Daniela Piedra Carrión
La era de la comunicación digital ha conectado y difundido información a nivel local, nacional y mundial de maneras nunca antes vistas. Ahora es muy sencillo utilizar el teléfono para estar al día o ver en vivo la guerra entre Israel y Gaza, así como mirar el asesinato de un fiscal en Guayaquil o cómo un joven llorando, se lastima el pecho intentando borrarse un tatuaje mientras es obligado a cantar. Toda esta información con imágenes y videos explícitos que generalmente muestran escenarios de violencia y mucho dolor.
Este comportamiento de la comunicación alimenta en el imaginario de la gente la desensibilización y normalización de la violencia, haciendo que la sociedad vea estos actos como parte inevitable de la vida cotidiana.
Además, el contenido se reproduce sin mayor contexto y distorsiona la percepción de la realidad, llevando a posibles malas interpretaciones y contribuir a la formación de estereotipos y generalizando a un grupo o situación sin comprender su complejidad. Esto da lugar a la simplificación excesiva y a menudo injusta de eventos y personas.
También, mirar este contenido influye en la opinión pública de manera sesgada y promueve narrativas que están cargadas de mucha ira. Las interacciones y el debate entre personas se convierten en discusiones agresivas que continúan perpetuando relaciones hostiles y violentas. Quienes consumen este contenido, pueden centrarse en la emoción instantánea en lugar de comprender el panorama general.
Estas y otras características son las que se están implantando en el día a día de nuestras relaciones sociales. Es por esto, que es momento de conversar y repensar acerca del uso ético y constructivo de las redes sociales y contenido digital. La difusión y viralización de imágenes, videos y discursos violentos influye directamente en el ambiente social que buscamos construir para nosotros, nuestras familias y nuestra comunidad.