Cesar el conflicto político es un complejo reto por superar en un entorno político, económico y social de profunda crisis; más aún cuando la pandemia por covid difuminó las posibilidades de desarrollo del país.
El presidente Guillermo Lasso llegó al poder en ese contexto. El sentido común diría que seis meses es un tiempo extremadamente corto para que un gobernante ‘resuelva’ los problemas de la patria (gran parte de ellos crónicos). Pero, al menos, se esperaría que la gente logre identificar y empiece a sentir cambios en la dirección que la calidad de vida de la gran masa poblacional demanda con urgencia en los temas que ‘le tocan la piel’: seguridad, empleo, salud, educación, seguridad social, economía familiar, vivienda, violencia social; entre otros.
Según varios estudios de opinión, ese horizonte y esos cambios esperados aún no son percibidos por el ciudadano ‘de a pie’. Parecería que los mensajes de mayor impacto emitidos desde Carondelet giran alrededor del conflicto político con opositores y sectores sociales en actitud de reclamo.
Mientras el ecuatoriano está tratando de superar los efectos pandémicos, encontrar alternativas económicas para su familia y hasta procurando retomar actividades sociales de ocio y diversión, su consciencia política colectiva parecería alcanzar a advertir principalmente los mensajes de conflictividad.
Resumiendo: la gente no percibe un cambio porque todavía no tiene evidencia concreta de una mejora en su calidad de vida; la protesta social que de aquello se desprende mantiene a Lasso en la cancha del conflicto político. En consecuencia, la imagen de mayor impacto que el Presidente proyecta en la población gira principalmente alrededor de la confrontación con opositores y líderes sociales.
En este escenario y con esos ‘ingredientes’, al Primer Mandatario se le hace apremiante realizar una transición en la construcción de su imagen (y de su enfoque de gestión): archivar el conflicto y dejar salir al líder que guíe al país hacia la solución de sus problemas.