Condenados a desaparecer

En la edición última de la Revista Semanal, el autor del artículo “Ceguera o torpeza de los políticos, el autor luego de su análisis se pregunta: “los partidos políticos y los políticos nacionales no resurgen, han caído en un ostracismo que los condena a su desaparición. ¿Estaremos siendo testigos de su fin?”

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Pregunta capciosa, pero no por ello, importante. Deberíamos intentar responderla. Y lo haremos echando una mirada al pasado, a la historia para comprender el desarrollo de la política como instrumento de la institucionalidad de los pueblos y naciones. La historia, o, mejor dicho, los historiadores, han intentado siempre contar los días de la presencia del ser humano en el planeta Tierra, y sus gentes, y lo han hecho desde diferentes perspectivas y diversos enfoques. Cada uno de ellos, dependiendo de su visión temporal, geográfica, política y económica narran los sucesos buscando justificar su ideología. El tiempo y el espacio han sido los ejes sobre los cuáles se mueven dichas narraciones; por eso, sus páginas clasifican a estos en función de aquellos. Sus primeras páginas se remontan a decir qué pueblo habitaba en qué lugar y cuales fueron sus dioses, sus líderes, sus héroes y sus costumbres. De allí surgen sus luchas, sus guerras, sus conquistas, sus territorios y sus logros científicos y tecnológicos.

En el siglo XX, pródigo en acontecimientos, unos sangrientos y otros de trabajo y esfuerzo, muchos filósofos e historiadores empezaron a clasificar los hechos de los humanos desde otros puntos de vista, distintos, diferentes al tradicional que consta en todos los libros de historia de todo el mundo. Aparecieron entonces, historia de la economía, la historia de las guerras, la historia de los viajes, la historia de aventuras, la historia de las ciencias.

OTRA FORMA DE MIRAR LA HISTORIA
Alvin Toffler y su esposa Heidi, dos investigadores y antropólogos norteamericanos, tuvieron la osadía de cambiar las bases sobre las que se asentaba la historia. Ellos nos legaron una visión distinta y diferente a la de las demás; en sus libros: El Shok del futuro y La tercera Ola, libros aparecidos en la década de los años 60 del siglo pasado, seguramente muy conocidos por quienes vivieron aquellos apasionantes tiempos y discutieron todas las posibles ideas y conceptos que surcaron el universo político. Propongo ahora, retornar a leer sus páginas a aquellos que ya los han leído, y deleitarse con su lectura para aquellos que aún no lo han hecho, para analizarlos y criticarlos porque podemos encontrar en ellos ciertas pistas que nos conduzcan a responder de manera diferente la pregunta propuesta por el autor del artículo que motivó esta respuesta. Alvin Toffler y su esposa Heyde Toffler proponen mirar la historia de la humanidad desde los métodos de producción económica imperantes en el mundo, sin importar la ubicación geográfica de los pueblos.

LA TIERRA O LA PRIMERA OLA
Según estos autores, la primera Ola abarca desde el inicio de la presencia humana, hasta el invento de la máquina de combustión interna. En esos siglos toda acción humana está íntimamente ligada a la tierra: agricultura, ciencia, relación con los dioses, relaciones sociales, relaciones políticas, las guerras, los cambios en las costumbres y visiones, todo, absolutamente todo estaba ligado a la tierra, de ella extraían su sustento vital, su sustento espiritual, su sustento científico, en suma, su cosmovisión.

Es en esta época donde se configuran los imperios como institución política, bajo la conducción de un Rey todopoderoso que impone su voluntad. Puede denominarse Rey, Emperador, Khan, Inca, o cualquier otro nombre, pero todos tienen en común la acumulación del poder bajo un solo hombre. A cambio de un hipotético amparo y seguridad, los súbditos entregan sus vidas y sus bienes a su soberano. Las constantes guerras de conquistas que se daban entre los reinos requirieron una arquitectura espacial y especial de fortificación de las ciudades, así como la construcción de majestuosos palacios, templos y cuarteles para controlar a los súbditos que trabajen la tierra, pero que al anochecer retornen al interior de las murallas construidas alrededor de los castillos y ciudadelas que graciosamente les proporcionaban los poderosos.

Para reafirmar su poder, los reyes reclaman para sí, el derecho divino; es decir que ser los elegidos de los dioses para la conducción de sus respectivos pueblos. Los sacerdotes, shamanes, brujos o como quiera llamárseles eran quienes tenían contacto con los dioses y podían a través de sus ritos conocer la voluntad de aquellos. Entonces ellos eran los encargados de transmitir a su pueblo el deseo divino de que sea tal o cual líder quien ocupara el trono. Los militares por su parte eran quienes ejercían la fuerza para imponer esa voluntad. Sacerdotes y militares eran parte de la corte del Rey, y recibían de éste prebendas y canonjías. Este esquema duró muchos siglos, incluso cuando se habla del feudalismo, no es sino una variable de aquel, con una sola diferencia: un señor feudal que domina un territorio debía someterse al Rey quien era, en realidad, el señor de señores.

El poder era hereditario y no faltó quién dijera que por las venas de su rey y familia corría sangre azul y con ello, no tenían que dar explicaciones de ninguna clase sobre su forma de gobernar.
Siglos después, este esquema político vertical, en cuya cima está solo un hombre, su familia y sus amigos, se derrumbaría gracias a la máquina de combustión interna, mejor conocida como máquina de vapor, pues, ella vendría a destruir los conceptos de tiempo y de espacio que hasta ese momento eran inamovibles.

LA MÁQUINA O LA SEGUNDA OLA
Con la máquina se inicia la segunda Ola, pues a partir de su aparecimiento se acortaron los tiempos de producción y se tornó posible la masificación de cualquier producto. Apareció el concepto de acumulación y de excedentes y con ellos desarrolló aceleradamente el comercio.

La máquina hizo posible viajar a lejanas latitudes a vender cualquier producto; paralelamente, para hacerlo en forma segura, vendría a desarrollarse el sistema financiero y el dinero. El negociante no viaja, necesariamente portando el dinero producto de su negocio, sino que puede hacerlo sin el, porque sabe que en las cercanías de su lugar de origen encontrará un oficial que le entregará el dinero a cambio de una comisión.

El comercio destruye las murallas que defendían las ciudades, pues para ingresar productos y sacar otros con la velocidad imperante ya no hacía falta ese escollo.El dinero es entonces, la fuente de poder que reemplaza a la tierra; y el poseedor de éste el que impone sus condiciones. Ya no hace falta un Rey todopoderoso que gobierne a su antojo y con mano de hierro. Aparecen la oligarquía y la burguesía que gobiernan con la sutileza del dinero y de los intereses que trae aparejado. Esta segunda ola nació del vientre de la revolución industrial y en ella, una civilización que separó al productor del consumidor. Las consecuencias culturales fueron la uniformización, la especialización, la sincronización, la concentración, la maximización y la centralización.

El poder en esta segunda ola es ostentado por los “integradores”, que son aquellos que se ocupan de coordinar y optimizar los procesos de producción, es decir, las empresas. En todas las sociedades en las que predomine la segunda ola, surgen de forma natural la burocracia y las corporaciones. La forma política predominante de esta segunda Ola es la República, en la que se busca consensos a través de las urnas. Las autoridades así elegidas no son todopoderosas, tienen los límites de la Ley.
El poder no es vitalicio ni tiene como fuente la voluntad de los dioses, no es hereditario. Por las venas del presidente y de cualquier autoridad no corre sangre azul y, por lo tanto, debe rendir cuentas de sus actos. Sin embargo, la nostalgia del Imperialismo transformó los principios de la República y la convirtió en Monarquías Constitucionales y en Tiranías.

La primera cubre una buena parte de la geografía europea donde existen monarcas o reyes, pero sin el peso político de aquellos que gobernaron hace siglos. Son Reyes que “mandan, pero no gobiernan”, o simplemente son la encarnación de la historia de sus países y se desenvuelven cual si fueran jefes de Relaciones Públicas internacionales de la gran empresa que es su país.

Los segundos son aberraciones de políticos aferrados al poder que no pueden vivir sin él y que para lograrlo modifican constituciones, leyes, derechos y obligaciones, adulan a las Fuerzas Armadas y a empresarios inescrupulosos que los acompañan en sus afanes de poder y riqueza y hacen todo cuanto sea necesario para permanecer de por vida en palacios. Por supuesto que los tiranos ostentan el poder y lo usan para imponer condiciones, a veces sangrientas, a sus súbditos; coartan libertades y persiguen opositores. Sus crímenes son conocidos, pero no se cuentan, andan rodeados de guardias pretorianas que los hace sentir seguros ante el odio de su pueblo. Son versiones malolientes de antiguos reinados escondidos en días de democracia y republicanismo.

LA COMPUTADORA O LA TERCERA OLA
La tercera ola es la sociedad post-industrial. Toffler agrega que, desde fines de la década de 1950, la mayoría de los países se han alejado del estilo de sociedad de “segunda ola”, tendiendo hacia sociedades “tercera ola”. Acuñó numerosos términos para describir este fenómeno y cita otros como la Era de la información.

Surge esta Ola con el aparecimiento de la computadora y toma impulso con el Internet. Estas herramientas tecnológicas rompen, nuevamente, al tiempo y al espacio. Los procesos ya no se miden en años, meses, semanas, ni siquiera en días, ahora se habla en segundos y hasta en nanosegundos. Los contactos son inmediatos; ya no son necesarios largos viajes para conversar con socios para llegar a acuerdos. El humano, ha perdido la paciencia, quiere resultados inmediatos; pero ha perdido la capacidad de escuchar al otro y comprender lo que significa seguir paso a paso una ruta del desarrollo. La ciencia nos asombra con nuevos adelantos cada día, cada hora, cada minuto y eso torna difícil que el ser humano pueda dominarlos adecuadamente en tan poco tiempo.

LA POLÍTICA Y LOS POLÍTICOS NO EVOLUCIONAN
Los partidos políticos no han sido capaces de adaptarse a esta nueva realidad y siguen viviendo en la segunda Ola, cuando no en la primera. Sus realizaciones no corresponde a los tiempos de esta Ola, no cuentan con los instrumentos de medición ni de explicación de las nuevas ideas que circulan en las calles y plazas de los pueblos. Y, por supuesto, los políticos no han evolucionado a una nueva comprensión del electorado; siguen las viejas prácticas del insulto al adversario y no de plantear soluciones a las demandas sociales, de convocar a grandes concentraciones humanas, olvidándose de que el Internet, reúne a miles y miles de ciudadanos alrededor de una pantalla y a la velocidad de un click, puede convencerlos de la calidad o falta de ella, en las propuestas del candidato.

Los gobiernos, ya sea el Ejecutivo, el Legislativo o el Judicial, siguen las viejas prácticas del papel y el lápiz, de las largas y tediosas consultas y reuniones, de la ausencia de instrumentos de medición de audiencia que guíe su comportamiento. A manera de ejemplos: en el Ecuador, el conteo de votos de cualquier elección se demora varios días, y, en ocasiones, hasta semanas, provocando en los electores una desconfianza tal que merma la carga política de la nueva autoridad. Igualmente, la falta de investigaciones estatales de muchas variables sociales como la de la salud, de la educación, la de formas de trabajo, lleva a gobernantes a cometer errores de apreciación y de ejecución que ponen en riesgo la paz ciudadana, cuando no su propia existencia.

ESTAMOS EN DEUDA
Políticamente, no existe, aún, la conciencia política de la necesidad de diseñar una forma de gobierno correspondiente a los días que corren; y, es una deuda de todos, crear una institucionalidad que maneje a esta Ola. Nuevos equipos, nuevas aplicaciones, nuevos servicios, estamos más informados, pero los conocimientos que trae la tecnología no han logrado que el ser humano cambie sus actitudes y ambiciones como para construir un mundo de paz, de justicia y de solidaridad.