargarían de la provisión de vestuario, equipo, rancho, mobiliario, del pago y de la administración económica.

En consecuencia, especial mención merece el tratamiento que esta Ley da al “rancho fiscal” (hoy entendido como el valor económico mensual, asignado por el Estado en forma individual, destinado exclusivamente a la alimentación diaria del personal militar), conforme consta en el libro “Logística poder de combate” del autor TCRN. (sp) Edison Macías, que en lo pertinente y parafraseando señala:

  • El Estado ecuatoriano no proporciona el rancho a sus tropas. De tal forma que cada soldado se proporciona por sí mismos o por otros la alimentación diaria mediante las erogaciones de dinero que el erario les asigna diariamente.
  • La alimentación del soldado, persigue mantener robustas sus energías físicas, que le han de servir para soportar las fatigas del servicio, sea en paz o en guerra. Como ninguna autoridad militar podría responder de la alimentación del soldado, es la esposa o la querida (camarada) la que dispone el alimento, en la cantidad y clase que juzgue conveniente.
  • Si el soldado es de buena conducta, seguramente destinará parte de su ración pecuniaria a los gastos de su alimentación; y, si es de conducta desordenada la ración se invertirá en gastos innecesarios, mientras su alimentación dependerá de las dádivas de sus compañeros, cuando no del consumo de materias apenas alimenticias.
  • Pero esto sería nada en comparación de los inmensos perjuicios que resultan para la moral del soldado y para la disciplina del Ejército y orden interno de los cuarteles. Si todo soldado debe proporcionarse el rancho por sí mismo, fatalmente todo soldado que carezca de familia o separado de ella, deberá asociarse a mujer legítima o simplemente a una querida (guaricha o camarada).
  • El ideal de toda organización militar es que los soldados sean jóvenes y permanentemente consagrados a su cuartel, durante el tiempo de servicio. Si el soldado es joven, es una inmoralidad empujarlo al concubinato y es un error empujarlo al matrimonio.
  • La disciplina es el factor militar que sufre el más rudo golpe con el sistema de rancho en vigencia. La camarada o guaricha entra al cuartel; cocina en los patios mismos; vive en íntima promiscuidad con el soldado; critica y murmura las órdenes superiores; introduce el licor; induce al soldado a actos en que, acaso, éste ni siquiera hubiera pensado; transforma los patios del cuartel en mercado; cuestiona con todos; se entromete en todo; lleva y trae chismes; indispone a éste con aquel; desprestigia a los jefes; habla de política, propone, hace propaganda; conquista voluntades, seduce con halagos; barrena la disciplina; mata la obediencia y engendra motines o revoluciones. La guaricha, rabona o camarada, como quiera llamársele, que cocina en los cuarteles; que se introduce en ellos, es el elemento más pernicioso para la conservación del orden y la disciplina.

En definitiva, para los oficiales chilenos de esa Misión, son razones suficientes para implantar “el rancho fiscal” e inclusive el “rancho en campaña”, porque a su decir, fueron las guarichas las que propiciaban e incentivaban las inconductas de los soldados, nada más machista y sexista e inclusive menospreciativo, sin darse cuenta que poco favor les hacían a los soldados, dejando en entredicho su capacidad de discernimiento, voluntad y consentimiento masculino, en un momento en que los motivos de la delincuencia eran de orden pasional: amores y amoríos, riñas por celos, venganzas personales, relaciones extramaritales, entre otras.

Criterios que seguramente fueron emitidos por desconocimiento de una innegable realidad, ya que la participación voluntaria y sin paga de los “ejércitos de guarichas y carishinas” en el campo de batalla, levantamientos, escaramuzas o enfrentamientos, era el de un hombre combatiente más, diferenciadas por los roles propios femeninos, sin que ello menoscabe su presencia, porque eran asimiladas como enfermeras, tertulianas, campaneras, cocineras, costureras, mensajeras, informantes, mecenas, entre otras. Sin embargo, insistir en que el rol fundamental era el apoyo militar, de material y medios; y, con su presencia levantaron la moral de las tropas y con ello probablemente evitaron las deserciones de muchos soldados. Además, eran parte de las estrategias militares, financiaban la causa con su propio patrimonio, organizaban tertulias encubiertas a su objetivo e implementaban acciones clandestinas en sus casas, para captar adeptos a la causa, refugiaban a los insurgentes, así como para cruzar información importante. Cuando participaban como guerreras o insurgentes, resaltar que lo hacían camufladas con identidades y vestimentas masculinas, expuestas al enemigo porque se detenían donde ellos acampaban, por eso fueron hostigadas, perseguidas y sometidas a torturadas; y, si las capturaban eran heridas, mutiladas, presas, ahorcadas, degolladas, garroteadas, fusiladas, apaleadas, azotadas y expuestas al escarnio público. Vivieron y sufrieron, circunstancias graves de hostilidad y adversidad, muchas terminaron sus días en la pobreza, destierro, el olvido y, el anonimato.

Confieso que, en momentos de desánimo, guardando la debida proporción de esta corta narrativa, mi bálsamo académico es leer y escribir sobre historias de “mujeres y mujeriegos” que nos conmueven, nos inspiran y nos animan, por su extraordinaria capacidad de recuperación ante la adversidad personal y profesional, transformando el dolor en fuerza y resiliencia, que nos ayudan a comprender que vivir no es fácil por los riesgos que hay que asumir, pero tampoco es imposible, porque debemos remendar heridas, aceptar desafíos y alcanzar metas, “con el escapulario puesto y el rosario en la mano”.

DRA ROSITA CHACON CASTRO