Los “booms” del Litoral: Hacienda La Virginia Babahoyo

Autor: Manuel Vivanco Riofrío | RS 87

Los grandes desarrollos agrícolas de la costa generaron no solo el desarrollo del país sino que generaron también un poder político que influyó grandes épocas.

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Las haciendas de la Costa se levantaron con los “booms productivos” que ha tenido el Ecuador desde el siglo XVIII; durante la Colonia y luego en la República, cuando empezó el esplendor exportador de pocos pero notables productos de alta calidad y demanda internacional. Todo se inició con la producción y exportación del cacao.

El primer auge cacaotero se desarrolló entre los años 1763 y 1842, setenta y nueve años de apogeo bajo el impulso de las reformas borbónicas, (años 40 del siglo XVIII; éstas reformas dictadas desde España por la dinastía de los Borbones, modificaron sustancialmente las reglas de juego en las Colonias), y fue en ese primer “boom”, en esa época, en la que participaron extraordinarios empresarios para llevar a cabo tal fecunda y exitosa labor. Los llamaron los “Gran Cacao“; y eran principalmente los Aspiazu, los Seminario, los Puga, los Caamaño, los Morla, los García, los Moreno, los Sotomayor, los Carmigniani y los Mendoza.

El año 1779, fue el de mayor esplendor. En ese tiempo asistimos a una época dorada, un período de prosperidad que duraría hasta los primeros años de la República en 1842, y fue calificada como el “primer boom” del cacao; motor económico que permitió financiar dos grandes momentos de la historia nacional: la Independencia y la Revolución Liberal.

La segunda época de gran producción cacaotera, o “segundo boom” ocurrió entre 1870-1930, sesenta años más, donde se consolidó el Ecuador como un país productor y exportador del mejor cacao del mundo -o de los mejores del mundo- y tiempo en el cual se levantaron fortunas importantes que influyeron en el destino político y económico del país.

Los “Gran Cacao” con todo derecho, vivieron entonces años de fantasía, en un lugar donde jamás se había visto nada extraordinario que no sea la pobreza de su gente y la inexistencia de obras y servicios públicos; se vieron vehículos lujosos que tenían pocos espacios para transitar, miles de hectáreas de tierras se incorporaban a las plantaciones y se construyeron caserones de madera que se levantaban rápidamente para albergar por períodos a sus exitosos propietarios, familiares y amigos. Llegaron muebles, obras de arte y pianos de Europa, principalmente de Francia; y , se ofrecían banquetes en medio de las plantaciones a elegantes invitados que hablaban otras lenguas.

En 1924, la tendencia varió y Brasil pasó a ocupar el primer puesto como el mayor exportador de cacao del mundo (con una participación del 11,2% y el Ecuador cayó al segundo lugar con el 6,6%), declarándose así, que ese “boom” había terminado.

La Hacienda Victoria
En la euforia de tan fantástico acontecimiento productivo y exportador del Ecuador, nacen varias Haciendas importantes como el lector puede fácilmente deducir pero, no eran las casonas o los “palacetes” de sus propietarios los elementos principales de esos “marquesados productivos”, eran las plantaciones y la tierra, la genética del árbol del cacao, el “Theobroma” que es su nombre científico y que en griego significa alimento de los dioses, lo que les quitaba el sueño; ellos, sus dueños, buscaban que los árboles crezcan sanos a una altura de 4 a 8 metros y sus frutos sean bayas alargadas que contengan en su interior de 30 a 40 semillas rojizas, y por fuera estén cubiertas de una pulpa blanca dulce, perfumada y sabrosa para el paladar. Ellos buscaban fortalecer al cacao híbrido criollo que había gustado tanto en el exterior,
cruzando distintos árboles que habían sido estudiados y seleccionados por ser los mejores, por la calidad de la semilla, por ser altamente productivos y por su resistencia a enfermedades.

Al otro lado del río Babahoyo, aún se encuentra la imponente casona del pasado, a la que se conoce como la “Casa de Olmedo”; ésa es la Casa de la “Hacienda Victoria”.

En ésta casa de la “Hacienda Victoria” o “Casa de Olmedo” que hoy constituye patrimonio nacional por su importancia histórica, José Joaquín de Olmedo estuvo refugiado y pasó un largo tiempo meditando y negociando el Tratado de Paz de 1845, firmado con el primer y dos veces más, Presidente del nuevo Ecuador, General Juan José Flores (1800-1864) quien siendo un militar mestizo venezolano aunque de gran valía militar, se integró con su matrimonio a la aristocracia local, y fue propietario también de haciendas cacaoteras de la zona, siendo la principal “La Elvira” muy cerca, igualmente, a Babahoyo.

Olmedo llegó a ser un importante aliado del Presidente Vicente Rocafuerte y fue uno de los más importantes héroes de la independencia del Ecuador. Fue su primer vicepresidente; político activo y brillante, fue el poeta guayaquileño que más iluminó a todo el país en su búsqueda por la independencia; su gestión política y sus magníficos poemas elevaron las mentes del naciente país. Opositor acérrimo de la esclavitud de los indígenas; obsesionado por la libertad de cada uno de sus compatriotas. Su mayor legado nace de su gran inteligencia y de sus conocimientos; con su pluma logró lo que pocos con las armas. Sus letras guiaron al país por un rumbo más justo para todos los ecuatorianos, que buscaban en esos primeros años de independencia; claridad y certezas para organizar una nueva sociedad, siempre confusa y amenazada.

En el año 1820, Olmedo fue presidente de la Junta de Gobierno de Guayaquil. Se opuso a la integración de Ecuador en la República de la Gran Colombia, por lo que tuvo que abandonar el país en 1822.

Exiliado en Perú, fue diputado por Puno en el Congreso Constituyente de Lima (1823) y embajador en Gran Bretaña y Francia (1825-1828).