Noboa 2.0

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Con el sorpresivo paso de Daniel Noboa a la segunda vuelta se ha reeditado una vieja bronca revolucionaria que parte de la premisa de la insensibilidad, la estupidez y la rigidez moral conectadas a la riqueza. El candidato es -contra su voluntad- hijo del hombre más rico del país y ese hecho, aunque tiene connotaciones personales y sociales evidentes no puede convertirse en un ridículo termómetro de las cualidades y capacidades del susodicho.

La riqueza en nuestro valle de lágrimas es vista con desconfianza, oculto deseo y amargo rencor en los peores casos. Y aunque yo no meto las manos al fuego por nadie, debo hacer un llamado a la razón y recordarles a los despistados que no son los recursos la vara idónea para medir nada: sólo los actos.

Son esa clase de discursos oxidados, rancios hasta lo imposible, los que han sembrado un odio inútil en muchos de nosotros (aproximadamente un tercio) y que hoy las generaciones más jóvenes parecen despreciar del puro hartazgo de haber escuchado casi veinte años las mismas consignas mientras otros se hacían nuevos ricos y cantaban las canciones del Che, ese odiador ilustre, haciendo del empresario un criminal y del narcotraficante un mercader de preferencias.

Los resultados parecen confirmar que poco a poco todo ese show se ha vuelto anticuado y los jóvenes ya no quieren saber nada de él. Reeditará la campaña del 2007 contra el hijo sin comprender (porque nunca lo hicieron) que los sesenta hace tiempo que se murieron y el mundo y los ecuatorianos ya no somos los mismos.

Qué miserable debe ser alguien para asumir que el dinero hace a la gente y no al revés. Me acuerdo entonces del viejo Velasco Ibarra que decía eso de: “¿Queréis la revolución? ¡Hacedla primero dentro de vuestras almas!”. Pero ahí, es precisamente donde nunca llegaron.