Zaruma

Es increíble cómo las autoridades de la ciudad de Zaruma han organizado el mejor espectáculo de demolición, implosión y derribo de casas para una serie de secuencias cinematográficas que cuentan la historia del fin del mundo, desde una pequeña ciudad enclavada en las estribaciones andinas.

Sí, lo que hemos visto en los noticiarios y los medios sociales no tiene nada que ver con las galerías de la minería, tampoco con la desidia de los políticos de turno y mucho menos con la indiferencia de los ciudadanos, que no tomaron medidas drásticas, y pensaron que con la denuncia bastaba.

Todo lo que sucede es un montaje de ficción, producido y escrito por una serie de inversionistas legales, ilegales, ocasionales y permanentes, que con todo el oro que han sacado de las entrañas de la tierra zarumeña, se han permitido demoler casas, generar cráteres y hacer que la tierra se trague lentamente al casco patrimonial de la primera ciudad donde se producían bebidas gaseosas, para competir con el estreno del multiverso arácnido de Marvel.

Y es que todo lo que hemos visto en nuestros teléfonos celulares ha conmocionado a todo el país, y es lo que los productores querían, pues de esta manera nos hicieron “spoilers” de Zaruma, el fin del mundo, una historia de corrupción, ambición y daño ecológico.

Luego de la filmación y la documentación en tantos celulares, los inversores devolverán la ciudad tal como la encontraron, y estos sucesos serán solo anécdotas que se contarán de generación en generación.

Los hechos acaecidos en Zaruma no difieren de las películas de Hollywood y tampoco de las series fantásticas de la televisión, y por ello, para muchos no son más que competencia con las imágenes creadas por la ficción, pero no, son reales y muestran cómo la ambición devora la propia casa donde vivimos.

No es necesario hacer metáforas sobre cómo dañamos nuestras ciudades por el deseo de poder y riqueza. Zaruma se ha convertido en el símbolo de cómo podemos acabar con una urbe, al estilo bíblico, pero esta vez, los ángeles de Dios no son los que hacen justicia, sino la propia naturaleza.

Y lo peor es que no hay soluciones íntegras, sino solo parches, porque los mineros siguen taladrando bajo los pies de sus propias familias.