Vicepresidentes: ¿conspiradores a sueldo?

Ugo Stornaiolo

La frase, del cinco veces presidente Velasco Ibarra, cobra vigencia por la decisión del presidente Daniel Noboa de alejar a su binomio, Verónica Abad, y enviarla a Tel Aviv, a “velar por la paz en el Medio Oriente”. Según la actual constitución, el vicepresidente reemplaza al presidente por “ausencia temporal o definitiva” y “cumple las funciones que el primer mandatario le asigne”. La historia demuestra que el papel de los segundos mandatarios no ha sido claro.

Velasco definió así a su vicepresidente Carlos Julio Arosemena, quien participó en un intento de derrocarlo en 1962, por lo que el mandatario ordenó su prisión. La figura de Arosemena cobró notoriedad cuando -según versiones- fue depuesto por los militares con la ayuda de la CIA estadounidense, en 1963.

En 1968 volvió Velasco a la Presidencia. Se votaba por presidente y vicepresidente en papeletas separadas. Así llegó a la segunda magistratura Jorge Zavala Baquerizo, incomodando al presidente. Velasco se declaró dictador, posibilitando el golpe militar y su caída en 1972.

En 1979 el binomio Roldós-Hurtado llegó a la presidencia. La muerte de Jaime en mayo de 1981 hizo que Hurtado asuma la Presidencia. El congreso nombró al hermano del fallecido, León Roldós, como vicepresidente, que nunca tuvo una buena relación con Hurtado. Hubo teorías conspirativas sobre la participación del líder democristiano en la muerte de su antecesor.

El 16 de enero de 1997 fue secuestrado en Taura el presidente León Febres Cordero. En las horas posteriores, el vicepresidente Blasco Peñaherrera fue acusado de querer asumir el mando. Desde entonces a Blasco se lo motejó como “serrucho”.

Alberto Dahik, el poderoso vicepresidente de Sixto Durán Ballén, fue perseguido por el expresidente Febres Cordero. Renunció y escapó a Costa Rica por el caso gastos reservados. Luego llegó a la segunda magistratura Rosalía Arteaga, presidenta por dos días, tras la caída de Abdalá Bucaram, acusada de conspirar contra el “loco que ama”. No hay que olvidar la discrepancia entre Lucio Gutiérrez y su binomio y sucesor, Alfredo Palacio.

La caída y sucesión de cuatro vicepresidentes entre 2017 y 2020 -Glas, Vicuña, Sonnenholzner y Muñoz- en el gobierno de Lenín Moreno (un traidor, según su ex binomio, Correa) muestra que la vicepresidencia es una piedra en el zapato, ratificada por la insulsa actuación del anterior segundo mandatario, Alfredo Borrero, y confirma que la figura de la vicepresidencia no da para más. Urge una reforma para eliminarla.