La cuestión indígena

Están frescos todavía en la memoria colectiva los acontecimientos violentos que soportó el Ecuador, en particular su capital, en 2019 y 2022.

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El patrimonio cultural brutalmente atacado, las familias encerradas en sus domicilios aterradas, medios de comunicación social asaltados, periodistas agredidos, ambulancias destruidas para impedir que lleguen con el socorro a las víctimas de la violencia demencial; y, detrás del reclamo por reivindicaciones legítimas: agazapada la maliciosa sombra del golpismo, generando el caos para aprovecharse de él y pretendiendo salvar a los corruptos, que destruyeron la economía y moral del país, de las sentencias dictadas para que retornen impunes de sus delitos a disfrutar del poder y los bienes mal habidos.
Y después del daño ocasionado, de los destrozos realizados: celebraciones incoherentes de victorias pírricas que solamente agravaban los males ocasionados por la gestión disparatada de una década de ineptitud y corrupción en el manejo de los asuntos del Estado. Peor aún, fundamentar lo actuado echando mano de tesis anacrónicas, reincidentemente fracasadas de supuestas dictaduras proletarias; comparar sin rubor ni fundamento la asonada golpista politiquera con la heroica, aunque efímera Comuna de París, de 1871, o apelar a la construcción, en el siglo XXI, de un proyecto de comunismo étnico con añoranzas del gran Tahuantinsuyo.
Y, frente a esta situación: ceguera de algunos grupos de poder y sus representantes políticos empecinados en aplicar las mismas recetas también fracasadas, impuestas a través del sistema financiero diseñado por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, intentando corregir las reiteradas crisis resultantes de la propia naturaleza del capitalismo sin regulación, con políticas que agravan, en vez de corregir las condiciones de pobreza y marginación, de los sectores marginados de sus propios países y qué decir de los del mundo periférico y dependiente.
En este contexto, resulta oportuno, aunque complejo, buscar explicaciones sobre un problema con siglos de antigüedad y de lacerante actualidad, como es el indígena. Para entender el aquí y ahora de este conflicto atávico, es necesario hurgar en el pasado buscando dilucidar los orígenes y las relaciones causales de tendencias perniciosas como el racismo, el regionalismo y el caudillismo que mantienen al Ecuador en su situación actual de postración. Solamente de este modo, los acontecimientos actuales cobrarán sentido y podrán orientar la construcción de acuerdos que den lugar a políticas públicas que impulsen acciones positivas para la construcción de escenarios plausibles para todas y todos los ecuatorianos.
No se trata, por supuesto, de justificar proyectos de venganza y revancha, que solamente ahondarían las crisis recurrentes de la realidad ecuatoriana, sino de buscar caminos de aproximación y entendimiento, de esfuerzos de corrección de rezagos existentes de esos hechos lamentables de la historia que no indignan a los pueblos indígenas solamente sino a todos los hombres y mujeres de bien, calificativo que felizmente corresponde a la mayoría de los ecuatorianos. La vendetta, el ojo por ojo, el diente por diente, no tienen lugar ni razón objetiva entre seres humanos que compartimos igual herencia genética e igual destino histórico. Hay que corregir los rumbos equivocados, crear intencionadas rupturas consensuadas para construir un futuro en el que la consigna de libertad, igualdad y confraternidad que resuenan con fuerza indestructible, a través de los siglos, como un mandato de supervivencia para la propia especie humana y su hogar común, el acosado planeta tierra, se mantenga vigente.
Un mejor Ecuador solamente es posible con verdaderos ciudadanos, liberados de las cadenas de la pobreza y la ignorancia, iguales en sus derechos políticos, pero también económicos, para que sea posible la confraternidad sin la cual ningún proyecto nacional podrá construirse. Están bien las diferencias, la democracia permite resolverlas; bienvenidos los conflictos, cuando existen las condiciones para negociarlos sin violencia; en hora buena sacar a luz y proteger de la desmemoria hechos históricos que lastimaron a tantas generaciones de ecuatorianos y latinoamericanos; pero sin perder la perspectiva y, menos aún, como elementos para una revancha racista de consecuencias perniciosas.
De eso se trata este pequeño trabajo. Ojalá su lectura sirva para que, conociendo mejor el pasado del pueblo ecuatoriano enriquecido por la interculturalidad y la diferencia, entendamos la naturaleza de los problemas actuales y actuemos en concordancia con los fines de integración y convivencia pacífica que todos aspiramos.

2. Resistencia indígena a la conquista
Desembarcaron Pizarro con sus compañeros en la isla de Puná y la saquearon. El botín de oro y plata fue repartido generosamente convirtiendo así en realidad el sueño que los había animado a embarcarse en tan riesgosa aventura. Según el historiador Andrade Reimers, 390 españoles iniciaron la marcha hacia Cajamarca a donde arribaron solamente 167. 193 perecieron en el trayecto . Después de la captura de Atahualpa iniciaron, de hecho, a gobernar un imperio que encontraron al borde del colapso.
Durante el largo período de la conquista se fue configurando la realidad mestiza de los habitantes de la América española. En el caso de la ciudad de San Francisco de Quito, realizada por Sebastián de Benalcázar, el 6 de diciembre de 1534 el Cabildo, luego de asumir funciones, distribuyó los solares entre los doscientos cuatro varones, dos de ellos negros, que acudieron a empadronarse. Cinco años después llegarían desde México dos mujeres españolas. De ahí se origina aquello de que “quien no tiene de inga lo tiene de mandinga. Como los españoles eran, a su vez, fruto de un milenario mestizaje entre iberos, romanos, visigodos, árabes, judíos, entre otros, del mismo modo germinó en América Latina lo que José de Vasconcelos calificó como la ‘raza cósmica’.
En el área andina, la resistencia de los pueblos originarios a la conquista fue tenaz, aunque generalmente estéril. La excepción se presentó en los intentos de sumisión de los pueblos amazónicos a los que ni los españoles ni los Incas pudieron conquistar. La represión fue, en todos los casos, brutal.
En los territorios del actual Ecuador, apenas fundada la ciudad de San Francisco de Quito, los primeros levantamientos contra los españoles se escenificaron en julio de 1550, en las poblaciones de Lita y Quilca, en la actual provincia de Imbabura, donde los indígenas asesinaron el encomendero Martín de Aguirre y otros cinco conquistadores. Lo mismo sucedió en 1556 en territorios del pueblo Cañari, donde hubo sublevaciones en contra de los excesos y abusos de los encomenderos. El Virrey Antonio de Mendoza envió a Gil Ramírez Dávalos a reprimir a los sublevados, a la vez que le encargó la fundación de la hermosa ciudad de Cuenca .
Obsesionados por encontrar metales preciosos y las especies que valían entonces, en Europa, tanto como el oro, los españoles crearon la Gobernación de ‘Quijos y la Canela’. Se fundaron, entonces, las ciudades de Baeza, Ávila y Alcalá. Como las conquistas eran fruto de emprendimientos privados, la Corona las premiaba atribuyendo a los gobernadores las competencias para nombrar autoridades para las ciudades y villas; entregar solares, estancias, caballerías y otros beneficios; asignándoles miles de ‘indios perpetuos’, grandes extensiones de territorios y comisiones para tasar tributos. Lo que fue peor para indígenas, mientras consolidaban la conquista, se les eximía de todo control o de la obligación de rendir cuentas ante las autoridades peninsulares. Es decir, recibían autoridad sin límites para explotar a los pueblos sojuzgados.
En 1551, el virrey, Antonio de Mendoza erigió las gobernaciones de Quijos y de Macas. En 1552 se fundó la villa de Mendoza, en la orilla norte del río Palora; sobre la ribera meridional del río Upano, la ciudad de Sevilla de Oro; y, en los territorios de Paute, la de Logroño. Se llegó a descubrir y explotar más de 30 minas de oro, en esta región. “En suma; llegó a ser este Gobierno, en pocos años, el más rico, el más famoso, el más poblado de españoles, y el de más comercio, entre cuantos había en todo el reyno propio e impropio de Quito” .
En 1560 se produjo el primer levantamiento contra la administración de Melchor Vásquez de Ávila. En el informe de Salazar Villasante, enviado después como Visitador, consta como los españoles trasladaban indígenas de la Sierra a climas para ellos insalubres, les arrebataba sus mujeres e hijas y, si se atrevían a presentar una queja, se les mandaba azotar .
Nuevamente la codicia, esta vez del gobernador de Macas, provocó el levantamiento del pueblo shuar, conocido entonces como jíbaro. El cacique Quiruba encabezó la insurrección, atacó la población de Logroño, apresó al gobernador y le condenó a una horrible muerte: Le dio a beber oro fundido. Luego vino la carnicería de españoles. Al llegar el día, todos los hombres habían sido asesinados y la ciudad convertida en cenizas. En el caso de Sevilla de Oro, los atacantes vencieron la débil resistencia española, prendieron fuego a las casas y se retiraron a las selvas de Yaruarzongo.
En 1576, el Rey envió a Diego de Hortegón como visitador a la Gobernación de Quijos, Sumaco y la Canela. “… Su insaciable codicia, su dureza frente a los españoles y. sobre todo, su brutalidad con los indígenas…” , provocaron el grave levantamiento que se saldó con la muerte de varios centenares de aborígenes y de ciento cincuenta españoles. En 1578, el cacique Jumandi comandó los ataques con los que borró del mapa las ciudades de Archidona y de Ávila. Sofocada la insurrección, sus líderes fueron torturados con hierros candentes, asesinados y luego sus cuerpos descuartizados y sus cabezas exhibidas en las calles.
Desde la ciudad de Loja partieron expediciones, al mando de Juan de Salinas primero y luego de Diego Vaca de Vega, a Yaguarzongo, Jaén y Mainas. Del mismo modo que lo hicieron con Logroño y Sevilla de Oro, posteriormente, los indígenas devastaron las ciudades de Zamora y Valladolid.

3. Resistencia a la explotación colonial
Pomallacta
Consolidada la conquista, los levantamientos indígenas se produjeron en todo el territorio andino de la Real Audiencia de Quito. Hacia 1730, en el cacicazgo de Pomallacta, Esteban Rodríguez, un español residente en la población de Alausí, pretendió tomar posesión de tierras de los indios que había adquirido, según él, de buena fe. Iba resguardado por una fuerza militar enviada por el gobierno. Liderados por Gaspar Lema, alrededor de quinientos indígenas, convocados con sus medios tradicionales: caracoles, tambores y señales de humo, armados con piedras, palos y hondas, atacaron a los españoles y les obligaron a retirarse, con varios hombres heridos. Posteriormente, cuando el capitán García de Bustamante intentó cobrar los tributos, los caciques de la zona, reunidos en el pueblo de Pomallacta, respaldados por una multitud, declararon no reconocer ni obedecer al Rey.
Riobamba
En 1764, los caciques de la región de Riobamba iniciaron un levantamiento reclamando un incremento de 15 a 20 pesos del salario para los indios conciertos de las haciendas; la entrega de huasipungos, bueyes, semillas, herramientas; y un día de descanso adicional al del domingo. Al grito de “¡Ya estamos alzados, muera el Rey, y muera Llanos el numerador!” , acompañado del sonido de tambores, bocinas y caracoles, se ubicaron en las alturas que dominaban la ciudad. El día 8 de marzo, avanzaron agitando banderas rojas. Se trataba de una multitudinaria manifestación de entre 10 y 13 mil personas. El Corregidor dispuso a todos los españoles y sus criados organizarse en la Plaza Mayor. Algunos hacendados sugirieron atacar a los indios en los cerros donde se encontraban organizados, pero el Corregidor se opuso a esa medida, por considerarla imprudente.
Avanzaron sobre la ciudad tres mil indios armados con lanzas, garrotes largos, hondas, tijeras de trasquilar (amarradas en varas) y cuchillos. Iban formados en dos columnas y vencieron la resistencia de los defensores utilizando sistemática las ondas, con el incesante abastecimiento de piedras que entregaban las mujeres. Pusieron en fuga a los defensores. Al final, el Corregidor Vida y Roldán reconoció: “esta es una nación que no podemos destruir ni ahuyentar, porque sin ella ni habrá labor de campos, ni se adelantará la industria, ni podremos subsistir”. Prudentemente, las autoridades decidieron suspender la numeración y no perseguir a los cabecillas.
Estos acontecimientos provocaron la conformar milicias en esa ciudad. Los mestizos, participaron con entusiasmo, tanto por temor a los indios como porque se les presentaba una oportunidad de promoción social y prestigio. El corregidor solicitó a la Audiencia el envío de armas y pólvora. Les enviaron 85 fusiles, pistolas, sables, pólvora y municiones desde Guayaquil y Quito. En la Villa se construyeron 200 lanzas, 200 broqueles y dos cañones y se presentó un plan para construir un sistema de trincheras, puentes levadizos y 10 cuarteles. Con el argumento de la espantosa experiencia vivida en Riobamba, el oidor Feliz del Llano propuso la creación de milicias territoriales en todas las circunscripciones territoriales, exonerando a los participantes del pago del tributo personal.

Otros levantamientos
En noviembre de 1765, los indígenas de San Bartolomé, Jima y Ranga, jurisdicción del corregimiento de Cuenca, se rebelaron en contra del diezmo y los diezmeros”. Un años después, cuando llegaron a San Miguel de Molleambato los recaudadores de tributos, los indígenas, acudieron en turba, asaltaron la casa donde se hospedaban y los asesinaron. Solamente uno logró escapar malherido .
El año siguiente, fue atacado el Obraje San Idelfonso, ubicado entre las poblaciones de Pelileo y Patate. La instalación consistía en un gran complejo agrícola y manufacturero que había pertenecido a los jesuitas hasta su expulsión, ordenada por el rey Carlos III. Los indios conciertos asesinaron al administrador. Según documentos del proceso, dos mujeres: Marcela Tasi y Bárbara Sinailin, instigaron para que no se le perdone la vida. “luego le arrancaron los ojos, lengua y dientes y, en triunfo, le arrastraron por el patio para arrojarle al río” . El 6 de febrero de 1770, la Audiencia dictó sentencia condenando a muerte a Manuel Ponbosa, Felipe, Romualdo Llagua y Bárbara Sinailin; a los demás encontrados culpables, se les sancionó con entre cien y doscientos azotes, según el grado de responsabilidad.
En 1771 se sublevaron los indios de los obrajes de Tilipulo y La Calera, con el pretexto de la numeración. Las autoridades juzgaron a los cabecillas, Esteban Chingo y Pablo Caisaluisa a quienes condenaron con penas de 200 azotes que se ejecutaron en las calles públicas y cuatro años de trabajo en el obraje. “El resultado final cinco indios muertos, quince heridos inclusive una mulata” .
En noviembre de 1765, los indígenas de San Bartolomé, Jima y Ranga, jurisdicción del corregimiento de Cuenca, se rebelaron en contra del diezmo y los diezmeros”. Un años después, cuando llegaron a San Miguel de Molleambato los recaudadores de tributos, los indígenas, acudieron en turba, asaltaron la casa donde se hospedaban y los asesinaron. Solamente uno logró escapar malherido .
El año siguiente, fue atacado el Obraje San Idelfonso, ubicado entre las poblaciones de Pelileo y Patate. La instalación consistía en un gran complejo agrícola y manufacturero que había pertenecido a los jesuitas hasta su expulsión, ordenada por el rey Carlos III. Los indios conciertos asesinaron al administrador. Según documentos del proceso, dos mujeres: Marcela Tasi y Bárbara Sinailin, instigaron para que no se le perdone la vida. “luego le arrancaron los ojos, lengua y dientes y, en triunfo, le arrastraron por el patio para arrojarle al río” . El 6 de febrero de 1770, la Audiencia dictó sentencia condenando a muerte a Manuel Ponbosa, Felipe, Romualdo Llagua y Bárbara Sinailin; a los demás encontrados culpables, se les sancionó con entre cien y doscientos azotes, según el grado de responsabilidad.
En 1771 se sublevaron los indios de los obrajes de Tilipulo y La Calera, con el pretexto de la numeración. Las autoridades juzgaron a los cabecillas, Esteban Chingo y Pablo Caisaluisa a quienes condenaron con penas de 200 azotes que se ejecutaron en las calles públicas y cuatro años de trabajo en el obraje. “El resultado final cinco indios muertos, quince heridos inclusive una mulata” .

Corregimiento de Otavalo
En noviembre de 1776, se produjeron nuevas insurrecciones indígenas en el corregimiento de Otavalo que sofocó el presidente Diguja, demostrando su temperamento clemente y su clara comprensión de la naturaleza del problema, al no imponer penas de muerte a los rebeldes. El año siguiente, el obispo de Quito dispuso a los vicarios iniciar el censo impuesto por la administración peninsular. El cura de Cotacachi, Miguel Rosas, debía informar al respecto desde el púlpito, durante la misa mayor del domingo 9 de noviembre. Cuando el sacerdote iba a cumplir su cometido, un grupo de mujeres dirigidas por Antonia Salazar, esposa del gobernador de Intac; la hermana de éste, Antonia Tamayo; Petronia Pineda, cónyuge del gobernador de Cotacachi; y, Baltasara Méndez, esposa del Sacristán, se pararon delante del púlpito e impidieron la lectura de la disposición del Obispo. Inmediatamente, se levantaron los indios, que se encontraban en el templo, atacaron con palos y piedras a los españoles y asaltaron sus domicilios. Murieron Isidoro Mantilla y Pedro de León. “… una india dio de bofetadas al Coadjutor de Cotacachi que era un fraile mercedario, a quien luego mataron enterrándolo vivo, a un cierto Delgado lo habían colgado de un árbol y de tiempo en tiempo lo bajaban para hacer que estuviera abrazado del cadáver de otros individuos que habían asesinado” . La represión del levantamiento ocasionó 42 muertos y un número mayor de heridos.
En Ibarra el corregidor Juan de Zarzana y Cuellar organizó la defensa de la ciudad. “En la villa se alistaron los vecinos en compañías de milicias: cuatro de Infantería y dos de Caballería. Mientras las primeras permanecieron como escolta de la población española, las móviles de Caballería realizaban incursiones a los alrededores para dispersar a los tumultuados…”. Esta fue la primera ocasión en que esclavos negros fueron reclutados para la proteger los caminos de acceso a la ciudad.
Igual que sucedió en el levantamiento de Riobamba, se lamentaban los españoles: “ la desgracia de no poder reducir los Indios conciertos de obraje y labranza, a su antigua situación experimentando en la misma carencia de un enemigo que le es mal necesario, el mayor atraso y quebranto: porque parados los Obrajes y sin cultivarse los campos en el tiempo crítico de sembrar trigos y otros granos, se le sigue el daño irreparable de no tener sementeras, ni cosechas en el año que empieza , lo que con la suspensión de sus obrajes le dejará enteramente arruinado y aun pereciendo de necesidad por falta de sustento” . Los indios, en consecuencia, eran vistos como un mal necesario.

Guano
En 1778 asumió la Presidencia y Regencia de la Audiencia José García de León y Pizarro. A fines de agosto, había llegado a Guano Juan José Villalengua, fiscal de la Audiencia de Quito, ‘protector general de naturales’, juez visitador y numerador, para iniciar el censo en el corregimiento de Riobamba. El 1 de septiembre, estaban reunidos en la hacienda de Elén, de propiedad de Eugenio Urquizo, el corregidor Manuel Pontón, el vicario Luis Andrade, el Maestre de Campo de las milicias Vicente Villavicencio, la condesa de Selva Florida y la marquesa de Villarreche, para recibir a Villalengua. Nuevamente, el temor a la aduana y al censo, que consideraban tenía por fin secuestrar a sus hijos, provocaron un sangriento levantamiento.
Píllaro y Quisapincha
El 9 de enero de 1780, indígenas de Píllaro y Quisapincha se sublevaron en contra de las autoridades, en protesta por el incremento de alcabalas dispuesto por García de León y Pizarro. En Quisapincha, los indígenas impidieron que ingrese el aguardiente que llegaba de Ambato, lo derramaron en las calles, asaltaron, saquearon e incendiaron la casa de Cayetano Guevara, el estanquero. El 15 de enero se levantó la población de Pillaro y dio muerte al receptor de alcabalas. 400 sublevados combatieron a las autoridades desde el mediodía hasta las 9 de la noche. Derrotados los rebeldes, fueron ajusticiados sus cabecillas.
Licto, Punín, Cajabamba y Columbe
En 1779 un terremoto destruyó la ciudad de Riobamba y afectó con fuerza a la mayor parte de la región central del callejón interandino de la Audiencia. El gobierno decidió reasentar la ciudad en la llanura de Tapi. La construcción de nuevas iglesias, edificios oficiales, casas particulares, infraestructura vial y sanitaria, fábricas, etc., requirió de una gran movilización de mano de obra indígena. Además, se les incrementó las cargas tributarias por los estancos y aduanas . A inicios de febrero de 1803, los alcaldes de Riobamba expidieron los “Autos de cobranza de los Reales Tributos y Buen Gobierno”. En Licto, Punín, Cajabamba y Columbe comenzaron a reunirse los indios para oponerse a los diezmos. El levantamiento fue feroz. Las autoridades convocaron a las milicias que alcanzaron a 400 efectivos, la mitad de ellos a caballo. Con esa fuerza lograron someter a los10.000 insurrectos comandados por Julián Quito. Los líderes fueron juzgados y la Audiencia condenó a la horca a Francisco Curillo, Mariano Gualpa, Lorenza Peña, Jacinta Juárez y Lorenza Avemañay “… para cuya ejecución deberán ser arrastrados a la cola de una bestia de albarda hasta el sitio del suplicio… y bajados que sean, serán descuartizados y cortadas sus Cabezas, las que en sus cuartos serán colocadas en diferentes sitios públicos para que sirvan de escarmiento…” .
Condenó así mismo, a la pena de doscientos azotes y ocho años de presidio, a Cecilio Taday, Luis Sigla, Alexo Gualpa, Valentín Ramírez, Manuel Curillo y José Yanqui; a doscientos azotes y cuatro años de presidio a Felipe Quito, Manuel Paco, Francisco Sigla, José Chuto, Ventura Delgado, Joaquín Delgado y Modesto Bermejo. En el caso de los sublevados de Columbe las penas fueron de horca para Nicolás Vimos, Marcelo Malan y Úrsula Bacasela; doscientos azotes y ocho años de presidio a Manuel Zuman, Manuel Chicayza, Torivio Paltán y Lorenzo Chuqui; cuatro años de trabajos en Guayaquil a Andrés Naula, Juan Malán, Pedro Guaylla, Próspero Guamán y Nicolás Morocho; y, destierro a la misma provincia por cuatro años a María Ortiz y Francisca Murbailla.
Preocupado por la frecuencia de estos acontecimientos, el presidente Carondelet solicitó al Virrey el envío de 500 soldados y cuatro cañones y al gobernador de Guayaquil dos Compañías, 200 fusiles y 100 pares de pistolas. Solicitó una compañía de Artillería miliciana porque las provincias de Quito estaban: “expuestas a una devastación general por los numerosos Indios que las habitan, quienes pueden quemar en un solo día todas sus Haciendas y Obrajes sin dificultad alguna, reduciendo a los Españoles a la última miseria” .

4. Las Noticias Secretas
Mucho se ha escrito sobre las tribulaciones que vivieron los pueblos originarios durante el largo período colonial; pero cabe destacarse las ‘Noticias Secretas’, redactadas por dos militares españoles que acompañaron a la Misión geodésica, porque reflejan su sorpresa e indignación sobre la capacidad de crueldad, corrupción y malicia de sus connacionales, en tierras americanas.
Jorge Juan y Antonio de Ulloa relatan: “… empezamos a tratar en este capítulo, que no puede entrar en él el discurso, sin quedar el ánimo movido a compasión, ni es posible detenerse a pensar en él, sin dejar de llorar con lástima la miserable, infeliz, y desventurada suerte de una nación, que sin otro delito que el de la simplicidad, ni más motivo que el de una ignorancia natural, han venido a ser esclavos, y de una esclavitud tan opresiva, que comparadamente pueden llamarse dichosos aquellos Africanos, a quienes la fuerza y razón de Colonias han condenado a la opresión servil; la suerte de estos es envidiada con justa razón por aquellos que se llaman libres, y que los Reyes han recomendado tanto para que sean mirados como tales, pues es mucho peor su estado, sujeción y miserias que las de aquellos” .
Según la narración de los marinos españoles, en las haciendas les pagaban de 14 a 18 pesos al año y les adjudicaban un pequeño lote, de entre 20 y 30 varas cuadradas, en el que producían para el consumo familiar. A cambio, debían trabajar 300 días en el año. De los 18 pesos, luego de los descuentos, les quedaba apenas 7 pesos 6 reales para mantener a la familia y pagar las contribuciones exigidas por el cura. Como el terreno era insuficiente para el sustento, debían recibir del hacendado media fanega de maíz, por la que pagaban seis reales, con lo que quedaban endeudados en un peso y seis reales para el año siguiente. Si moría un familiar, debía pedir prestado al patrón el dinero para pagar al cura por el entierro, con lo que sumaba otra deuda. Ésta se trasladaba a los hijos, como nefasta herencia.
En cuanto a la industria de textiles, en los obrajes: “… se refunden todas las plagas de la miseria. Aquí es donde se juntan todos los colmos de la infelicidad, y donde se encuentran las mayores lástimas que puede producir la más bárbara inhumanidad…”. Metafóricamente ven a esta actividad como: “… una galera que nunca deja de navegar, y que continuamente rema en calma, alejándose tanto del puerto que nunca podrá retornar…”. No importa si los trabajadores están enfermos, morirán trabajando, porque ninguna condición basta “… para que aquella gente bárbara que los tiene a su cargo procure su remedio” .
Se refieren también a las extorciones por parte de los curas, tanto seculares como regulares que, lejos de defenderlos de los corregidores, se sumaban a éstos en la explotación y abusos. “… un Cura de la provincia de Quito nos dixo transitando por su curato, que entre fiestas y la conmemoración de los difuntos recogía todos los años más de 300 carneros, 6000 gallinas y pollos, 4000 cuyes, y 50,000 huevos, cuya memoria se conserva como se escribió en los originales de nuestros diarios”.
Federico González Suárez, al referirse a este asunto, lamentaba: “Pero ¿y la religión? ¿y los doscientos ochenta años que llevaba de cristianismo la raza indígena? En Cotacachi sacaron los santos para amainar la furia de los indios y los indios las despreciaron, gritando que no hacían caso de los muñecos de palo, fabricados por los mestizos… ¿Eran verdaderos creyentes los indios? ¿los indios nacidos en el cristianismo y creados en el cristianismo? Nuestra alma se angustia mientras vamos trazando estas líneas, porque aún ahora, al cabo de otro siglo más, todavía pudiéramos hacer las mismas preguntas…” .

5. Resistiendo al Estado nacional
Financiando al Independencia
La independencia de Guayaquil tuvo eco en varias ciudades del Ecuador, entre estas Cuenca que declaró su independencia el 3 de noviembre, pero fue sometida nuevamente por las tropas españolas, luego del fracaso en Huachi de la División Protectora de Quito. Posteriormente, en la misma llanura de Huachi fue derrotada la División Auxiliar de Quito, comandada por el general Sucre. Lejos de arredrarse por este nuevo fracaso, el pueblo de Guayaquil y su provincia aportó con los recursos necesarios para continuar la campaña. También arribaron nuevas tropas de Colombia y se logró el envío de mil efectivos por parte del general San Martín. Las tropas colombianas y peruanas se unieron en Saraguro y de allí se dirigieron a Cuenca a donde arribaron el 21 de febrero de 1822. Una vez reconocida su autoridad en la Provincia, el 10 de marzo, Sucre emitió un decreto, con varias disposiciones administrativas. Entre éstas:
“2º. Los indios serán considerados en adelante como ciudadanos de Colombia y los tributos que hacían la carga más pesada y degradante a esta parte desgraciada de la América, quedan abolidos con arreglo a los decretos del Congreso General; pero atendiendo a que las necesidades públicas y los gastos de la guerra exigen procurar los créditos caídos con la tesorería , y que mientras se organiza el sistema de Hacienda deben procurarse todos los medios para cubrir las erogaciones del Estado, el administrador de tributos cobrará la deuda de los años 20 y 21, que no ha sido satisfecha; y como el Gobierno desea aliviar a los indios en el abono de las cantidades que tienen que satisfacer, les rebaja la tercera parte de la deuda de los citados años 20 y 21 y el administrador hará efectivo el cobro de solo las dos terceras partes y encarecerá a los ciudadanos para el más pronto ingreso de esta deuda en la capa pública” .
Pidió también un empréstito de 30 mil pesos a pagar con el producto del Tributo que en Cuenca rendía 45.000 pesos anuales . Como se puede observar, el pueblo indígena financió una libertad que en poco o nada mejoraría las pobres condiciones de sus vidas.
Después de la victoria del 24 de mayo, Bolívar nombró a Sucre como Intendente del Distrito del Sur. A pesar de sus convicciones y de las acciones tomadas en Cuenca, el general Cumanés se vio obligado a solicitar al Gobierno central que se mantenga el tributo, que pagaban los indios toda vez que, si se extinguía esa renta, no habría con que otra reemplazarla. Las demás contribuciones no llegaban a la quinta parte del fruto del Tributo. Así, el pueblo indígena financió la administración colonial, la independencia y lo seguiría haciendo en la Gran Colombia.

6. La República del Ecuador
Rocafuerte, en su condición de Jefe Supremo Provisorio, convocó, el 18 de febrero de 1835 a una Asamblea Nacional que se instaló el 22 de junio de 1835. La presidió José Joaquín Olmedo y fue vicepresidente Pedro José Arteta. Su primer acto fue la confirmación de Rocafuerte como presidente provisorio. El 23 de julio se estudió en la Convención el proyecto elaborado por Rocafuerte, en el que proponía, entre otras cosas: “… dejar abolida la contribución personal de indígenas, sustituyéndola por un tributo anual de tres pesos por cabeza en todo ecuatoriano, sin distinción de calidad ni sexo; y otro para crear un impuesto sobre el capital de los fondos urbanos y rústicos, a la industria de toda especie, a toda profesión científica y a toda arte liberal y mecánica” .76 Esto fue, por supuesto, rechazado por la unanimidad de los legisladores, todos ellos propietarios, comerciantes y financistas.
Para entonces, la situación de las finanzas públicas era desastrosa. La sublevación de Urdaneta, la guerra civil, las constantes insurrecciones y los conflictos con Colombia ocasionaron la ruina fiscal. El ingreso mayor provenía de los derechos de aduana (200 mil pesos) y del tributo pagado por los indígenas (197mil pesos), pero la aduana recibía solamente la mitad en dinero efectivo. Lo extraño e injusto era que cada indígena varón pagaba 3,40 pesos al año, mientras que los demás ecuatorianos solamente 40 centavos.
Finalmente, Rocafuerte logró suprimir el tributo en el Departamento de Guayas. Esto despertó la alarma de los terratenientes serranos; por esta razón, explicó que en esa jurisdicción solamente rendía 15.000 pesos (En el Azuay 48 mil pesos y en Quito 134 mil pesos). “Nuestros indios ganan al año 250 a 300 pesos, todos tienen tres tierras, tres ganados, salmas, bunques o propiedades de alguna clase, y en la Sierra son propietarios sumidos en la miseria” .
El 15 de enero de 1839 presentó su informe al Congreso. Allí denunció la pervivencia de los vicios coloniales: avaricia, servilismo, indolencia de los ricos, ignorancia y atraso del pueblo. Expresó también la tremenda injusticia que significaba que los pueblos indígenas sigan pagando el tributo del que estaba exonerado el resto de la población.
Fracasó el general Flores en su intentó de perpetuarse en el poder. Provocó indignación general la promulgación de la Constitución bautizada como ‘Carta de la esclavitud’, que lo permitiría; pero, lo que realmente exacerbó los ánimos de los ecuatorianos blancos y mes tizos fue la creación de una contribución general de tres pesos, cuatro reales por varón desde los 3 a los 55 años. Y fue una causa fundamental para su remoción.
Triunfante la Revolución Marcista, luego del gobierno del general Urbina, llegó al poder el general Francisco Robles que continuó con la política de cambios. Creó varios institutos de educación media y muchos de nivel primario, dispuso que los abogados de pobres y fiscales atiendan gratuitamente a la población indígena y se atrevió a firmar la abolición de la Ley de Contribución Personal. Esto significó el fin de su mandato.
Después de la descomposición del Estado, la invasión peruana, la firma del Tratado de Mapasingue, por parte del general Francisco Franco, reconociendo las más extremas demandas territoriales del país sureño, llegó al poder el conservador Gabriel García Moreno quien emprendió importantes proyectos de modernización del Estado, especialmente en la educación e infraestructura, pero congeló los avances sociales. Se produjeron, durante su gobierno, algunos levantamientos indígenas. El mayor fue en 1871, en la Provincia de Chimborazo, donde el pueblo Cacha, agobiado por el pago de tributos y la explotación de los hacendados, asesinó al recaudador de los diezmos (uno de los principales impuestos que cobraba el Estado). Fernando Daquilema, joven indígena de 26 años, organizó la resistencia. Su pueblo lo proclamó Rey. Al mando de las tropas indígenas armadas con garrotes, machetes y alguna arma de fuego, ocupó varios centros poblados como Yaruquíes Cajabamba y Punín. Destacó en la lucha Manuela León. Llegaron fuerzas militares de Ambato y Quito. La represión fue despiadada. Daquilema fue fusilado el 8 de abril de 1872, en la plaza del pueblo de Yaruquíes.
Algo mejoró la situación indígena con el advenimiento del liberalismo. Luego de la victoria en el combate de Chimbo, Alfaro ascendió al grado de coronela a la indígena Joaquina Galarza, en mérito a su apoyo a las operaciones militares. Además, envió al Consejo de Ministros el pedido de exonerar a los pueblos indígenas de la contribución territorial y del trabajo subsidiario. El 28 de agosto de 1895, se expidió el decreto. Al llegar a Riobamba, escribió a dicho Consejo: “A UU. les consta la desgraciada condición de los indios del interior y los importantes servicios que han prestado y siguen prestando al Ejército. Inaugurase una nueva época en la República, y las reformas bienhechoras deben hacerse extensivas a todas las clases sociales. Creo, pues, un deber de justicia exonerar a los indios de todos los impuestos fiscales y municipales; exoneración que yo les tengo ya ofrecida, y que para tal objeto encarezco me autoricen como representante del Gobierno…” .
En una circular a los gobernadores, les decía: “Desde mi llegada a Alausí, he venido oyendo quejas incesantes y revelaciones conmovedoras acerca de la suerte tristísima de la raza primitiva y de la crueldad con que generalmente se la trata… y de que la raza negra, exportada de África, tenga mejores derechos, universalmente reconocidos, que los humildes pobladores de los Andes”. Y les dispuso que el “infeliz indio sea tratado como le exigen los sentimientos humanitarios de la civilización moderna y se persiga y castigue rigurosamente a los que, abusando de su autoridad, maltratan de cualquier modo a esos nuestros hermanos, desheredados e injustamente vilipendiados” .
Animado por estas convicciones, el 10 de abril de 1896, firmó un decreto para que los indígenas se acojan al beneficio del amparo de la pobreza y puedan hacer uso de papel común en sus solicitudes a cualquier autoridad; el pago del 5% cuando sean condenados al pago de costas y la liberación de personas privadas de la libertad por costas judiciales, en el caso de ser insolventes.
La Primera Guerra Mundial afectó de manera severa a la economía ecuatoriana, por la caída de sus exportaciones. Existía un gran malestar entre los trabajadores, muchos de ellos influidos por las ideas del marxismo en boga. Se declaró la primera huelga nacional de la historia ecuatoriana. Los días 13 y 14 de noviembre las organizaciones obreras controlaban la ciudad de Guayaquil. El día 15, en la ciudad de Riobamba, importante centro ferroviario, se sumó la Confederación Obrera del Chimborazo y convocaron a los soldados para que hicieran suya la causa de los obreros .
Los huelguistas exigían, entre otras cosas, la incautación total de los giros del comercio exterior, la moratoria de pagos de giros vencidos en moneda extranjera, la creación de una Comisión para el manejo de las divisas y el abaratamiento del costo de la vida. La represión gubernamental fue drástica, seguramente la más sangrienta de la historia. La reacción popular se hizo también presente en el campo. Se produjeron levantamientos indígenas en Sinincay, Jadán, Chibuela, Urcuquí y Leyto, en la provincia de Imbabura.
Del mismo modo, la economía ecuatoriana sufrió los efectos de la crisis del capitalismo del año 1929, cuando colapsó la Bolsa de valores de New York. Gobernaba el presidente Ayora. Los precios de los productos exportables: cacao, café y arroz decrecieron de 100% en 1927 a 49% en 1931, mientras que el déficit en balanza de pagos ascendió de 6.5 millones a 9.6 millones de sucres, entre 1930 y1931. En consecuencia, se produjeron nuevos levantamientos indígenas, como los de Quito Corral y Tanilagua, en 1931; Palmira y Pastocalle, en 1932; Mochapata, en 1933; y, Rumipamba, Llacta Urco y Salinas, en 1934.
Para el año de 1964, todavía existía, como un remanente perverso del colonialismo feudal, la institución del Huasipungo. El gobierno militar que gobernaba en esos años expidió la Ley Agraria y puso fin a ese símbolo de la explotación dramáticamente denunciado por Jorge Juan y Antonio de Ulloa en su Informe Secreto. Para ejecutar la reforma, se creó el Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria (IERAC) que entregó escrituras de propiedad a 14 mil familias campesinas que por siglos habían trabajado como huasipungueros en las haciendas serranas.
En 1973 volvieron los militares al Gobierno, esta vez con el general Rodríguez Lara como presidente. Se publicó un Plan Integral de Transformación y Desarrollo en el que se ofrecía una transformación profunda del agro: En el documento se planteaba la reforma agraria como un instrumento “… imprescindible para eliminar la pobreza del campo, alcanzar crecientes niveles de productividad, propiciar la integración social, utilizar más racionalmente el espacio económico y crear las mejores condiciones para la incorporación de nuevas tierras” . La reforma buscaba eliminar la concentración en la propiedad de la tierra, el precarismo y toda forma de explotación. De esa manera, mejorada la distribución de la riqueza, se motivaría una demanda nacional para productos manufacturados, mejoraría el empleo y así también crecería la demanda de productos agropecuarios. Un importante círculo virtuoso.

7. Con el cambio de siglo
En 1988 llegó al poder la socialdemocracia ecuatoriana, con el presidente Rodrigo Borja Cevallos. En 1990 se produjo un gran levantamiento indígena, en defensa de los derechos de los pueblos y nacionalidades indígenas. Las acciones de resistencia iniciaron el 28 de mayo con la ocupación de la iglesia de Santo Domingo en Quito; el lunes 4 de junio, se generalizaron las movilizaciones en las provincias de Cotopaxi, Tungurahua, Bolívar, Chimborazo, Imbabura y Pichincha que contaron con el apoyo de organizaciones de trabajadores de Azuay, Cañar, Loja y la región Amazónica. Estos acontecimientos obligaron a una reflexión profunda sobre la situación de los pueblos indígenas y orientaron cambios, tanto en el enfoque del desarrollo como en el de la seguridad.
En 1999, participó la CONAIE en la asonada militar protagonizada por el coronel Lucio Gutiérrez. Su presidente Antonio Vargas fue parte del Triunvirato que intentó tomarse el poder, pero las Fuerzas Armadas optaron por entregar la Presidencia a Gustavo Noboa, vicepresidente. Que hubo causa justa es algo evidente, que algunos militares equivocaron la ruta institucional, es indiscutible.
En 2006, las organizaciones indígenas apoyaron en segunda vuelta la candidatura de Rafael Correa, quien, una vez en el poder logró dividirlos y amedrentarlos. La burla desde las tarimas a los ‘ponchos dorados’ la toma de la sede de la CONAIE, fueron provocaciones que no encontraron respuesta de una dirigencia fuertemente dividida y debilitada. En 2015, el pueblo Saraguro intentó una protesta, inmediatamente reprimida.
Llegó Lenin Moreno al poder, en lo que pensaron era un encargo temporal para que absorba la crisis creada por 10 años la improvisación, megalomanía y corrupción, pero inmediatamente de posesionado, abandonó el proyecto autocrático de su Movimiento político y optó por la receta neoliberal. Era necesario sacarlo del poder, y la oportunidad se presentó en octubre de 2019, cuando expidió un decreto eliminando el subsidio al combustible. La CONAIE reaccionó con un levantamiento violento a la que se sumaron los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), organizados durante el gobierno de Correa, siguiendo el modelo venezolano. La protesta se extendió por 11 días y terminó en una mesa de diálogo con la mediación de las Naciones Unidas. El saldo final, según el informe: “Ecuador: Lecciones de las protestas del 2019”, de Human Rights Watch, publicado el 6 de abril del 2020, fue de 11 muertos, 1507 heridos y 1128 detenidos
Casi un año después de estos penosos acontecimientos, se realizó el lanzamiento del libro “Estallido”, de autoría de Leonidas Iza, presidente del Movimiento Indígena y Campesino de Cotopaxi, Andrés Tapia, militante de la CONFENIAE, y Andrés Marín. El presentador de la obra se refirió a una supuesta ‘Comuna de Quito’ comparándola con el movimiento de 1871 que inauguró el efímero (marzo-mayo) primer gobierno obrero del mundo. Tampoco faltaron referencias al pensamiento de intelectuales marxistas como el peruano Carlos Mariátegui y el boliviano René Zabaleta. En otros textos, los protagonistas calificaron al período como “los 11 días que estremecieron al mundo” … “Un fantasma recorre Latinoamérica, es el fantasma de Octubre” (parafraseando al ‘Manifiesto Comunista’) …, y otras expresiones del mismo estilo .
La pandemia apaciguó la campaña golpista de los partidarios de Rafael Correa temporalmente, pero se incentivó cuando quisieron aprovecharse del levantamiento indígena de junio de 2022. Esta vez, los distintos movimientos indígenas no quisieron dejarle el privilegio de representar sus demandas solamente a la CONAIE, y se sumaron la FEINE, organización de pueblos indígenas evangélicos; la FENOCIN, que incluye organizaciones afroecuatorianas; la FENOC, que representa a un sector del campesinado; y, la Confederación de Pueblos y Organizaciones Indígenas Campesinas del Ecuador (FEI), la más antigua de las organizaciones. Juntas plantearon reclamos que coincidían con los de las mayorías pobres del país: “reducción del precio de combustibles, moratoria y renegociación de deudas de campesinos en el sistema financiero, precios justos de los productos del campo, empleo y respeto a los derechos laborales, moratoria de la expansión extractiva minera y petrolera, respeto de los derechos colectivos, abandono a las privatizaciones, control de precios y la especulación de productos de primera necesidad, presupuesto para la salud y educación, y políticas de seguridad ante la ola de violencia”.
Es evidente que los movimientos sociales tenían sobradas causas y argumentos legítimos para reclamar: La profundización de la pobreza, la desigualdad, el desempleo, la corrupción y la impunidad, en parte por efectos de la pandemia, pero también por la torpeza de reincidir en el proyecto neoliberal que llevó a la profunda crisis económica y política de fines del siglo anterior, son razones convincentes para muchos ecuatorianos. La pobreza se ubicó en el 32 % y la extrema pobreza en un 14%. Una tercera parte de la población económica activa (PEA) se encontraba sin empleo adecuado. Comparada la situación urbana con la rural, en ésta las cifras sobrepasaban el 50%. Lastimosamente, también detrás de estas protestas se encontraban los intereses de los partidarios del expresidente Rafael Correa, implacables en el logro de su objetivo de lograr la impunidad de su caudillo, sentenciado a cárcel junto con algunos de sus colaboradores, culpables del mayor despilfarro de recursos públicos de la historia, la más obscena corrupción y, en gran parte, de la patética situación que sufre el pueblo ecuatoriano.
Las movilizaciones indígenas han significado cuantiosas pérdidas económicas para el país que posiblemente pudieron evitarse. Las mesas de diálogo demuestran que éste es posible. El cumplimiento de los compromisos asumidos por el Gobierno y las organizaciones indígenas y deberían servir para que se privilegie la negociación frente a la violencia que, si bien logran reivindicaciones parciales, deja heridas que demoran en cicatrizar y causan daño al conjunto de la sociedad ecuatoriana.

8. Conclusión
Una somera revisión histórica de la relación de los pueblos indígenas con el Estado colonial y republicano, muestran los perfiles dramáticos de la explotación a que han sido sometidos por centurias. Gracias a su infinita capacidad de resistencia, han logrado que se les reconozca como iguales, al menos jurídicamente. En la actualidad ocupan cargos de elección popular y de nominación en todos los campos. Tienen una organización política destacada con relación a la pobre situación de otros partidos y movimientos. Han sido elegidos legisladores, prefectos, alcaldes, concejales, consejeros y miembros de las juntas parroquiales; han ocupado ministerios, embajadas, y altos cargos administrativos.
Han destacado en la defensa de los grandes temas que preocupan a la humanidad en el presente y, en muchas ocasiones, han logrado resultados positivos en causas que pretenden mejorar la vida de los sectores más pobres y marginados. La mayoría de sus conquistas han sido posibles gracias a la democracia con el que deberían estar comprometidos, porque solamente en este sistema, que es perfectible, son realizables los avances en libertad e igualdad, para que la solidaridad sea posible, como soñaron los revolucionarios franceses que dejaron escrita con su sangre esa heroica consigna que tarda en materializarse.

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Andrés Tapia, Leonidas Iza, Hernán Ouviña, Madrid Tamayo, Estallido, La Rebelión de Octubre en Ecuador, Ediciones Red Kapari, 2020

DOCUMENTOS:
Epistolario quítense del gran Mariscal Antonio José de Sucre, Archivo Metropolitano de Historia, DMQ, Quito, 2004, Tomo I
Plan Integral de Desarrollo del Gobierno Nacionalista y Revolucionario de las FF.AA. Quito, Ecuador,1973

Gral. Paco Moncayo