Andrés Ojeda Sotomayor
Para el budismo, el ego es una enfermedad, la usurpación del ser. Suele confundirse con autoestima, pero es un engaño creado por la sociedad. Es ensimismado y ambicioso porque quiere estar por encima de todo y no deja ver la realidad con claridad. Liberarse del ego es desprenderse de lo que no eres, una invitación a la meditación, a un estado de alerta permanente. Es quitarse «la máscara» que nos fue impuesta. Naciste auténtico, pero te crearon un falso yo: el egocentrismo. Eres como una cebolla que, al sacar capa tras capa, obtienes su corazón ¡Ahí está tu esencia! Al ego le perturba la verdad y al desmantelarlo, sales de una «cárcel mental» para descubrir el autoconocimiento y la sabiduría. Es un regalo divino.
El ego mantiene en la frustración y el sufrimiento. La paz y el silencio son su muerte. ¿Conoces personas que hablan demasiado? Ellos tienen un ego muy alto. Hablan, pero no dicen nada, no pueden escucharse a sí mismo, peor a los demás. Vivir sin ego es disfrutar el sonido del silencio. Nacemos como «una hoja en blanco» pero la educación nos instruye para ser «alguien importante» o sino habrás malgastado tu vida. La niñez nace sin ego, pero lo aprende de manera exógena. Nos enseñan a levantar banderas, doctrinas y dogmas, de ahí que; el ego prevalece en la política y en todo ámbito. La humildad no encaja con el ego; el hombre sencillo se considera un simplón y es todo lo contrario. Eres único y no tienes que brillar siendo otra persona. Permanecer en el no ego es incómodo para muchos, pero si lo exploras, da la satisfacción de auto descubrimiento; trabajando permanentemente por el desarrollo de un ser humano evolucionado, un ser de luz.