Indigenismo, punto de partida

Fausto Jarammillo Y. | RS 86

Corría el año de 2018, cuando el departamento de Cultura del municipio del Distrito Metropolitano de Quito invitó a la ciudadanía a visitar una exposición sobre el Indigenismo en América Latina, en el Museo de la Ciudad.

Varias salas, patios y corredores contenían las muestras que, a decir de los responsables, intentaban reflejar la realidad histórica de lo que había sido hasta ese momento, la relación social, económica y política de los hombres y mujeres que decían ser descendientes de aquellos pueblos que habitaban esta geografía antes de la llegada de los españoles a sus tierras.

Gráficas, retratos, carteles colgados en las paredes y en los patios del Museo, invitaban a los asistentes a meditar sobre el tema propuesto. Entre ellos, las fotografías antiguas y actuales, en blanco y negro y a color, ampliaciones de páginas de documentos y de libros, frases recogidas de mentes lúcidas, narraban el camino recorrido por los seres humanos de estos pueblos, desde 1492 hasta nuestros días. Con pequeñas diferencias, la historia era repetitiva en todos los actuales países de América: desde México a Argentina, esos rostros cobrizos, macilentos, de miradas duras y profundas y manos curtidas por el sol y el trabajo de la tierra, así como las palabras escritas en los libros y documentos, mostraban que el dolor, la miseria, la explotación, la lucha por sobrevivir y mantener su cultura, había sido una constante.

La sorpresa inicial
Tras el recorrido inicial, ingresé a la sala destinada al Ecuador, donde suponía encontrar la historia del Indigenismo; los personajes que habían escrito, pintado y compuesto obras musicales temáticas; sus ideas, investigaciones y conclusiones, en fin, una sala donde estuviera recogida la vida de los pueblos aborígenes de este país. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando la curadora o curador de la muestra afirmaba que el indigenismo, como un movimiento cultural, había surgido de la pluma de los cinco intelectuales de Guayaquil, conocidos también como los “cinco como un puño”, es decir: José de la Cuadra, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta y Alfredo Pareja Diezcanseco, poetas, novelistas y ensayistas que produjeron sus obras, en las décadas de los años treinta y cuarenta del siglo XX.

Por supuesto que los nombres de estos escritores ocupan páginas importantes en la literatura ecuatoriana; su valor y su sensibilidad contenidos en sus obras son inmensas, pero su historia literaria no se inicia en 1930, cuando Demetrio Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara y Enrique Gil Gilbert publicaron “Los que se van”, esos 34 relatos de un realismo entre salvaje y poético que dan cuenta de la vida de nuestros cholos y montubios, no pertenecen a la escuela literaria y sociológica conocida como Indigenismo.

El indigenismo es propio de la Sierra
Es que el indigenismo, ya sea en su forma literaria de novelas, cuentos o ensayos, o en forma de estudios sociológicos o antropológicos no pertenecen a la Costa ecuatoriana, sino a la Sierra, porque en esta región es donde se concentra la mayoría de los pueblos indígenas y es aquí, donde, precisamente, se muestran en su real dimensión las relaciones entre los dos segmentos poblacionales mayoritarios del Ecuador: el blanco-mestizo y el indígena.

El liberalismo
A finales del siglo XIX, el triunfo de la revolución liberal liderada por Eloy Alfaro había empujado a los habitantes de la Costa al comercio. El agro costeño enfiló sus labores a la producción de exportación, especialmente el cacao y, por ende, los capitales se concentraron y dedicaron sus esfuerzos a financiar la producción y el comercio exterior de dichos productos; en cambio la Sierra seguía apegada a la producción agrícola de consumo interno.

Las relaciones sociales y económicas en la Costa evidenciaron los primeros síntomas de modernismo: contratos temporales, pagos diarios, semanales o mensuales, lo que trajo consigo una mayor movilidad de los campesinos que iban tras las cosechas, donde recibían un pago económico que les daba mayor libertad. Por eso en la Costa, los cholos y montubios, emparentados quizás con los indígenas serranos, forjaron otra historia, tal vez, tan dolorosa como la de los habitantes de la Sierra, pero donde las relaciones no fueron entre hacendados y labradores, fueron más bien entre patrones y obreros; por eso las obras de los escritores de Guayaquil tienen la fuerza política que estas relaciones establecen.

En la Sierra, especialmente en las actuales provincias de Imbabura y Chimborazo, por el contrario, se manifestaron relaciones propias de la Colonia basadas en la propiedad de la tierra: la hacienda, los latifundios, el huasipungo, las mitas, y en ellas aparecen incluidas a manera de bienes, sin derecho a pago alguno, apenas sobrevivientes de la “generosidad” o, mejor dicho, de la limosna de los “amos”, los campesinos y sus familias, que la habitaban.

Amable Agustín Herrera
Habría que esperar el inicio del siglo XX cuando un sacerdote, Amable Agustín Herrera, desconocido e ignorado en los tratados del indigenismo, se atrevió a describir con verdad y valentía la situación del indio en el país.

El gobierno central, con el fin de celebrar el Centenario del primer grito de Independencia, organizó la gran Exposición Nacional que debía realizarse en agosto de 1909. El Concejo Municipal de Otavalo llamó a sus artesanos y hombres de bien a participar en esta convocatoria y para ello destinó mil sucres para aquel que presentara una obra que mejor representara a la ciudad y a su gente. El sacerdote Amable Agustín Herrera, párroco de San Rafael, no vaciló en presentar, la Monografía del Cantón, pensando que mostraría al país y al extranjero las bondades y belleza de su tierra y las cualidades de su gente.

Al leer dicha monografía encontramos el CAPÍTULO XII Condición moral del indio. – (Brazo de la agricultura. – Costumbres supersticiosas. – Embriaguez. – Pleitos)., que en lo pertinente a la situación del indígena transcribo lo siguiente:
“El indio, estudiado de cerca, sin ese contagio ruinoso de la influencia de algunos blancos degenerados, es de buenos sentimientos, respetuoso de la moral, temeroso de Dios; adicto a la caridad, de sus puertas la miseria no regresa sin el socorro; morigerado en sus costumbres, come y duerme como el más estricto cenobita; el hábito de trabajo parece como la esencia de su carácter. En el seno del hogar, afectos, amores, vigilancia, reparte entre los diversos miembros que componen la familia. Al indio, por un criterio preconcebido, se le considera como un ser inepto, vil, asidero de todos los vicios. Desde la conquista hasta hoy, en el Cantón, ha sobrellevado la innoble carga del desprecio de los blancos. ¿De los blancos? De los de su misma raza que han logrado cambiar de idioma y vestirse a la europea.

El indio, ¿merece desprecio?
¿Merece este deprecio? No; lejos de la servidumbre y de los indignos manejos de los blancos, se caracteriza por la nobleza de los sentimientos, por sus buenas cualidades para las artes y las ciencias, por muchas virtudes sociales, domésticas y religiosas. El roce con ellos por espacio de trece años nos obliga a hacer esta afirmación a favor del indio. En cuanto a su educación, la civilización europea no le ha amoldado en su tipo hermoso y regenerador. ¿Dónde están los centros de instrucción y educación creados para su mejoramiento, previo un estudio concienzudo de sus condiciones? ¿Dónde las leyes protectoras, después de formar en él costumbres buenas, que le arranquen de las manos embrutecidas del salvajismo? Se han expedido leyes inconsultas, atentatorias a la justicia a la verdadera libertad. ¿Qué pueden hacer las leyes, si no hay sujeto donde aplicarlas? ¿Qué pueden las leyes, si los encargados de ejecutarlas, las conculcan, las convierten en papel de pasteleros?

Y sigue el cura Herrera: Actualmente, el indio del Cantón de Otavalo, a pesar de la servidumbre en que vegeta, a pesar de la ignorancia que le rodea, es el factor de la riqueza pública, el principal, ya por la manufactura, ya por la agricultura, ya por el comercio. Es tan cierto esto que, formando sociedades, ha comprado fundos del valor de veintitrés mil sucres, de veinte mil, etc. los mejores tejidos de lana y algodón, industria de él son; el comercio de marranos gordos, de lanas, de artículos de agricultura de él es; la curtiduría, las canastas de juncos, las esteras para pisos, para cielos rasos, la albañilería, la carpintería, de él son.

El espíritu de imitación
El indio, ha adquirido, o es natural en él un espíritu de imitación admirable; a proporción de lo que sabe, de lo que adivina, de sus aptitudes, supera al modelo. Ahí están las jerguetas demostrando la habilidad del indio. El indio es el alma de la manutención de los blancos; es el ordinario comerciante que provee de los menesteres más indispensables en las plazas de mercado; es el granero de todos los habitantes del Cantón, durante las cosechas.

[…] El indio, a pesar de todo, es el brazo derecho de la agricultura; los blancos, bajo este aspecto, ¡no le reconocen más defecto que el de la ociosidad!… ¡Trabaja nueve horas al día por un miserable jornal, y es ocioso! En el laboreo de las grandes haciendas como en los terrenos de los pequeños propietarios se ocupa el indio. Arar, sembrar, cosechar, obras son del indio. ¿Qué graves males no ocasionaría a la agricultura, rechazando el prestar su contingente para labrar los campos? Este es un problema digno de llamar la atención de los entendidos y que debe ser resuelto con tiempo, para que consecuencias fatales no arruinen la mejor fuente de la riqueza pública. El indio, día por día, va apoderándose de los terrenos del Cantón, se entiende por compra justa; con la posesión de ellos en mayor escala, cultivándolos con esmero, adquirirá un bienestar que le hará despreciar el jornal. ¿Quién labrará los campos? Creemos que pronto desaparecerá el concertaje; ¿cómo atenderán los grandes propietarios a la labranza? Supuesto el pequeño número de blancos, su repugnancia a las faenas agrícolas, lo reducido del jornal, las nuevas industrias que reportan dobles ganancias, ¿quién reemplazará al indio en la agricultura?

Hoy mismo, a pesar de leyes que terminantemente lo prohíben, y sobre todo, con una mal intencionada protección a la clase indígena, para los trabajos del gobierno no se prestan voluntariamente los indios; es necesario recogerles con los Alcaldes, con los gendarmes, quitarles prendas, amenazarles con la cárcel, para obligarles al trabajo. En las Tenencias Políticas hay abusos incalificables al respecto; se abusa de ellos para remitirles a los climas insanos, mortíferos, ganando los Tenientes Políticos un tanto por ciento. Para esto no escasean las amenazas, el perdón en las contravenciones, con perjuicio de la moral y del tesoro del Municipio.

El gobierno central
[…] En ocasiones, el mismo Gobierno, a falta de acémilas, le ha recogido a la fuerza para que conduzcan parque. Estas alcaldadas desmejoran la ya mísera condición de los indios y ultrajan a la civilización. La remuneración equitativa del trabajo proporcionará brazos a la agricultura; el indio, bien retribuido, no rehusará el ejercicio del laboreo de los campos. Pagos semanales, aumento de salario, un trato humano serán las bases de la futura agricultura. El indio agota sus esfuerzos, durante determinadas horas en el día, sus mejores energías presta a la industria agrícola, y en concurso común con sus iguales explota los campos, los hace productivos y fomenta la riqueza pública y el bienestar individual. Este sistema se conforma con la justicia; la remuneración inmediata, proporcional al trabajo, aumentará los brazos de la agricultura, viniendo a tiempo a llenar las apremiantes necesidades del indio.

[…] Los indios son hombres como nosotros, y, como nosotros, exigen una dirección inteligente humanitaria, moral. Lejos del campo las palabras soeces, mortificantes; procúrese estimular en ellos la honradez, el amor propio ordenado; procúrese enterarles en la nobleza del trabajo, y el zurriago no tendrá ocupación en las haciendas. Que el castigo sea moderado, corrección no venganza.

El indio guardián de sus costumbres
El indio es amigo de los usos y costumbres de sus antepasados con tal vehemencia, que cualquiera innovación que se quiere imponerle, encuentra resistencias difícilmente vencibles. Muchas de las supersticiones del gentilismo aún las conserva. Las enfermedades no las considera como provenientes de la naturaleza, sino como hechuras de algún enemigo, las cuales han de curarse recurriendo a la ciencia supersticiosa del curandero (brujo).

La embriaguez
La embriaguez es el vicio predominante en la raza indígena del Cantón. El indio, todo lo reduce a la práctica de este vicio: el nacimiento de un hijo, la muerte de un pariente, el enlace de una pareja, no alegran su corazón, ni lo enlutan, faltando un solemne bebistrajo. Ni tampoco el indio computa como un desorden la embriaguez; con mayor razón, cuando la gastan un compadre, un amigo, un pariente; es la cosa la más regular: es un cumplido, un toque social; entre ellos daría margen a un reproche, a un enojo el no aceptarlo y es tan honrosa entre ellos la embriaguez que deben hacerla notable, pública a los de la parcialidad, pues constituye un signo de que saben trabajar, que han salido del estado de adolescentes inútiles, y que ya son hombres provechosos.

Sigue el planteamiento de este sacerdote […]“Otro medio de reforma del indio es la escuela. La escuela será el sol que alumbre la felicidad del indio: ¡hagamos que fulgure pronto ese sol en la mente del indio y aplaquemos la ira de los manes de los héroes del 10 de Agosto! Pocos acudirán, de voluntad, a la escuela; aquí corresponde la acción paternal, civilizadora del Gobierno: obligar a los padres de familia indígenas al cumplimiento del deber de instruir a sus hijos, prestarles todo género de apoyo; y entonces el indio, abandonará de suyo las retrógradas costumbres de sus mayores, abrirá los ojos a la luz de otro mundo en ideas y en efectos, y se convertirá en un ciudadano útil á sí mismo, digno y provechoso a la sociedad. No vemos otro medio de civilizarlo.
Nosotros no acusamos a nadie; pero sí vemos que hay una incuria reprochable en instruirlo, prejuicios en considerarle incapaz de los beneficios de la civilización, desprecio para su persona, empeño en conservarle en este estado de ignorancia y de degradación, animosidad en su contra, cuando ha pisado los umbrales de la escuela. Rechazamos estos ataques, condenamos la negligencia en educarlo, y conjuramos a todos los hombres de buena voluntad a que desplieguen sus talentos, sus influencias, su autoridad en pro del mejoramiento intelectual y social de la raza indígena del Cantón. El indio, mediante la instrucción, ha demostrado que le adornan cualidades que no reclaman de su actividad sólo el arado y el azadón. Espejo, la musa del grito de independencia en 1809, es la gran figura de la patria ecuatoriana; y esa gran figura es mejor timbre de la raza indígena”.

En lo transcrito encontramos ya la germinación de lo sembrado por Espejo y Velasco: el Indigenismo; y por primera vez, la descripción de su condición, de las injustas relaciones impuestas a este pueblo, sale de la pluma de un otavaleño.

El indio, asidero de todos los vicios
“Al indio, por un criterio preconcebido, se le considera como un ser inepto, vil, asidero de todos los vicios. Desde la conquista hasta hoy, en el cantón ha sobrellevado la innoble carga del desprecio de los blancos. ¿De los blancos?”
Y sigue su alegato: “De los de su misma raza que han logrado cambiar de idioma y vestirse a la europea. ¿Merece desprecio? No; lejos de la servidumbre y de los indignos manejos de los blancos, se caracteriza por su nobleza de los sentimientos, por sus buenas cualidades para las artes y las ciencias, por muchas virtudes sociales, domésticas y religiosas. El roce con ellos por espacio de trece años nos (me) obliga a hacer esta afirmación a favor del indio”.

Bastarían estos párrafos, escritos en 1909, para aceptar que la temática del indigenismo había nacido, y que su cuna era Otavalo. Allí, en esas palabras está la problemática: “desde la conquista ha sobrellevado la innoble carga del desprecio de los “blancos”. Al plantear así la problemática, el Padre Herrera acepta la existencia de categorías para clasificar a los seres humanos, que vendrían por el color de la piel; pero, recordemos que la historia de España está cargada de invasiones y mestizajes: celtas, catalanes, romanos, árabes, vascos, y tantos otros pueblos que dejaron huellas imborrables en la piel de los conquistadores de la América andina. Entonces, ¿blancos?
Pero, su denuncia no se queda en estas líneas. Hay también una denuncia tan fuerte y dolorosa que sangran las palabras: “¿De los de su misma raza que han logrado cambiar de idioma y vestirse a la europea”?

Pero, el autor no se queda en la denuncia del maltrato, sino que esboza una defensa: “se caracteriza por la nobleza de los sentimientos” incluso intenta mostrar otras facetas del indígena: “sus buenas cualidades para las artes y las ciencias” y claro, no podía faltar las cualidades que busca un sacerdote en su ministerio: “por muchas virtudes sociales, domésticas y religiosas”.
Según Plutarco Cisneros, Director de Instituto Otavaleño de Antropología el Padre Amable Herrera es “un gran precursor en el análisis del problema social del indígena, tanto como en el tema educativo”.

Las dos grandes revoluciones de inicios del siglo XX
En la segunda década del siglo XX, dos revoluciones vendrían a modificar visiones y comportamientos: la revolución bolchevique en Rusia daría nacimiento al socialismo en sus diferentes versiones; y la revolución mexicana que habría de reclamar “la tierra para el que la trabaja”.

Las dos revoluciones no habrían de pasar desapercibidas en el Ecuador y así, en 1926 se realiza en Quito la primera convención socialista del Ecuador que daría origen al partido Socialista, el que luego se escindiría para parir al partido comunista de tendencia soviética y el de tendencia pro-china; y a diversas agrupaciones sociales que adoptarían la ideología socialista para intentar imponerla o adaptarla en el país.
La revolución mexicana, en cambio, cumplió un importante papel en el pensamiento propio de América. Sus líderes visibles Emiliano Zapata y Francisco Villa, no se destacaron precisamente por sus luces intelectuales, ellos eran rudos campesinos que exigían el respeto a su tierra para sobrevivir; sin embargo, a su alrededor se ubicaron varios de los pensadores más claros y distinguidos que le dieron forma a esta revolución; entre ellos, José de Vasconcelos, ministro de Educación que emprendería una transformación en el pensamiento latinoamericano. La alfabetización universal, la creación de bibliotecas en cada pueblo, la lucha por resaltar la cultura por sobre las armas, habrían de calar en el pensamiento de los jóvenes de esa época y, a partir de ellas, el rescate de lo autóctono, de los derechos de los pueblos y de sus gentes empezaron a formar parte de las luchas sociales de América Latina.

Influencia de Vasconcelos en el país
En el Ecuador, esta influencia vasconceliana habría de tomar cuerpo en varias ciudades, entre ellas, Otavalo, donde un grupo de jóvenes inquietos por las artes, las ciencias, la educación y la política habrían de formar la “Liga de Cultura José Vasconcelos” de cuyo seno habrían de nacer escritores y científicos, la mayoría de ellos profesionales de la educación, maestros de escuela y de colegio.
Mientras los escritores guayaquileños publicaban sus obras comprometidas con la problemática social y económica de los montuvios, en Imbabura, se publica “La Embrujada”, un cuento largo o novela corta, de Fernando Chávez, reconocida como la pionera del indigenismo ya que fuera publicada en 1923, ganadora del primer premio en el concurso organizado por el Centro Universitario del Norte. Su Primera edición la encontramos en la Revista de la Sociedad Jurídica Literaria de Quito, que salió a la luz entre enero y junio de 1923. Luego otra obra del mismo autor, “Plata y Bronce” cuyo título nos remite al color de las razas en conflicto, fue publicada en 1924.

Otavalo, la pionera
Entonces, Imbabura, y Fernando Chávez tienen derecho a reclamar el ser los primeros en escribir, literariamente, la realidad social del indio ecuatoriano. Y, claro, el autor lo hace desde las ideas imperantes de aquellos años, es decir, de la denuncia de la existencia de una explotación inhumana, de que las cosas no debían seguir por ese camino, que había que construir otro tipo de relaciones sociales, económicas y políticas; por eso, Chávez se declara socialista y desenvuelve su vida en esa tienda política.
La semilla había sido enterrada y pocos años después empieza a dar sus frutos. En 1934, es decir 11 años después de la primera novela de Chávez, sale a la luz Huasipungo, novela escrita por Jorge Icaza, para transformarse en la más alta cumbre del indigenismo ecuatoriano.