Napoleón

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

En Francia la nueva película de Ridley Scott fue mal recibida porque el director y un Joaquín Phoenix flojo en comparación con sí mismo se empecinan en mostrar un Napoleón arisco, inseguro y hasta patético. No obstante, la discusión ha servido para reacondicionar el mito del emperador a la realidad.

Obseso con el poder por el poder, primario y sumiso en su relación con Josefina -la pareja tóxica por antonomasia- El Napoleón de Scott está muy lejos del ideal afrancesado que lo encumbró a estadista implacable, guerrero aguerrido y estratega brillante. 

Como siempre, ambas visiones -interesadas y maniqueas- con las cuales se ha adornado al personaje, habitaban en la persona sin contradicción o quizás debido a ella. La mayor parte del tiempo somos injustos con nuestras figuras históricas y las volvemos ajenas e inhumanas. 

Aunque no cubra las altas expectativas que engendró, Napoleón es una película más arriesgada que interesante y en ese riesgo consciente, hay un mensaje poderoso de crítica a una figura malentendida por la sacralidad profana a la que se suelen elevar de forma torpe y caprichosa a ciertas figuras históricas. Ese es un ejercicio muy sano que por estos barrios hemos practicado menos que poco. 

Simón Bolívar, caudillo y cuasi rey de estas tierras sigue siendo entendido como libertador y mártir, impermeable a la crítica. Montalvo en nuestro medio es vaca sagrada y García Moreno crueldad sórdida. Nos vendría bien un baño de realidad a nuestros relatos, un rescate de los personajes olvidados, reevaluar nuestros prejuicios. 

Esto sin necesidad de caer en el revisionismo obtuso que busca meter a la gente del XIX en el molde del XXI, sino estudiando la historia con objetividad, entendiendo el contexto y juntando luces y sombras. Quizás eso nos sirva para reacondicionar este presente desordenado, volátil e ignorante.