El jubilado

Autor: Gabriel Ordóñez Nieto | RS 67


Han pasado los días en diluvio
y sin tener de todos, el recuerdo claro,
estoy como hombre……..¡ya maduro!



Han pasado los días en diluvio
y sin tener de todos, el recuerdo claro,
estoy como hombre……..¡ya maduro!

Madurez: estación del inconcluso itinerario,
atavío de secos arroyuelos en el rostro,
remanso teñido de otoño y en sosiego,
furia cautiva del tranquilo pensamiento,
rescoldo de pasiones que a su tiempo
¡indomables! parecieron ¡indomables!

Entender la paradoja de la existencia, de la misma vida, significa asimilar que lo nuevo de la vida es la vejez y que lo joven ya es lo caduco, lo viejo. Madurar es respetar el ciclo de la vida hasta sus últimas consecuencias, colmar los años de vida y tomar la existencia con alegría y responsabilidad. El valor y el homenaje que el hombre puede dar a su vejez es la aceptación que no es igual, ni siquiera similar, a rendición y sumisión. Por el contrario, el hombre claudica ante la realidad cuando no la acepta. Y claudica no por rebelde, sino por soslayar su propia condición finita, transitoria.

El desgobierno de la revolución ciudadana irrespetó y marginó a hombres y mujeres de la tercera edad que se acogieron al derecho de la jubilación, pero no, no rechazó al cabello cano, ni el andar pausado, ni las arrugas de los rostros, discriminó y ofendió a la experiencia y a la sabiduría. En efecto, los jóvenes lucen vigorosos, radiantes como fuego en su máximo esplendor, los viejos irradian claridad; los primeros descubren piedras en el camino e impiden los tropiezos, los segundos iluminan la meta esté donde esté y evitan el extravío.

El desgobierno de la revolución ciudadana creyó y con razón que los jóvenes son como la nube, que libera lluvias y fertiliza los campos pero, olvidó que los viejos son el manantial que llena el cielo de nubes tal como la vida, al abandonar el cuerpo, sube en espíritu al infinito.

Para hablar sin eufemismos es bueno olvidar las palabras tercera edad y decir, más bien, que los viejos son, con los brazos extendidos y las manos abiertas, orfebres llenos de esperanza que van en pos del lucero, de la fe, de la verdad última que purifica, transforma y perpetúa mientras los jóvenes labran el surco, ponen las semillas y esperan el fruto. para sostener la especie. Maravilloso sincretismo.

Ya no están en la etapa del poder ni lo ambicionan, ya dieron lo mejor de su tiempo, talento y energía, ya sirvieron a los hijos, la sociedad y la familia; ya dejaron la impronta de trabajo, pundonor, fuerza y coraje en el mundo en que les tocó vivir, que no es el mismo que recibieron, ni será el mismo que dejarán. Pero no han terminado. Aún tienen sueños y alegrías. Aún tienen arrestos para decir a los gobernantes que se equivocan y mucho cuando alimentan con fervor la contradicción de querer vivir sin envejecer. Los seres humanos como todos los seres vivos se desgastan conforme transcurre el sino. “Deteriorarse es el impuesto que se paga por el privilegio de vivir (Sócrates)”

Más de 400 mil jubilados ecuatorianos están enfrentados al gobierno que padece problemas económicos por una política económica que ha privilegiado el gasto público sin medida ni control y, al quedarse sin recursos, ha implementado recortes tanto en el presupuesto como en ciertas inversiones, lo cual está bien pero, está mal, muy mal, echar mano a dinero que por ley no le pertenece, es de los afiliados y es infame suspender aportes históricos en favor de las jubilaciones.

Es un retroceso reducir la calidad de vida alcanzada al cabo de 30 o más años de servicio a una precaria satisfacción de techo y comida, es condenarlo al sufrimiento y la depresión con todos sus peligros.

Los exservidores son, salvo las excepciones de la vida, personas honestas, la mayoría dejaron todo en sus respectivos trabajos y se retiraron luego de 25,30 o más años de servicio con la esperanza de gozar de una pensión que garantizara la aceptable calidad de vida que alcanzaron durante su vida activa con esfuerzos y trabajos adicionales. Reducir sus pensiones es condenarlos a la precaria satisfacción de techo y comida y a la tortura psicológica proveniente del estado que acortará sus años de vida. ¡Solo Dios debe fijar día, hora y lugar de las muertes humanas y no el gobierno de turno!

Ante esta mentalidad, en un mundo donde la vejez no encuentra su espacio, la valentía se vuelve la virtud de la vejez. Y la primera valentía frente a esta mentalidad es la de reconocer el paso del tiempo y rescatar la hondura que trae la vejez consigo. La valentía es, ingrediente fundamental para defender la dignidad, vale asegurar entonces, que sin valentía no hay dignidad y los jubilados están en pie de lucha en defensa de sus derechos.

Heráclito, uno de los filósofos de la naturaleza que vivió 500 años AC dijo: “Nada es permanente excepto el cambio” no se puede bajar 2 veces al mismo río: aunque se lo haga un minuto después el ser será un minuto más viejo y el agua ya no será la misma, sobre las pensiones se ciernen muchas amenazas que buscan disminuirlas y hasta desaparecerlas, hay que actuar con lo que se tenga a mano para defenderlas. Siempre será posible ofrecer algo como aquel colibrí de la fábula que al mirar el bosque en llamas y a todos sus habitantes huir despavoridos decidió acudir al estanque más próximo, colocar una gota de agua en su pico y volar en procura de sofocar el fuego. Todos le decían que el esfuerzo resultará inútil pero el colibrí, tozudo y valiente dijo: es lo todo lo que puedo hacer y lo seguiré haciendo hasta apagar el incendio.