Urgidos, pero de estarlo

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

La anterior semana titulé esta columna Urge la abducción alienígena, y confieso que fue toda una insensatez de mi parte. No por lo de los aliens -miedo que poco a poco se vuelve esperanza- sino por eso de la urgencia.

La Corte Constitucional ha sido clarísima que, a la luz de nuestra Carta Magna en el territorio nacional no hay tal cosa como la urgencia y por lo tanto la necesidad imperiosa de ciertas reformas resulta un acto desesperado del gobierno, incomprensible y fuera de lugar. Siento una envidia malsana por esa noción tan objetiva, racional y prístina que puede separar la paja del heno y asumir con paciencia o resignación cristiana que no hay nada apremiante, imperioso o cómo mínimo acuciante en nuestra realidad desangrada. *Nótese la sátira.

Con qué coraje se puede negar la urgencia de un país como el nuestro, con qué sentido de la institucionalidad o dureza en el gesto se permitieron dar pie a un juicio político sin necesidad de valorar el fundamento de las causales, pero negar los decretos económicos urgentes por entrar, con todo derecho qué duda cabe, a calibrar la urgencia de nuestra miseria.

La Corte Constitucional ha sido uno de los eslabones más rescatables de nuestro Estado, de hecho, lo ha sostenido en momentos delicados. No obstante, hay decisiones que parecen horadar la llaga en lugar de curarla. Supongo que será mi exceso de sesgo o quizás la desesperación que a mí sí me inunda como ecuatoriano que siente la urgencia, aunque al parecer, no hay razón para creer que exista todavía. Yo sí nos veo urgidos de reformas que mejoren la economía, la inversión, el alivio tributario, las perspectivas de crecimiento y se traduzcan en salud, educación, empleo. Pero no, primero nos urge la urgencia.

¿Cuándo llegará lo urgente? Parece pregunta poética, pero ha tomado rumbos existenciales.