Andrés Ojeda Sotomayor
La Gran Casa, como llaman los ecólogos a la Tierra, está enferma. Para 2022, la población mundial superó los 8.000 millones de habitantes. Cuidar la higiene del hogar requiere mantenerlo libre de gérmenes para evitar afecciones y obtener bienestar; también implica erradicar la negatividad, otro “desecho contaminante” que genera controversias y afecta la armonía del entorno.
La indolencia ante la Naturaleza conlleva al desequilibrio ecológico, hambrunas, catástrofes, plagas y afectaciones humanas. El acelerado ritmo consumista y extractivista tienen nuestra supervivencia en riesgo por el uso descontrolado de energía, agua y materias primas. Lo que por un lado activa la cadena productiva, por el otro, limita el suministro de recursos para todos. El planeta tiene cierta capacidad de autodepuración, pero el impacto humano llegó a un punto de inflexión. Si ves, pocos son los lugares prístinos que se escapan de la mano del hombre: deforestación indiscriminada; bosques de cemento; ríos y aire envenenados; aguas limpias que terminan en vertederos y suelos aprovechables en botaderos. Así como sanitizamos la casa y purgamos el organismo, la Pachamama también necesita un detox. Los síntomas están diagnosticados y necesita ayuda para su sanación. También demanda una desinfección mental, cambiando el chip de la «supremacía humana» por el de la acción efectiva, con regulaciones que propendan al control responsable de la natalidad global; estableciendo la reducción del número de hijos por familia.
De nuestra actitud hacia la Tierra dependerá su predisposición para seguirnos albergando. Por indiferencia y comodidad se han desobedecido los preceptos naturales, incluso la normativa medioambiental le queda debiendo. He de preguntar ¿cambiamos de conductas o cambiamos de planeta? Es imposible. Pues, del estado de salud que goce el hábitat, dependerá el buen vivir de la humanidad y el de las futuras generaciones.