Crónica La ventana

Autor: Sara Acosta | RS 72


«De pronto, Susana cae en cuenta que está sentada frente a un hombre que no conoce, no sabe nada de sus gustos, proyectos, pasiones, pensamientos. ¿Qué dirá ahora mismo en su interior? ¿Qué ideas se le pasarán por la cabeza? ¿Querrá decirle algo más, pero no se atreve? Ella vislumbra algunas cosas sobre la vida de Pedro».

El olor a vainilla y chocolate entra por todos los resquicios de las casas. Cerca de allí está una fábrica de chocolates y caramelos. Susana se asoma a la ventana y cierra sus ojos imaginando llevarse un Manicho a su boca mientras las sensaciones llegan a su cuerpo que está despertando a las ilusiones de una nueva etapa en su vida.

Susana no sabe con exactitud cuándo llegaron esas oleadas a su piel. Se acerca aún más y ve pasar a los chicos adolescentes que bajan de sus expresos escolares, la miran de reojo y sonríen. Disimulan cierta complicidad, como adolescentes que han entrado a su primavera con el torbellino de las ideas.

Cuando el expreso del colegio Javier deja en la esquina de su casa a Oswaldo, él pasa junto a la ventana, se sonroja y se ilumina su rostro. Susana conoce el nombre porque escucha que otro amigo lo llama. Él la atrae, pero nunca se da un encuentro.
La niña obedece las reglas de sus padres, especialmente de su madre, que la mira con ternura y a veces la regaña solo con sus ojos.

Ella debe comportarse “como toda una señorita”, no es el tiempo de ilusiones amorosas a los 13 años. Por eso en la noche, después de leer con mucha atención, guarda bajo la almohada las revistas Susy y Corín Tellado.

Un día su madre le dice como sentencia: “Todas esas historias son engaños y dañan la mente”. Con ese mandato, Susana sólo aspira en algún momento de su vida a caminar junto a un muchacho tomada de su mano.

En esas cavilaciones se sorprende cuando otro vecino de 16 años enciende el tocadiscos y coloca cada tarde un long play de Los Iracundos y repite canciones como Puerto Montt, Y la lluvia caerá, entre otras.



La familia de Pepe es amiga de sus padres, por lo que él no representa una alerta y tiene ciertos comportamientos no comunes en los chicos.

Los comentarios lo hacen en silencio los adultos del barrio.

Cada tarde, al llegar de la escuela, Susana toma una ducha, deja su pelo suelto y abultado, que le llega hasta los hombros, se unta vaselina en los labios y se asoma a la ventana ubicada en la planta baja de la casa de tres pisos decorada con detalles y armonía por su madre.

Familiares y amistades felicitan el buen gusto y ambiente del hogar.

Observa que los chicos vecinos salen al portal y andan en bicicleta, patinan o conducen un monopatín. Pepe le pregunta ¿por qué no sales?

Susana dice en voz baja: “Mamá no me permite”. Pepe responde con alegría y un poco de ironía: “Te va a dar claustrofobia”. Isabel, otra adolescente de 17 años, la invita a jugar y le repite lo mismo: “Te va a dar claustrofobia”.

A veces se reúnen varios chicos a conversar en una esquina del portal. Susana se asoma a la ventana junto a su prima Fanny, que está por los 16 años. Fanny vive con ella y sigue las mismas reglas de la casa, las niñas no pueden salir.

El permiso para la ventana tiene un horario, una o dos horas, el resto de tiempo la madre organiza lecturas de los libros de la colección “Tesoro de la juventud”, tareas y estudios bíblicos como guía para las adolescentes.

Susana observa el paso de los autos que van al centro de la ciudad, oficinistas que regresan a sus casas luego de las seis de la tarde.

En las casas cercanas hay chicas adolescentes con más edad y los fines de semana salen con vestidos de fiesta, acuden a celebraciones de quinceañeras y verbenas de los colegios, pero aún no es el tiempo de ella para ir a estos festejos.

La ventana tiene el encanto de poner a volar la imaginación, pero Susana no advierte las miradas de los vecinos adolescentes sobre ella. La prima Fanny ya tiene su enamorado que vive en la otra esquina y conversan en la ventana por breves momentos, están alertas para no ser sorprendidas por las mujeres adultas de la familia.

Susana calcula el tiempo, ve el reloj y cuida a su prima. Si las pescan reciben el sermón como en un tribunal, se intensifican los sentimientos de culpa y quedan mudas ante las miradas sancionadoras.

Una tarde se esmera en peinar el cabello, intenta que se vea más liso, sus labios brillan con la vaselina y entra en ensoñación escuchando las canciones que pone Pepe en el tocadiscos a volumen elevado.

De repente escucha que otros chicos llaman a Perico y advierte que es el muchacho vecino que vive junto a su casa. Lo ve salir, es un chico alto y delgado, parece de 15 años, su voz ya no es de niño, de reojo lo observa y se encuentra con su mirada, rápidamente voltea la cara hacia otro lado, es tiempo de ir a estudiar y se retira de la ventana. Mientras repasa las lecciones y lee cuentos, recuerda la mirada de Perico.

Pasan algunos días en que las miradas de Susana y Perico se encuentran, Susana se entusiasma al verlo, le gusta, no sabe el nombre… Perico, más osado, se acerca donde Susana y ella tiembla, se presenta y recién conoce que se llama Pedro, que Perico es la forma cariñosa de decirle, que será un nombre que ella recordará siempre.

Se citan en la ventana y conversan brevemente porque al escuchar pisadas bajando los escalones se aparta abruptamente.

Una tarde Pedro le dice que desea ser su enamorado. Susana siente un vacío en el estómago e, ingenua, le responde: “Cómo es eso de ser enamorado”, Pedro le dice que es conversar, tomarse las manos y darse un besito volado, Susana le responde que sí.

A partir del sí la ventana parece adquirir tonalidades y atmósferas emocionales, en especial cuando Pedro toca apenas los dedos de sus manos por las rejas. Al sentir el roce de la piel de Pedro, oleadas de calor recorren su cuerpo, sus pechos se ponen turgentes, sus pechos que aparecieron precoces, a los diez años, sus pechos que ella sabe que son voluminosos. Cuando no puede conversar con Pedro él le envía besos volados y entona canciones de Raphael de España. La historia de ilusiones y encantos se desvanece como los plazos en el cuento de La Cenicienta. Duran como seis meses los encuentros desde la ventana y, en ocasiones, llamadas telefónicas cuando sus padres van a la función especial del cine Nueve de Octubre.

Ahora Susana le dice a Pedro que no pueden seguir conversando por la ventana, su madre la ha pescado y le prohíbe asomarse sin su vigilancia. El recuerdo de la voz de Pedro y los roces de sus dedos quedan grabados en la memoria de Susana como su primer amor. Luego su familia se cambia de casa y nunca más vuelve a saber de Pedro. En el colegio lo recuerda y tiene la ilusión de encontrarlo en una kermesse estudiantil.

Una tarde cercana a la Navidad, acostada en la cama se acuerda de Pedro y piensa que en el Facebook puede ubicarlo. Han pasado casi cinco décadas, lo contacta, Pedro responde y le dice que la recuerda perfectamente, en especial por su melena negra. Hablan un poco de sus vidas y familias y un día acuerdan encontrarse en una cafetería de un centro comercial. Susana se impacienta y da vueltas en su habitación mientras piensa en la cita con Pedro. En el Facebook se intercambian fotos familiares y ve en las fotografías que el cabello de Pedro está plateado, pero que su mirada está intacta.

El día de la cita desde la mañana está entusiasmada, revisa el clóset para llevar un bonito vestido, las horas se van acercando, el encuentro será a a las cinco y media. Llega unos quince minutos antes, mira a todos lados, se acomoda el cabello con sus dedos largos, se muerde los labios, espera en el asiento de una mesa. Pedro le envía un mensaje de texto, se está acercando, ella lo ve entrar, se saludan con un hola, no sabe si darle un beso en la mejilla, la atmósfera está cargada de aroma a café y de rubores y de balbuceos, respira hondo y los dos comienzan a hablar de sus vidas.

Susana cae en cuenta que está frente a un hombre que no conoce, no sabe nada de sus gustos, proyectos, pasiones, pensamientos. ¿Qué dirá ahora mismo en su interior? ¿Qué ideas se le pasarán por la cabeza? ¿Querrá decirle algo más, pero no se atreve? Ella vislumbra algunas cosas sobre la vida de Pedro. Él la mira detenidamente, abre los labios, toma aire y le dice: “Te conservas bien…». En un momento de la conversación surge el recuerdo de la ventana y sonríen con el mismo rubor de aquellos años. Ahora conversan libremente, pero envueltos en una misteriosa y extraña evocación.

Han pasado dos horas que han sido breves, demasiado breves, y es el momento de despedirse. ¿Con beso en la mejilla? ¿Solo estrechando su mano de forma convencional? Pedro acerca las yemas de los dedos hacia los de ella, despacio, como dibujando una trayectoria memorable. Se tocan las manos. Es solo un instante, pero un instante eterno. No se miran, es imposible mirarse sin sentir algo más, se ponen de pie y se alejan por calles opuestas en medio de los villancicos y las luces encendidas de la temporada navideña.