La tía Claus paterna

Hermanos, mamá, papá, primos y tíos. Bombillos, luces, guirnaldas, pesebre, villancicos, oraciones, inciensos, misa. Regalos, golosinas, cena y vino. Sorpresas, risas, abrazos, agradecimiento.
Noche de Paz, Noche de Amor.

Y es que, en casa, la Navidad siempre se trató de eso, de una familia grande celebrando a lo grande el nacimiento de Jesús. Había regalos sí, pero nunca venían de Santa Claus ni nada tenía que ver el buen o mal comportamiento en el año.

Fueron y así es hasta ahora, una muestra tangible por así llamarlo, del cariño existente entre grandes y chicos, pero sí es un paquete grande, un detalle pequeño, una funda de caramelos o simplemente no hay, es verdaderamente intrascendente porque los personajes principales de nuestra Noche Buena eran y son, las personas y la alegría sincera que provoca juntarnos.

Juntarnos alrededor del pesebre, liderados siempre por nuestro guía espiritual, Monseñor Manuel Figueroa (y que tengo el orgullo de que sea mi tío) y, a su derecha, siempre ella, ella de cabello blanco, silueta redonda, mirada pícara y sonrisa amplia. Ella, que uno a uno, nos recibía cada 24 de diciembre y nos despedía el 25, despachándonos eso sí con el corazón y estómago llenos. Ella, mi tía Genio, vendría siendo lo más parecido a lo que el marketing y la publicidad nos han contado sobre la esposa de Santa Claus. Dulce, cariñosa, chistosa, divertida, ocurrida, golosa, compinche, así la Navidad, así las vacaciones, así todo el año.

Mi tía Claus (por su físico y cualidades), como la llamo desde hace algunos años, se encargó de darnos a cada uno de los sobrinos, parejas y descendencias, todo el amor que su inmenso corazón se lo permitió; su compañía fue nuestro sitio seguro durante nuestra infancia, adolescencia y adultez. Por ella, la Navidad me sabe tan rica, me huele delicioso y me calienta el alma.

Ella fue la que me enseñó que en la vida se puede siempre decidir ser feliz y que el amor, sí lo puede todo, puede contra la enfermedad, contra los problemas y contra las distancias. Bastaba que ella nos incluya en su top ten de oraciones semanales y ser uno de los afortunados con quien ella se imaginaba cada semana que jugaba Monopolio, para saber que tenías un lugar especial y ella a su vez con el de arriba, porque siempre sus plegarias fueron escuchadas y siempre, por supuesto, nos ganó al monopolio.

Mi tía Claus partió de este plano hace 18 años, su recuerdo sigue intacto y las Navidades también. Ella está ahí, en otros cantos, en otros regalos, en otros manjares, en otros cuerpos, ella está. Quizá lo único que le reprocho a la vida es que se fue demasiado rápido, un personaje de ese calibre debería ser eterno, y lo mínimamente justo es que mis sobrinos y demás primos que fueron llegando en estas últimas dos décadas, hubiesen podido disfrutar de su presencia, amor y ocurrencias porque ella era eso, un constante y profundo disfrute. Sin embargo, bien dicen que solo muere al que se le olvida, y de sobra está decir que esta familia la tiene más viva que nunca.

LA TÍA CLAUS MATERNA
Pero como la vida es generosa, he tenido la fortuna de tener otra tía Claus de carne y hueso. Alta, delgada, elegante, correcta, propia, culta, inteligente, creyente, confidente, prudente, presente, de mirada penetrante y sonrisa que ilumina, generadora incansable de abrazos y anécdotas, justa, amorosa e incondicional.

Mi Titín es la que me enseñó a ir ligera de equipaje (literal y figurado), me preparó para enfrentar este mundo liderado por hombres y mujeres machistas y me enseña a diario el tipo de tía que quiero ser para mis sobrinos. A diferencia de “Santa”, la Titín trabaja los 365 días del año: que si la oración diaria por whatsapp que si la comida, que si la medicina, que si la golosina, que si la visita, que si un regalo, que yo te llevo, que yo te doy, que ya compré, que ya hice, que si por “un porsiacaso”.

Ella siempre está un paso adelante, ella divide ese corazón y generosidad inmensos para todos sus sobrinos (que somos muchos) y no, no es que nos toca menos, sino todo lo contrario, nos toca más, más de lo que merecemos, más de lo que necesitamos, más de lo que le damos, más y siempre más, en todo y para todos.

Ella, tiene fotografías de todos nosotros, sus sobrinos en cada espacio de su casa. Ella colecciona momentos y pesebres. Ella, la que invita cuando eres niño a un helado, a una comida en tu juventud y de adulto a un buen whisky. Ella la que estuvo para consentirnos con cines, conciertos y golosinas; para sostenernos a mis hermanos y a mí, cuando nuestra tía Genio se fue, para pegar mi corazón cuando este se rompió, para celebrar los títulos cuando fueron llegando y para el consejo sabio con el que ahora que sigo construyendo esto que se llama vida. Ella es guardiana de la memoria y legado de la familia y a la vez, generadora incansable de nuevas historias y tradiciones. Ella mi ángel de la guarda, ella mi navidad todo el año.

Yo no romantizo la navidad, mi navidad es así, dulce y llena de amor. Deseo convertirme en algún día en la TÍA CLAUS de mis sobrinos que les regale 365 días, compañía, apoyo, mimos y que mi presencia les traiga calma y respuestas; hasta que eso pase, confío que la Navidad con la tía, sea para ellos un momento para que sus corazones construyan memorias entrañables y sonrisas imborrables.

Y a ustedes lectores, si la melancolía y la nostalgia les visitan en estas fechas, les invito a que abran bien los ojos, miren a su alrededor y les prometo que cerca suyo estará ese alguien que calme su alma y abrace su corazón y sino, búsquenlo, encuéntrenlo o constrúyanlo porque todos, chicos y grandes, necesitamos y merecemos tener una Noche Buena extendida y un año nuevo mágico.

Revivan olores y sabores, renueven la esperanza, atesoren los momentos, compartan sonrisas y regalen amor.
Felices fiestas.

Gilda FIGUEROA GRIJALVA