El precio de la guerra

Nadie se cansa
Brenda Valdivieso Vélez

Brenda Valdivieso Vélez

Ataques aéreos y fosas comunes; disparos y heridos; tortura y represión; caos, muerte y destrucción que no diferencia entre madres, niños, ancianos, embarazadas, civiles ni armados. Estas son las secuelas que nos deja la guerra, donde una clase minoritaria adicta al poder “aporta” el armamento y observa cómodamente la destrucción, mientras que las mayorías desfavorecidas combaten por intereses ajenos para que posteriormente sus seres amados busquen sus cuerpos y lloren sus tumbas. ¿Realmente es necesario? ¿Debemos dejar nuevas clases de historias de horror para memorizar, recitar y sufrir a futuras generaciones?

Coincidiremos en que es un precio muy alto por pagar. Sin embargo y sorprendentemente, hemos retrocedido a esa realidad de represión y muerte luego de haber roto cadenas de antiguas opresiones, que quizás jamás superamos. Por lo tanto, nos queda la tarea de vencer a la dominación y a la violencia, pero sin recurrir a ellas.

Me niego a admitir la insolente idea de que pueblo tras pueblo deba caer de una élite militarista a la tortura de una ruina bélica; por el contrario, creo que la verdad sin armas y el amor incondicional tendrán la última palabra. Liberemos nuestros corazones de las dolencias de temores y servidumbres y no seamos indiferentes ante el caos de una auténtica civilización que lucha por superarse en todos los lugares del mundo.

Aún nos quedan las acciones para la libertad y la ternura; para la justicia y la belleza; para la imaginación y la utopía. Creo que todavía hoy, en medio de ráfagas y el mortal sonido de las balas, no hay que perder la esperanza de un mañana más brillante. Pues ni el fuego de la guerra, ni las leyes, ni las normas, purificarán el aire que respiramos, pero puede que lo haga la tranquilidad de construir día con día un presente más humano.

En memoria de todas las vidas cruelmente arrebatadas.

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