… y recibimos menos

Matías Dávila

Matías Dávila

Tuve la oportunidad de trabajar en la Amazonía durante un año. En una ocasión, fui a una población muy pero muy alejada. Tuvimos que viajar por carretera y por río. Cuando finalmente llegamos, yo tenía que dar un pequeño taller a la comunidad. Iba con un intérprete. Al llegar vi a muchas niñas de la comunidad —que a duras penas llegaban a los quince años— embarazadas o con por lo menos dos hijos pequeños. Le dije al intérprete que más importante que lo que yo tenía para decirles era tal vez una clase de educación sexual y algún método anticonceptivo. El hombre me quedó viendo y de forma enérgica me dijo: “No, eso no vamos a decir porque no es parte de su cultura”. Me explicó que en esa comunidad, en una escala del uno al diez, siendo diez lo máximo, un hombre vale diez, un animal vale cinco y una mujer vale dos. Me dijo que la costumbre era frotar los penes de los adultos en las vaginas de las niñas, sin penetrarlas hasta que no menstrúen por primera vez. Una vez que lo hubiera hecho, empezaban inmediatamente su vida sexual.

¿Qué cree usted que necesitaba esa comunidad prioritariamente? Tal vez usted comparta el criterio conmigo. Pero, ¿qué creen ellos que necesitan prioritariamente? Ahí está el tema. 

Desde nuestra educación, desde nuestras necesidades (objetivas o no) y desde nuestros valores, nosotros podemos creer que necesitamos algo, pero desde la visión de muchos políticos y planificadores, lo que ellos creen que necesitamos es algo diferente. 

Que pena que en este país todavía existan necesidades básicas no resueltas. Que pena me da escuchar a las personas decir que lo único que le piden al próximo presidente es que no robe. Ellos, los políticos, nos acostumbraron a lo básico. Cualquiera que nos de un puente, un dispensario médico o una escuela unidocente, y además se demuestre que no nos robó, vendría a convertirse en un héroe nacional.  Pedimos lo básico, y lo paradójico es que aún así, recibimos menos.