¿Víctima o victimario?

Rosalía Arteaga Serrano

La Amazonía continental es motivo de interés y de atención de manera recurrente. La gran diversidad que es parte de su territorio, la enormidad de su cuenca hidrográfica, el haber sido considerada durante mucho tiempo como el pulmón del planeta, y más recientemente como la gran modificadora del clima de este, son parte de esa atención que concita.

Son siete millones y medio de kilómetros cuadrados de bioma amazónico. Desde las naves espaciales y los satélites que toman fotografías del planeta es la mancha verde más visible, siendo el bosque tropical continuo más grande de la Tierra. Por otro lado, y a pesar de que muchos pretenden ignorarlo, la Amazonía no es un territorio vacío, ya que en él moran una serie de pueblos, unos denominados ‘originarios’ y otros que se han establecido a lo largo de los tiempos.

En todo caso, las discusiones y las inquietudes más acaloradas tienen que ver con el rol que juega la región para el clima del mundo. Para unos aparece como uno de los grandes culpables por los procesos de deforestación, por la ampliación de la frontera agrícola, por la codicia que despiertan sus yacimientos petrolíferos y minerales. Para otros la Amazonía es la gran víctima, porque las consecuencias del cambio climático, que no son, en gran medida, imputables a lo que se hace en su territorio, están produciendo presiones enormes sobre la zona, que indudablemente corre un peligro enorme y un riesgo de sabanización y hasta desertificación que muchos estiman inminente.

De ahí la gran paradoja: ¿es la Amazonía víctima del cambio climático o coadyuva a que este se dé? Probablemente en las dos apreciaciones haya algo de verdad. No podemos negar los efectos que se producen por la acción de los seres humanos en los diversos lugares del planeta, la utilización de los combustibles fósiles, el peso poblacional sobre la tierra, pero tampoco puede negarse que la urbanización, la extensión de la frontera agrícola, la explotación de los minerales y del petróleo, también inciden en su mayor deterioro.

Por ello, para una comprensión y acción mejor sobre la zona, los gobiernos de los países que forman parte de la cuenca amazónica deben tomar en cuenta todos los riesgos, todas las implicaciones, para asumir con responsabilidad la parte que les toca en el desafío de preservar y al mismo tiempo preocuparse por los pueblos que en ella habitan.