Los Lagarteros: embajadores musicales en peligro de extinción

Guayaquil, la perla del Pacífico, es cuna de tradiciones profundamente arraigadas en el folclore ecuatoriano. Entre sus joyas culturales más preciadas se encuentran los “Lagarteros”, músicos populares que han labrado su legado a través de serenatas callejeras y melodías que capturan el espíritu apasionado de esta ciudad costera.

En las aceras iluminadas por farolas antiguas, estos trovadores modernos esperan pacientemente, guitarra en mano, dispuestos a entonar sus canciones de amor y desamor para quienes deseen contratar sus servicios.  Su arte trasciende las barreras del tiempo, convirtiéndose en un vínculo inquebrantable con las raíces guayaquileñas.

El origen del apelativo “Lagartero”
El apodo “Lagartero” encierra una historia fascinante, envuelta en leyendas y anécdotas populares. Según los relatos orales, este mote nació en el siglo pasado, cuando los músicos se reunían en las orillas del estero a la espera de clientes.  Un observador jocoso los comparó con “lagartos esperando a su presa”, y desde entonces, el cariño de los porteños los bautizó cariñosamente como “Lagarteros”.

Otra versión sugiere que el término se originó en el Parque La Victoria, donde los músicos se congregaban alrededor de fuentes adornadas con lagartijas. La gente acudía a “la Lagartera del parque” en busca de sus servicios, dando lugar a este peculiar apelativo. Independientemente de su procedencia, el nombre “Lagartero” se ha convertido en un símbolo de la identidad musical guayaquileña, evocando imágenes de artistas callejeros que esperan pacientemente, como centinelas de una tradición imperecedera.

La ‘Lagartera’ Original
En los albores del siglo XX, la esquina de las calles Quito y Clemente Ballén albergaba una cantina de barrio conocida como “La Lagartera”. Este humilde establecimiento se convirtió en el epicentro de la música popular guayaquileña, donde poetas y compositores se reunían al atardecer para intercambiar ideas y crear nuevas piezas musicales. En la trastienda de la cantina, los poetas recitaban sus escritos mientras los músicos les ponían melodía.

Afuera, en el portal, los dúos de guitarristas ensayaban sus piezas, esperando a los clientes que buscaban serenatas de amor al aire libre, antes de la llegada de los sistemas de audio modernos. Con el paso del tiempo, la ubicación original de “La Lagartera” fue demolida, obligando a los músicos a buscar un nuevo hogar. Primero se mudaron a la intersección de las calles Vélez y Santa Elena, donde figuras emblemáticas como Nicasio Safadi, Carlos Solís Morán y Silva Pareja formaron parte del grupo pionero.

Posteriormente, un grupo más joven de artistas se trasladó a la esquina de Santa Elena y Colón, estableciendo lo que se conocería como “La Base”. Este lugar se convirtió en el último bastión de los Lagarteros, gracias a la presencia de un almacén de abarrotes llamado “F. Bravo S.”, que operaba las 24 horas del día y proveía todo lo necesario para las fiestas y celebraciones.

El ritual de las serenatas
A medida que caía la noche, los Lagarteros se preparaban para su jornada laboral, vistiendo sus mejores trajes y afinando sus instrumentos. Congregados en los portales iluminados de Almacenes Tía, en la calle Lorenzo de Garaicoa o Santa Elena, estos músicos esperaban pacientemente a los clientes que deseaban contratar sus servicios. Las serenatas eran su especialidad, y cada una de ellas se convertía en un ritual cautivador. Por una tarifa establecida, generalmente alrededor de sesenta dólares, los Lagarteros entonaban cuatro o cinco canciones, transportando a sus oyentes a un mundo de romance y nostalgia. A lo largo de su trayectoria, los Lagarteros han acumulado un tesoro de anécdotas y recuerdos entrañables. Desde situaciones hilarantes, como la vez que un esposo descubrió la infidelidad de su pareja gracias a una serenata contratada por el amante, hasta momentos conmovedores, como cantar en los cementerios para despedir a un amigo fallecido.

Estos músicos callejeros han sido testigos de innumerables historias de amor, desamor y celebraciones, convirtiéndose en confidentes silenciosos de los secretos más íntimos de la ciudad.

El legado musical: compositores y canciones emblemáticas
Además de ser intérpretes excepcionales, los Lagarteros han dado a luz a compositores talentosos que han enriquecido el acervo musical ecuatoriano. Figuras como Carlos Rubira Infante y Lucho Silva han dejado un legado imperecedero, creando canciones que se han convertido en himnos populares. Piezas como “Cuando un amigo se va”, interpretada en los cementerios para honrar a los difuntos, o las melodías que celebran el amor y la esperanza, forman parte del repertorio inagotable de estos bardos callejeros.

La lucha por la supervivencia
A pesar de su rica herencia cultural, los Lagarteros han enfrentado desafíos significativos para mantener viva su tradición. La falta de apoyo gubernamental y el avance de la tecnología han amenazado su sustento, con canciones pregrabadas y sistemas de audio potentes que compiten por la atención de los clientes. Sin embargo, estos músicos resilientes se aferran a sus raíces, ofreciendo una experiencia auténtica y sin artificios. Sus instrumentos clásicos, como guitarras y requintos, son los únicos acompañantes de sus voces, preservando la esencia de una declaración de amor genuina.

Aunque su número ha disminuido con el paso de los años, los Lagarteros continúan siendo una presencia icónica en las calles de Guayaquil. Su perseverancia y dedicación han inspirado a nuevas generaciones de músicos a unirse a esta tradición milenaria. Organizaciones culturales y artísticas han reconocido la importancia de preservar este legado, promoviendo iniciativas para apoyar y difundir la música de los Lagarteros. Además, la Ley de Comunicación ecuatoriana ha brindado un respiro al exigir que las emisoras de radio transmiten al menos un 50% de contenido musical nacional.

El impacto cultural y turístico
Los Lagarteros no solo son embajadores de la música popular guayaquileña, sino también un atractivo turístico invaluable. Sus serenatas callejeras y su presencia en lugares emblemáticos como el Museo Municipal de la Música Popular “Julio Jaramillo” brindan a los visitantes una experiencia única e inolvidable. Estos músicos encarnan el espíritu vibrante y acogedor de Guayaquil, convirtiéndose en un imán para los amantes de la cultura y el folclore. Su arte trasciende las fronteras, llevando la esencia de esta ciudad a rincones lejanos del mundo.

Embajadores Musicales de Guayaquil
Los Lagarteros son mucho más que simples músicos callejeros; son custodios de una tradición centenaria que ha dado forma a la identidad cultural de Guayaquil. Sus melodías, impregnadas de pasión y nostalgia, resuenan en las calles de esta ciudad costera, transportando a los oyentes a un mundo de romance y recuerdos imperecederos. A través de su arte, estos bardos modernos han forjado un vínculo inquebrantable con las raíces guayaquileñas, convirtiéndose en embajadores musicales que llevan el espíritu de esta ciudad a cada rincón del mundo. Su legado perdurará en las canciones que se transmiten de generación en generación, asegurando que la melodía imperecedera de los Lagarteros nunca se apague.

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