Los prados del inconformismo

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Dentro de la obra pictórica del recientemente desaparecido Francisco Suárez Torres existe un retrato de Juan Montalvo que, es quizás el de más personalidad y carácter que he visto en la amplia gama de este género en torno a su figura.

Suárez nos entregó un Montalvo distinto del acostumbrado. Huyó de la pose típica del escritor ilustre, serio y contemplativo; una efigie indiferente, una deidad laica que nos contempla día a día sobre los brazos de Apolo en el parque que lleva su nombre y se ha vuelto parte indivisible del paisaje, como los árboles, las tejas o el sonido del agua en las piletas.

El Montalvo de Suárez es un hombre en acción. Tiene las venas hinchadas, el entrecejo fruncido, el pelo desordenado por el viento y los labios delineados por la cólera. Está en combate. Es el retrato de un hombre vivo, de un inconforme. Y probablemente este sea el rasgo más característico de nuestro escritor-patrón, de hecho, de toda inteligencia que se respete lo suficiente: el inconformismo inclaudicable. Suárez debió sentirlo, no hay duda, para así lograr traspasar ese temblor de su carne al lienzo enhiesto que si no me equivoco, se encuentra en la colección permanente de la Casa de Montalvo y es más que un cuadro un reclamo, un grito, un recuerdo de nuestra rebeldía dormida.

Montalvo, y Suárez a través de él, quedarán eternizados en esa expresión enérgica que nos recuerda a los ambateños que vivir es más que durar y que no podemos conformarnos con la realidad que nos tocó y tenemos el deber de trabajar por una ciudad, un país mejor. Que se vale ser rebelde cuando esa bronca con la realidad es más que un acto de ira, un acto de amor. Amor por el futuro, amor de ambateño, amor por el arte, las ideas, los proyectos. Amor para desafiar el tiempo.

Antes de morir, Montalvo se aseguró que no le falte un manojo de claveles rojos a mano porque nada le parecía más triste que un muerto sin flores. De seguro a Francisco Suárez no le faltarán las flores, las de la tierra y las del espíritu que son aquellas que se cultivan en los prados del inconformismo.