Crónica: «UNA BOLITA DE MUERTE»

Autor: Rubén Darío Buitrón | RS 70


«Mientras paso las yemas de mis dedos por el lomo del gorrión y siento que cada vez está más sosegado, recuerdo el momento que mi amigo se quebró mientras tomaba su capuchino. Hace mucho tiempo que no me abraza una mujer, me dijo. Hace mucho tiempo que no sé lo que es un beso o una caricia».

El cielo de Quito es incierto. Yo salí en camisa, temprano en la mañana, porque el sol resplandecía y bañaba de luz las calles, las avenidas, los techos de los autos, los vidrios de las ventanas de los edificios, los manubrios de las bicicletas.

De pronto, las sombras se toman las nubes. Y es probable que llueva. Que llueva ya mismo o un poco más tarde.

Mi amigo y yo caminamos por el parterre de la avenida Naciones Unidas. Hemos conversado dos, quizás tres horas, y ya es hora de volver a casa. Él ha llorado. Yo me he roto el corazón al verlo llorar.

Entonces pienso que cada decisión que tomamos es crucial, es decisiva. Que no es tan fácil decidir la vida. Que no es tan fácil mirar hacia arriba. Que no es tan fácil sanar el alma con una palmadita en la espalda.

Por todo lo que él me ha contado hoy, creo que volver a casa es un viaje de retorno a las culpas, a las soledades, a los remordimientos, a la ansiedad, a una incertidumbre como la que se cierne sobre nuestras cabezas con el brusco cambio de temperatura.

¡Cuidado!”, me dice mi amigo. Doy un pequeño salto para prevenir un mal rato si mis zapatos pisan mierda de algún perro vagabundo.



Cuando miro con atención veo que no es mierda. Que es un gorrión hecho una bolita sobre la hierba, junto a un árbol ancho y alto de donde ha caído el pequeño pájaro.

Una bolita temblorosa. Una bolita que intenta desplegar sus alas y elevarse, pero no puede. Es como si estuviera tocado de muerte. Es una bolita de muerte.

Me agacho y decido, casi sin reflexionar, tomarlo con mi mano derecha. Lo hago con mucho cuidado, como si estuviera frente a una persona gravemente herida.

“Llévatelo, dale un poco de agua y una pequeña porción de quinua”, me dice mi amigo. El gorrión deja de temblar y de mover con desesperación sus alas rotas cuando lo acaricio despacio, con una ternura que yo no conocía en mí.

Mientras paso las yemas de mis dedos por el lomo del gorrión y siento que cada vez está más sosegado, recuerdo el momento que mi amigo se quebró mientras tomaba su capuchino. Hace mucho tiempo que no me abraza una mujer, me dijo. Hace mucho tiempo que no sé lo que es un beso o una caricia.

El gorrión, mientras tanto, ha perdido el miedo y cierra los ojos con serenidad, como si estuviera en su nido.

Y ahora la bolita de muerte es mi compañero: la tristeza se ha posado sobre sus hombros mientras empiezan a caer dos, tres, decenas de gotas de lluvia. De lluvia gris y fría, como un corazón desamparado.

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*Rubén Darío Buitrón (Quito, 1966) es cronista y poeta. Premio Nacional de Periodismo. Máster en Comunicación por la Universidad de Alcalá (España). Director de loscronistas.net