Valores y delincuencia

Luis Coello Kuon Yeng
Luis Coello Kuon Yeng

“El hombre sano y triunfador exalta su corazón primeramente a Dios y nada más que a Dios. Y en segundo lugar a su familia. Después puede querer a cualquier otra persona, pero si los primeros dos sitios del espíritu se alteran, sobre viene el desequilibrio y con el desequilibrio el mal”. Extraordinarias palabras que se pueden leer en el libro “Un grito desesperado” de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. La escala delictiva que vive nuestro país y en especial acá en Esmeraldas, me tiene sumamente preocupado. La delincuencia gana terreno y siembre el terror entre los ciudadanos que tan solo quieren vivir en paz. Con los actos delincuenciales, las amenazas con pasquines, la colocación de artefactos explosivos, el robo a mano armada (generalmente con armas de fuego), han generado una ola de temor, que hace al fin de cuentas que quienes perdamos seamos todos.  Es que ir a un restaurant, a una boutique, a un parque o conversar en las esquinas con amigos o vecinos se han convertido, estas actividades cotidianas, en peligrosas experiencias que podrían terminar en el asesinato de varias personas e incluso niños, que son el daño colateral más alarmante e indignante de todo este crimen mal sano.

Angustia, desespera e incomoda desde todo punto de vista. Quienes cometen estas atrocidades con violencia, sin lugar a dudas son personas que lo que menos tuvieron fueron guías, protectores, especialmente padres que los hayan direccionados a ser personas de bien, útiles a una sociedad que debe gozar de libertad y paz. El libro habla de que las familias deben generar leyes que todos deben cumplir, desde los progenitores hasta los hijos, para crecer en orden y apegados a las normas correctas de convivencia.

Ejemplaridad, amor incondicional, disciplina, comunicación profunda y desarrollo espiritual. El ejemplo que como padres tenemos que dar a los hijos debe ser indivisible no etéreo. Siempre compartir con ellos nuestro amor, que sepan que somos los padres quienes podemos cubrir sus inquietudes y nadie que esté en una esquina o a la sombre de la maldad. Disciplinarnos todos, desde ser puntuales y honestos, se debe inculcar en ellos. Una estrecha y continua comunicación, escucharlos, solventar sus preguntas, sus necesidades, jamás desoírlos.

Alimentar el ser espiritual de los niños implica inculcarles el valor de su cuerpo, de su ser y de la vida de los otros. Por eso, la mejor escuela de formación espiritual es el ejemplo amoroso de los padres, que ven en sus hijos una excelente oportunidad para ayudarles a construir un mundo mejor.