Hoteles del silencio de Javier Vásconez

Mariana Yépez Andrade | [email protected]

En esta novela, Gustavo Vásconez crea varias historias que recorren Quito, y Madrid. Su principal personaje es Jorge Villamar, el propietario de la papelería París, en  donde conoce a Loreta, con quien luego forma una pareja, y cuyos recuerdos la ubican en España, dándose así un paralelismo por sus relatos.

Si bien Jorge es el protagonista y  el narrador, no se puede soslayar que Loreta también es narradora, porque a través de  su palabra, se conocen ciudades, hoteles  y personajes, sus orígenes en un sector rural de la parte andina de Ecuador, y la realidad de los migrantes en España. Loreta viajó con su madre a Madrid y sobrevivió su niñez encerrada en una habitación mientras ella salía  a trabajar; creció  bajo su protección y consejos para tornarse invisible.  Este es un mensaje doloroso que puede tener varios significados. Mi apreciación es que si la madre sintió la discriminación cuando la identificaban como una extraña por ser  migrante,  no quiere eso para su hija. Era  preferible no ser vista, no ser oída, y pasar inadvertida para no sufrir.   Le decía siempre que “no prestara atención a lo que le decían y que no mirara a los ojos de la gente en la calle, porque entonces estaba perdida” (fs. 129).

Confiesa Loreta que  eran para la mayoría  “tan inescrutables como una noche de invierno” y es así que cuando se refiere a su madre, y hablaba de los migrantes, “se le reaviva el odio incrustado como un lunar en la piel de su conciencia, lo que acentuaba su rencor”(fs. 158). Durante su infancia en Madrid había sido inducida por su madre a convertirse en un fantasma,   a mantener un profundo silencio si alguien le hablaba por las calles.  Esta es  una realidad que denuncia Gustavo Vásconez y que debe dolernos por compatriotas  y ser corresponsables de haber creado una población de tercera en un país de primera.

Loreta es cautiva de su pasado; guarda los recuerdos de su infancia, “como una fotografía colgada en el muro de la memoria” de aquel pequeño pueblo agrícola,  donde transcurrió su infancia en los Andes.  Recuerda a su padre y  entra en el pasado con otros personajes y lugares.

El autor con gran destreza hace que los tiempos se crucen, regresen y continúen. El relato va y viene en dos espacios y dimensiones: Quito y Madrid. La historia principal de Loreta y Jorge se construye por las vivencias de ella, y la insistencia de él en conocerlas, por medio de las cuales, se entera de su relación sentimental con Tito (ecuatoriano migrante), sus encuentros en hoteles lúgubres, el abandono, su embarazo que ahora transcurre junto a Jorge hasta el final del mismo, hecho que pone punto final a la novela.

Tito es el símbolo de la desesperanza, de la falta de futuro,  que no cabe en ningún lugar, sino en el submundo del delito. Dice que  “un emigrante no huye solo de su país, sino de la mala suerte” y que ”muchos creen que el cambio de escenario les traerá nuevas oportunidades. A veces esto funciona, pero muchos otros no logran alcanzar las orillas del río”. (fs. 64)

La suigéneris relación de Loreta y Jorge se entrelaza con una historia de robo de niños, lo  que efectivamente sucedió en Quito, hace más de 20 años. Hay misterio en el posible desenlace: una clínica en el  volcán, y personajes oscuros e intrigantes. Existe una permanente ansiedad en  Loreta para encontrar a Tito, el padre de su hijo,  y su afición por la música, como la de Bob Dylan, “ que la transformaban por completo”. Jorge está convencido de que no existen las casualidades, y que hay fantasmas en  las fotografías, lo que aprecia cuando visita al fotógrafo Felix Gutiérrez y al examinar a algunos muertos y la silueta de los fantasmas captados por él, le parecen tan reales, que hasta intuye  la posibilidad  de la inmortalidad. “Podría creerse que los  fantasmas que andaban sueltos por la ciudad no eran criminales ni secuestradores de niños, como se venía diciendo, sino ficciones y fotografía…”

Entre las fotografías distinguió con claridad la de J. Vásconez,  el autor de la  novela, y ve el paso del tiempo. De este modo el escritor recurre a la técnica de introducirse en la trama, con aspecto cansado y tenso, parado bajo las sombras del pasaje Morán,  que por sus características: de aire fatigado y nervioso, sea “quien haya escrito con palabras inciertas sobre el mapa de hule de la ciudad, porque lo que más le gustaba era imaginar las distintas ciudades del mundo.”

Esta técnica le acerca a los personajes y da a la novela visos de realidad. Jorge dice que a menudo lo veía solo en una mesa de la plaza Foch (es una auto descripción)  y que  le “habría gustado preguntarle en qué momento de su vida y en qué ciudad se había hundido en el infierno, y también decirle que sus novelas y cuentos eran iguales a una canción imaginada por Loreta, donde había una ciudad vigilada por un volcán en la que nunca paraba de llover “ (fs. 281) La novela también enfoca la mendicidad y precariedad de quienes viven en el viejo molino ubicado junto al río Machángara.

Javier Vásconez con su excelente estilo no solo describe parques, barrios, calles, hostales; va más allá de lo físico y trasciende a las interioridades de los personajes, las historias de las habitaciones con sus misterios y soledades. Los personajes son curiosos, atormentados  y rodeados de misterio.

Es una novela  sobre la ciudad de Quito, sus problemas: el secuestro de niños, la mendicidad y el problema migratorio que comparte con Madrid. Por su contenido, forma, uso del lenguaje, crudeza y sensibilidad, no  podemos dejar de leerla.

Mariana Yépez Andrade | [email protected]