La naturaleza humana: rezar y amar

Positividad tóxica
Personaje lojano

Álvaro Peña Flores

Así como todo es efímero: el recuerdo y el objeto recordado, la naturaleza humana es el único tema que no envejece ni pasa de moda. Si bien es cierto hay puntos de inflexión cruciales de la historia que han marcado sus rumbos, la intervención del hombre en los planos políticos, sociales, religiosos o filosóficos han sido cruciales para demarcar esas líneas o giros que han grabado los matices de su vida y los de su entorno.

Todos los acontecimientos son coyunturales, se preceden el uno del otro, como el día a la noche o la mañana a la tarde, lo mismo ocurre con los estados de ánimo del ser humano, lo impulsan a actuar de determinada forma, según el acontecimiento precedente, y esto tiene que ver con la satisfacción de sus necesidades. Dentro de su ciclo de vida va proporcionándose satisfacciones a veces efímeras o a veces duraderas, pero siempre enfocadas a determinada situación, a llenar el espacio vacío que el incesante afán de la vida va dejando en su camino.

Como es sabido, me encanta el cine y su relación con la vida y el ser humano, esta vez intentaré resumir en un par de líneas el mensaje de una película que me pareció muy buena: “Comer, rezar, amar”, de cuyo título haré mención a los dos últimos verbos: rezar y amar. Qué difícil es casi siempre lograr una estabilidad emocional y con ello un equilibrio pleno, cuando la parte óntica del ser humano no está bien trabajada. Nada satisface porque no hay un solo bien en el mundo que llene el inmenso vacío que sólo un ser superior lo puede llenar, así de grande. Adentrase en ese misterio espiritual para conectar con el ecosistema requiere de voluntad y ayuda. Quizá no necesitemos un año sabático como en la película, pero sí perseverancia. Conocerse a sí mismo marca el inicio al perdón y al amor. Sólo amándonos a nosotros mismos, podremos amar a los demás, como mandamiento sublime. Este tipo de naturaleza humana es inmarcesible.

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