La primera mestiza Francisca Pizarro Yupanqui

Autor: Revista Semanal | RS 84


La historia de la conquista, tal como nos la cuentan en los centros educativos, queda trunca al anunciar la muerte del Inca Atahualpa, ejecutado por la soldadesca de Francisco Pizarro.

Los cronistas que vinieron de España para testificar toda la gesta conquistadora continuaron su labor luego de la muerte del Inca. Sus relatos, bien sea por testimonios propios o ajenos nos cuentan otros aspectos que, en ciertos casos, la historia oficial no ha querido que los conozcamos.

Los Incas eran guerreros y negociantes. No siempre añadieron las tierras a su imperio gracias a la fiereza de sus ejércitos; en muchas ocasiones recurrieron a la mesa de negociaciones.

Atahualpa cayó preso en Cajamarca, pero no fue ejecutado de inmediato. Tuvo tiempo de negociar y plantear algunas artimañas que, de haber sido aceptadas por los conquistadores de allende los mares, otra habría sido la historia.

Uno de esos casos está relacionado al rescate del Inca, ya que fue el propio Atahualpa el que planteó a Pizarro la entrega de oro, a cambio de su libertad. No fueron los españoles, no podían haber sido ellos, los que determinaron la cantidad de oro y plata porque ellos no conocían cuanto existía en manos de los incas, ni cuánto podía ser solicitado.

Mientras se recogía ese oro y plata, por todo el Tahuantinsuyu, el Inca Atahualpa trabó, algo parecido a una amistad con Francisco Pizarro. En sus pláticas diarias, acompañadas por Felipillo, el joven inca que había aprendido la lengua de los conquistadores, y que servía de traductor, compartieron muchas de las visiones que los acercaban o los alejaban a ellos, como individuos y como representantes de sus pueblos. En una de aquellas conversaciones, Atahualpa se enteró que Pizarro era un solterón. No estaba casado ni en España ni en estas tierras, lo que le permitió recurrir a otra de las artimañas que los incas tenían en sus negociaciones, la de ofrecer a una mujer de su entorno familiar al adversario. La escogida fue Inés (nombre cristiano) Huayllas Yupanqui, hermanastra del Inca para que se casara con el conquistador por el rito Inca.

Según los cronistas, ese matrimonio no fue apenas de conveniencia; al parecer Pizarro realmente se enamoró y su vida de casado, en el Palacio en Lima, fue como la de cualquier otra pareja.

Fruto de esta unión, nacieron dos hijos: Francisca y Gonzalo Pizarro Yupanqui. La primogénita nació en diciembre de 1534, mientras que el segundo nació a finales del año siguiente. Ambos serían reconocidos posteriormente como hijos legítimos por el Emperador Carlos V.

Los infantes, hijos del conquistador en la hermanastra de Atahualpa deben ser reconocidos como los primeros mestizos nacidos en estas tierras. No fueron fruto de ninguna violación, sino de un matrimonio consentido y, al parecer, del amor.

La muerte del infante Gonzalo provocó el rompimiento matrimonial de Francisco Pizarro y de Inés Huayllas Yupanqui. Poco después, se casaron con nuevas parejas: Francisco con otra princesa inca, Angelina Yupanqui, también hermana de Atahualpa; e Inés con el apuesto conquistador llamado Francisco de Ampuero, esta vez por el rito religioso cristiano.

Pero, no solo eso: Pizarro entregó la encomienda de Chaclla al matrimonio de su exesposa, y al nuevo marido le nombró regidor de Lima. Si lo hizo sinceramente, nadie lo sabe, pues, parece que al conquistador no le gustó ese matrimonio. Con la excusa de que los hijos Francisca y Gonzalo debían ser educados en la religión cristiana, Pizarro los puso bajo la tutela de su cuñada Inés Muñoz provocando que los infantes se criaran lejos de su madre, aunque rodeados del lujo palaciego de Lima.

El magnicidio que truncó una infancia

La infancia cómoda de Francisca y Gonzalo Pizarro llegó a su fin el 26 de junio de 1541, cuando un grupo de veinte españoles, congregados en torno a la figura del hijo de Diego Almagro, hijo del antiguo socio de Pizarro entró sigilosamente en el palacio del gobernador en Lima y asesinó al conquistador extremeño. Pizarro, de 65 años, murió con al menos 20 heridas de espada. Los agresores obligaron a las autoridades de Lima a nombrar gobernador al joven Diego Almagro y forzaron a que los restos de Francisco Pizarro fueran enterrados de forma apresurada en un patio de la catedral de la ciudad.

Inés Muñoz logró esconder a la segunda esposa de Pizarro y a sus hijos, incluida Francisca, en las casas de amigos a fin de que no los encontraron los asesinos que sedientos de sangre, saquearon a conciencia la vivienda de Pizarro y buscaron por Lima a sus herederos. Sabedora de que no habría paz para los Pizarro, Inés Muñoz retiró a Francisca y a su hermano de la casa donde estaban escondidos y los llevó a un convento, en tanto, los hijos del segundo matrimonio fueron llevados a su parentela india, lejos de Lima.

El conflicto interno entre almagristas y pizarristas se prolongó durante años, obligando incluso a la monarquía hispánica a tomar partido. En Quito, los partidarios y familiares de Pizarro se congregaron en torno a la figura de Cristóbal Vaca de Castro, enviado del Emperador para restablecer el orden.

Estos enfrentamientos duraron hasta la derrota y muerte del joven Diego Pizarro en la batalla de Chupas (1542),

Francisca pudo, entonces, volver a la Ciudad de los Reyes, Lima, aunque por poco tiempo. Una tragedia los separó a los hermanos Francisca y Gonzalo. Una enfermedad mató al hermano pequeño y de repente la niña, de tan solo nueve años, se encontró aislada y lejos de todos sus familiares directos. El miembro de la familia más poderoso de los que estaban en Perú, Gonzalo Pizarro, quien era un importante encomendero, se encontraba ensimismado en sus tierras de Charcas, pero, hay que reconocerlo que, como tutor se preocupó de que la niña recibiera la mejor educación posible, aunque lo hiciera a la distancia.

El apuesto Gonzalo, el Rey

Señala Martín Rubio, uno de los antropólogos peruanos que han estudiado el Imperio Inca, que, aunque pobre de afecto, la Princesa Francisca era enormemente rica gracias a la herencia de su padre, con encomiendas en varios lugares del Perú. Tan extensas eran las tierras en manos de la familia que, una vez vencidos los almagristas, Cristóbal Vaca de Castro puso su esfuerzo en reducir el poder de los encomenderos y de las grandes familias de conquistadores. En este contexto de persecución a los grandes terratenientes, Gonzalo Pizarro, abandonó su retiro en Charcas para encabezar la Gran Rebelión de Encomenderos, en 1544, contra la Corona española en protesta por la dación de las Leyes Nuevas.

Cuando Gonzalo, de 35 años, entró triunfante en Lima el 28 de octubre fue nombrado gobernador por los encomenderos. A Francisca, de 10 años, debió venirle a la mente el dulce recuerdo de su padre recorriendo esas mismas calles. “Alto, fuerte, guapo, dicharachero, desenfadado y valiente”; aquel tío perdido y asombroso pasó a ocupar un importante papel en la vida de la niña.

Tutor, tío y ¿también marido?
A pesar de que en 1545 la Corona revocó algunas de las disposiciones más polémicas, Gonzalo Pizarro insistió en su rebelión y planteó abiertamente la posibilidad de instaurar una dinastía real valiéndose de la sangre inca y española de su sobrina. Así, tras vencer al virrey Núñez de Vela y exhibir su cadáver por las calles, el gobernador rebelde organizó el matrimonio con su sobrina, de apenas 12 años. Una adolescente hermosa –como apreció Gonzalo en su correspondencia– bien educada (sabía leer, escribir y música), de rostro alargado, ojos pardos, melena larga y negra y, en general, unas facciones entre europeas y andinas. Encarnación de dos mundos. La mejor fuente para iniciar el primer reino independiente y mestizo de América.

Prevenido por sus espías, Carlos V se adelantó a los planes de Gonzalo y torpedeó sus intentos de que el Papa Paulo III diera autorización a aquel matrimonio consanguíneo. Sin legitimidad religiosa, el enlace y el reino nacerían muertos. Además, el Emperador envió en aquellas fechas al clérigo y licenciado Pedro de La Gasca a poner fin a aquel demencial proyecto que, según las crónicas, ya contaba con el encargo de una corona de oro fino, adornada con gruesas esmeraldas, para la ceremonia de coronación.

Gonzalo Pizarro no pudo sostener sus ambiciones de fundar una monarquía mestiza, ya que fue derrotado por el ejército español en la batalla de Jaquijahuana, el 9 de abril de 1548, fue capturado y al día siguiente asesinado.

Con 15 años, Francisca sintió una profunda pena con la muerte de su tío, al que “amé y quise mucho”, (según sus propias palabras), pero logró salvar parte de su patrimonio de la nueva ráfaga de confiscaciones que siguió a la muerte del pretendiente a Rey. Por su fortuna y sus encantos físicos e intelectuales, la joven comenzó a ser cortejada por los solteros más ilustres de Lima. No obstante, La Gasca ordenó que la Princesa mestiza viajara a España para evitar que otros, como su tío, se valiesen de su sangre para legitimar futuras rebeliones. Un destierro disfrazado de invitación.

El matrimonio con el viejo y encarcelado hermano
Tras una dura travesía por el Atlántico, Francisca y su hermanastro Francisco, hijo de Angelina Yupanqui, se asombró con la gran metrópolis que era entonces Sevilla. Se aprovisionó de telas delicadas y costosas joyas antes de viajar a Trujillo, la tierra natal de su padre.

Hernando Pizarro, que había sido encarcelado por el Emperador en el Castillo de la Mota por las rebeliones en Perú, reclamó a su sobrina que le visitara y pudieran defender juntos el patrimonio confiscado de la familia. Como en el caso de Gonzalo, también entre tío y sobrina surgió el amor.

De aquel amor palpitante derivó, en 1552, que tío y sobrina contrajeran matrimonio después de haber recibido dispensa papal. La diferencia de edad de 28 años no fue impedimento para un matrimonio considerado feliz, unido en el deseo de que la familia recuperara las tierras confiscadas. Juntos entablaron numerosos pleitos contra la Corona y contra sus acreedores peruanos. De este modo pudieron restablecer parte de lo perdido.

La muerte de Francisco, hermanastro de Francisca, colocó sobre los hombres de Hernando y Francisca la responsabilidad última de salvar, no solo el patrimonio, sino la memoria de los Pizarro.

Aunque Hernando estaba perdiendo la vista casi por completo a causa de la edad, se encargó en el ocaso de su vida de enriquecer su hacienda en la Zarza y acumular una enorme fortuna derivada de los pleitos ganados a la Corona. A su muerte, en 1578, una gran herencia permitió a Francisca y a sus hijos vivir con esplendor en Trujillo.

A sus 46 años, la Princesa mestiza aún sorprendió a todos con un inesperado golpe de efecto. En una misma ceremonia, casó su hijo mayor, Francisco, con la hija del Conde de Puñonrostro; y ella misma contrajo matrimonio con el hermano de su nuera en Trujillo y dio el salto a la Corte madrileña. No faltaron las sospechas de que ambos matrimonios fueron pactados a modo de gran alianza entre los Pizarro y los Puñonrostro, que estaban en ese momento arruinados tras pleitear durante años también con la Corona.

Pedro Arias Dávila Portocarretero, mucho más joven que ella, habría de poner la influencia y el nombre en Madrid; mientras la ya veterana Francisca pondría el dinero para dar el salto a la política nacional. Los dos matrimonios fueron felices, si bien los réditos políticos fueron más cortos de lo esperado. Francisca dilapidó parte de lo que tenía, y de lo que no tenía, en una vida de grandes lujos en la Corte de Felipe II. Lo que tantos años, lágrimas y pleitos había costado se disipó en brindis, cacerías, fiestas y ocio.

Francisca Pizarro la primera mujer mestiza americana, murió en Trujillo, en 1598, a la edad de 63 años.