La potencia falló

Por décadas, Estados Unidos fue un faro que, con su ejemplo, iluminó a todos los habitantes del planeta que luchaban por la reivindicación de derechos fundamentales. Ciudadanos de todas las naciones, en los momentos más álgidos de sus gestas, encontraron en dicho país una fuente de inspiración y un modelo a seguir para construir una sociedad que, además de próspera, se asentara en el respeto irrestricto a los derechos y libertades individuales. Lo sucedido con la Corte Suprema de Justicia y la reversión del histórico fallo de Roe vs. Wade —que reconocía a nivel federal el derecho de las mujeres a interrumpir un embarazo no deseado— ratifica la percepción cada vez más acentuada en el mundo de que las convicciones democráticas de la primera potencia económica y militar del mundo se deterioran a pasos agigantados.

La decisión de la Corte Suprema estadounidense —de mal camuflada inspiración religiosa— no refleja el sentir mayoritario de su población ni guarda coherencia con la tradición jurídica que construyó en su ascenso hacia su consolidación como el referente moral y democrático de Occidente. Es un síntoma más de la polarización extrema de su sociedad y pone en evidencia los graves riesgos que se derivan del diseño de un sistema judicial vulnerable a la manipulación política.

El retroceso, para millones de mujeres estadounidenses, otras tantas inmigrantes legales e ilegales, recuerda aquellos oscuros días en los que hombres y mujeres ‘de color’ no podían tomar de la misma fuente de agua que ‘el resto’. Los derechos, de nuevo, son solo de unos cuantos.

El resultado —el permitir que la autonomía de las mujeres sobre su propio cuerpo se vea sometido a los caprichos legislativos en instancias inferiores— tendrá siniestros ecos en países como el nuestro, donde los sectores más retardatarios y antidemocráticos comienzan, desde ya, a sentirse respaldados como nunca antes.