El mensaje que evitó la Tercera Guerra Mundial

Autor: Fausto Jaramillo Y. | RS 87


Muy pocas veces la humanidad estuvo al filo de iniciar ya una guerra atómica y el mundo estuvo en vilo en la llamada crisis de los misiles, aquí Fausto Jaramillo nos recuerda esos días tensos.

No sé por qué extraño sortilegio de los dioses (mis dioses), desde hace años siento una incontenible curiosidad por saber y entender todos los eventos que rodearon y rodean esa etapa de la historia del siglo XX, llamada “Guerra Fría”.

Todo aquello que se publica, sea carta, artículo, ensayo o libro, sobre el tema es motivo de búsqueda y de lectura de mi parte, así como soy el más interesado asistente de cualquier documental o película que se transmita en la televisión o en las ya, casi, desaparecidas, salas de cine.

Supongo que esa actitud debe estar ligada al miedo que sentí y sufrí en mí ya lejana juventud, cuando durante una semana perdí el sueño, y creo que todos los habitantes de esta geografía, también lo hicieron, a causa de la noticia de que varios barcos de la Armada de Unión Soviética, cargados de misiles atómicos, navegaban hacia la isla de Cuba; mientras el presidente John F. Kennedy, ordenaba a los suyos que rodearan la isla y que dispararan en el caso de que aparecieran por sus radares. El miedo se transformó en un trauma que no he podido superar.

Es que el peligro era real. Nunca antes y nunca después, se dio una confrontación directa entre las fuerzas de las dos potencias mundiales, y aunque no llegaron a disparar un solo tiro, la geopolítica mundial tembló ante la posibilidad de que la fuerza atómica desatara su infierno en América.

Cuando pasaron los días y los dos portavoces anunciaron el fin de esta tensión, al mundo, y yo con él, pudimos respirar tranquilos. Atrás quedaron las imágenes de un posible holocausto nuclear, que pudo haberse desatado a pocos cientos de kilómetros de donde yo me encontraba.

Para evitar que el mundo viviera otra crisis como aquella, los dos portavoces, el de la Unión Soviética y el de los Estados Unidos, anunciaron que sus líderes habían decidido superar las gestiones diplomáticas tradicionales por una diplomacia directa entre ellos, que habían conversado, directamente, sobre las causas que se habían desatado y las consecuencias que un pequeño mal entendido pudo haber provocado y el resultado de ese diálogo había superior y en menor tiempo.

Anunciaron también que, a partir de ese momento, se instalaría una línea telefónica, con la más alta tecnología, entre el Kremlin y la Casa Blanca, para que funcionara esa diplomacia presidencial, sobre la diplomacia de los Secretarios de Estado. Lo llamaron el teléfono rojo.

La alegría luego de la
tensión

Fue tanta nuestra alegría, tanta paz sentida que no hubo espacio para el análisis científico y tecnológico sobre el teléfono rojo. Es que en realidad en 1.963 la humanidad aún no conocía el Internet que vence las barreras espaciales con rapidez telefónica y con claridad de audio inigualable. El teléfono rojo, solo podía aspirar a ser un sistema de comunicación que venza los 7.871 kilómetros que separa a Washington de Moscú, superando la curvatura terrestre, la inestabilidad del océano Atlántico, la geografía europea; o, tal vez, la fría estepa rusa, el océano Pacífico, la fría Alaska hasta llegar a Washington, pero esta última opción nunca fue considerada por lo inhóspito del clima de la estepa soviética.

La última tecnología de aquel tiempo

Nadie pensó, ni por un segundo siquiera que no había, por aquel entonces, una tecnología que pudiera lograr dicha hazaña; sin contar en que cualquier desquiciado guerrerista podía cortar la línea e impedir la comunicación directa entre los dos líderes.

Por eso, cuando los Estados Unidos, como es su ley y su costumbre, luego de 50 años, desclasificó los documentos sobre el teléfono rojo me llevé, y supongo que muchos otros ciudadanos del mundo también, una enorme sorpresa.

“Un zorro rápido y pardo saltó sobre el lomo de un perro holgazán 1234567890”. Dicen los historiadores que este surrealista e infantil mensaje llegó al Kremlin el 30 de agosto de 1963. Estaba escrito en inglés, con todas las letras en mayúsculas, y había sido enviado desde Washington en uno de los momentos de mayor tensión de la Guerra Fría, tan solo unos meses después de la crisis de los misiles de Cuba. A pesar de ello, detrás de aquellas palabras no había información clasificada alguna, ni datos sobre emplazamientos militares secretos ni advertencias encubiertas sobre un ataque próximo.

No era teléfono,
no era rojo

Aquella frase no significaba nada, absolutamente nada. Era tan solo una expresión sin sentido que escogió el Gobierno de Estados Unidos, para comprobar que la línea de comunicación directa establecida con el Kremlin, con el objetivo de llegar a acuerdos urgentes en los momentos más críticos, funcionaba correctamente. Una línea sobre la que, supuestamente, iban orbitar los asuntos más importantes de las relaciones internacionales entre las dos principales potencias del planeta. Pasó a la historia con el nombre de ‘teléfono rojo’, aunque en realidad ni era un teléfono, ni era de color rojo, sino una especie de fax que podía enviar mensajes escritos de la forma más rápida y segura posible en aquellos años de espías y paranoias.

El problema fue que el “teléfono rojo” fue una imagen creada por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos. Incluso un aparato de dichas características aparece en el museo del presiden Jimmy Carter y en varias cintas de Hollywood.

Descifrar lo que no
estaba encriptado

Algunos historiadores dicen que los soviéticos, incluso, intentaron descifrar en vano aquel primer mensaje absurdo. Hasta que fueron informados de que tan solo era una prueba. Para ser más exactos, un pangrama, una oración que en su traducción al inglés contiene todas las letras del alfabeto: «The quick brown fox jumps over the lazy dog». La frase se usaba ya desde mucho tiempo antes para practicar mecanografía, probar las máquinas de escribir y los teclados de los primeros ordenadores o mostrar ejemplos de fuentes, entre otras cosas.

Las crisis son
detonantes de avances científicos- tecnológicos

Aunque la idea de establecer este ‘teléfono rojo’ había surgido unos años antes, el detonante para su definitiva puesta en marcha fue la crisis que se produjo en Cuba, en octubre de 1962, cuando Estados Unidos se enteró de la existencia en la isla de una serie de bases de misiles nucleares, de alcance medio, propiedad del Ejército soviético. En opinión de numerosos expertos, ese fue el momento que más cerca estuvimos de que estallara una Tercera Guerra Mundial. Entre otras cosas, porque durante las 12 horas que tardó en llegar el mensaje de 3.000 palabras que Nikita Khrushchev envió para establecer un acuerdo inicial y rebajar la tensión, se podría haber desatado la tragedia. Las dos superpotencias, aprendieron que aquello no podía volver a ocurrir.

Cable submarino

El primer mensaje oficial llegó apenas tres meses después, y fue enviado desde Washington, para informar a los rusos del asesinato de Kennedy. Moscú no lo inauguró sino hasta cuatro años más tarde para informar de un conflicto en el que no participó, la Guerra de los Seis Días, que enfrentó a Israel, Egipto, Jordania y Siria.

Y llegó Internet

En 1971, el cable submarino fue sustituido por la comunicación vía satélite, ya con Richard Nixon en la presidencia de Estados Unidos y Leonid Brézhnev como líder soviético, es decir cuando el hombre ya había pisado suelo lunar, hazaña que tuvo como uno de sus componentes el lanzamiento y puesto en órbita del satélite de comunicaciones “Pájaro madrugador” y con él, el sistema que daría una base firme para el Internet. Durante todos esos años y los posteriores, el ‘teléfono rojo’ jugó un papel importante en otros conflictos como la Guerra de Vietnam, el enfrentamiento entre India y Pakistán en 1971; la Guerra del Yom Kipur en 1973, entre Israel y sus vecinos árabes, y la invasión de Afganistán por parte de la Unión Soviética.

La realidad es menos romántica que los cuentos de fantasía; sin embargo, éstos nos brindaron, por aquellos días una paz anhelada. Ahora que ya han pasado tantos años podemos aceptar que el teléfono rojo, no era teléfono ni rojo, pero la sola idea de su existencia brindó por muchos años, una sensación de paz asegurada y la ausencia de peligrosos conflictos bélicos por una incapacidad de un diálogo directo entre los más altos líderes de las superpotencias mundiales.