Castillo en ruinas

Las noticias que ayer recorrieron el mundo y la región, anunciando que el presidente del Perú, Pedro Castillo, había disuelto el Congreso y resuelto gobernar por decreto, en un acto carente de cualquier sustento legal, generaron preocupación ante la perspectiva de ver a un incompetente
autoritario, tumbar otra democracia regional, imperfecta y con deudas para con el país y todos los defectos que se le quiera atribuir.


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La reacción de la institucionalidad peruana, frágil como es, fue sin embargo casi unánime, y condenó con claridad el patético intento de golpe de estado del presidente. En apenas 2 horas, se desmontó la intentona, al quedarse el presidente absolutamente solo, como se dice por aquí, colgado de la brocha. Hace como 90 años, Curzio Malaparte escribió un famoso libro, llamado “Técnica del golpe de estado”, tras analizar críticamente el golpe bolchevique en Rusia, el fascista en Italia, el de Napoleón del 18 Brumario, y otros varios que se producen en diversos estados. Para Castillo, su lectura habría sido de utilidad, en vista de su decisión de liquidar la democracia peruana, renqueante y todo.

“La técnica del golpe de estado”.

Al parecer, leer no era una de las fortalezas, del presidente Castillo, pese a que se decía “maestro” pese a que nunca estudió para ejercer esa profesión, sino que ante la aguda escasez para atender escuelas rurales se expidió una legislación excepcional permitiendo que los simples bachilleres opten por la calidad de maestro. A semejanza de otros representantes de la izquierda actual en Latinoamérica, como los ilustrados Maduro, Evo u Ortega, que engalanan al SSXXI con sus luces, que deslumbran al resto de los que aún se proclaman “intelectuales socialistas”.
No llama la atención que, a horas del golpe frustrado, el presidente mexicano haya salido en encendida defensa de su coideario y de la vicepresidenta argentina Cristina Fernández, condenada a 6 años de cárcel, en síntesis, por ladrona.

Tampoco llama la atención que el presidente golpista haya buscado asilarse en la embajada mexicana, que fue bloqueada por ciudadanos auto movilizados, para impedir que Castillo se sumará al Club de Puebla, donde destacados delincuentes de la región, todos supuestos socialistas, han sido acogidos por los mismos cálidos abrazos que AMLO ha brindado a los narcotraficantes locales.

Lo que sí sorprende son las penosas declaraciones del presidente Petro, a quien la solidaridad ideológica le jugó una muy mala pasada, al salir en defensa de un golpista, en éste caso, de izquierda. Afirmar que “no logró movilizar a su pueblo”, es un intento pésimo de lavar la cara a un golpista, pero sobre todo a un corrupto.

¿Caída o derrumbe?

El ex presidente Castillo no se cayó de pronto se derrumbó a lo largo de un año y poco más, en un proceso que arrancó prácticamente desde el primer día de su gobierno. Como ya alguna vez comentara, el balotaje o segunda vuelta, a cuenta de poder escoger el “mal menor”, abre el espacio para que, a causa de las ambiciones personales de una pléyade de candidatos agobiados por sus egos, puedan darse segundas vueltas entre los extremos del espectro político. La lamentable ausencia de partidos políticos orgánicos da lugar a la presencia de “empresas electorales”, cuyo objetivo es el negocio del poder. Recordemos que, entre el entonces candidato Castillo y la segunda candidata, Keiko Fujimori, sumaron menos del 30% del total de votos en primera vuelta. El fraccionamiento del Congreso tuvo similar característica, dividido en una miríada de “empresas electorales”, para las que lo importante era “hacer caja”.

Rehén de Perú Libre

Un permanente tira y afloja inicial con Perú Libre, el partido que auspició la candidatura de Castillo, pues su máxima figura, Vladimir Cerrón, no podía terciar en los comicios por haber sido condenado por abuso de fondos públicos durante su gobernación en Junín. El partido es una inexplicable mezcla de un radicalismo de extrema izquierda, con unas posturas moralistas ultra conservadoras y homofóbicas. Cerrón pretendió manejar el gobierno desde el Congreso, a través de Guido Bellido, su hombre de confianza, al que Castillo nombró, pese a todas las advertencias, presidente del Consejo de Ministros, una suerte de primer ministro con minúsculas, que duró 4 meses en el cargo, hasta que se produjo la ruptura con Cerrón.

A pactar con el diablo

Desde ese momento, Castillo se vio obligado a buscar las alianzas más extrañas para tratar de sobrevivir. Con cada día que pasaba, la absoluta incompetencia y falta de preparación, se hacía más evidente.

Para la posesión, debió hacer malabares para conseguir que el economista Francke, que fue clave durante la segunda vuelta en calmar al mercado cambiario, se integrara, al final del día, al gabinete, en medio de la intransigente oposición de Bellido y Cerrón.

El Canciller de Castillo debió salir al mes por presiones de la Marina, a la que había acusado nada menos que de terrorismo, en la campaña de años contra Sendero Luminoso. Poco menos que cada semana caía un ministro y saltaba un escándalo de corrupción, frecuentemente con parientes de Castillo o su esposa de por medio.

Hasta para esos fines las limitaciones del presidente eran notorias. Al momento, la fiscalía peruana tiene siete investigaciones penales abiertas en su contra, la mayor parte por unos chanchullos vergonzosos hasta por su monto. Durante los 16 meses de ejercicio, por el gabinete han pasado 80 ministros, es decir, uno cada seis días, con bastante más pena que gloria, inclusive uno que se proclamó gran admirador de Adolfo Hitler y su obra pública. La mayor parte operó con perfil bajo, para no atraer la atención a los negocios que hacían.
La economía en medio del caos

Sorprendentemente, en medio de semejante caos político, la economía peruana ha podido seguir operando casi con normalidad. Para el año 2022 se espera un crecimiento de 3,3%, lo que la pone entre los más importantes de la región tras la pandemia. Contrariamente a las economías de gobiernos ideológicamente afines, como el venezolano, con una inflación acumulada en 2022 del 120%, o de Argentina, que se espera cierre el año fiscal con el 90% de inflación, el Perú lo hace con una tasa del 7.

Preguntando el porqué de esta situación, de entrada, poco entendible, la explicación se da porque, en un extraordinario caso de iluminación, la clase política peruana ha sido capaz de establecer un acuerdo para dejar fuera de los maremagnums políticos, la gestión de las finanzas y la economía pública.

Se ha puesto en manos de profesionales y técnicos competentes la gestión económica, sin condicionamientos políticos. Al contrario de lo que ocurre en la política, la permanente inestabilidad e incertidumbre, en la gestión económica la estabilidad y previsibilidad es la norma.

Como dato interesante, el presidente del Banco Central del Perú ha visto, desde su despacho, pasar a 7 presidentes del país. Ahí radica el éxito económico peruano. Ninguna importancia tiene la ignorancia o la mala fe de sus políticos, mientras no puedan meterle mano al manejo económico. Esa debería ser una importante lección para la región.
Resulta hasta sardónico que Pedro Castillo acompañe, en su condición de golpista, a la bestia negra del golpismo latinoamericano, el ex presidente Fujimori. Tomados de la mano, la extrema izquierda y la extrema derecha, en demostración de su identidad esencial, la del autoritarismo y la dictadura.

Marchando en el propio terreno

Hace 70 años, tras la guerra más destructiva de la historia, la II Guerra Mundial, America Latina emergió indemne, sin sufrir ninguno de los traumas humanos y materiales que fueron la norma en prácticamente toda Europa, y tal vez más en Asia, Alemania y Japón, y en menor medida Italia. Las potencias del Eje, derrotadas en el conflicto, además de sufrir una destrucción apocalíptica de sus ciudades e infraestructuras viales e industriales, fueron diezmadas en su población por los millones de muertos y mutilados, entre quienes estaba la gente más preparada y en mejor edad para la producción.

Fueron militarmente ocupados por los vencedores, y en el caso alemán, el país se separó en dos mitades antagónicas.

Y no es que a los vencedores les haya ido mucho mejor, con la excepción de Estados Unidos, que no vivió la guerra en su país, fuera del ataque a Pearl Harbor. La Unión Soviética pagó un alto precio en vidas por la victoria, al igual que China en su guerra con Japón, y aún más, en sus interminables guerras civiles entre diversos “señores de la guerra”, que encontraron tiempo para matarse entre sí mientras Japón se adueñaba de extensas regiones chinas.

Qué decir de las Coreas, explotadas durante 35 años como colonia por Japón, para terminar divididas en una sangrienta guerra civil, con millones de víctimas y Seúl destruida por el conflicto, que ha seguido marcando el destino del país. Tal vez el ejemplo más notable de progreso y de decidida marcha hacia un futuro mejor es el de la República de Vietnam, una colonia de Francia antes de la guerra, con los traumas del colonialismo, para ser ocupada por Japón durante la II guerra mundial y tras ser éste derrotado, volver al poco deseable estado anterior, contra el cual se rebela en una larga guerra de independencia, que concluye en su primera fase, en la partición de Vietnam en dos países, que seguirán luchando entre sí, con la intromisión de grandes potencias, sobre todo Estados Unidos, hasta 1975. Hoy Vietnam, al poder dedicar sus mejores energías a las creadoras actividades del comercio, industria y creación de riqueza, ha logrado un progreso material que habría parecido imposible. Que lo ha hecho, como todos los países que han decidido avanzar, en base a un esfuerzo del conjunto de la sociedad, con disciplina y orden, está demás decirlo.

Perdimos el tren de la historia

Sin duda alguna, la oportunidad histórica que se le presentó a esa Latinoamérica indemne, para transformarse en el verdadero Nuevo Mundo, dada la coyuntura providencial que, en efecto, dejó fuera de juego a buena parte de sus posibles competidores en el desarrollo de una gran base industrial, para respaldar su posición como potencial granero de un mundo hambriento y necesitado, nunca se concretó. Como otras veces en el futuro, se dejó pasar el tren de la historia y del progreso. El peronismo argentino sería el modelo a seguir, con su demagogia retórica llena de promesas vacías. Su ejemplo cundió por la región, mientras en la arrasada Europa la gente se rompía trabajando de sol a sol por su pan y por su techo. En 15 años, Alemania estaba en pie, igual que Italia y todo el occidente europeo. Japón ya producía unas primeras muestras de lo que sería su segundo milagro industrial, y Corea del Sur, al igual que Taiwán y Hong Kong, crecían a unos ritmos de locos.

Y acá, el jardín de infancia

Acá, seguimos arriba del carrousel, niños incapaces de salir de los juegos y asumir finalmente nuestra condición de adultos. Sorprendemos al mundo logrando que varios países sean ya, o muy pronto, estados fallidos o pseudo estados en manos de organizaciones criminales. Una infancia de 200 años, como que resulta excesiva.

Dr. Alan Cathey