Tan renqueantes como hace treinta años

Alejandro Querejeta Barceló
Alejandro Querejeta Barceló

Todos queremos que se luche contra la pobreza y la miseria, que se elimine la delincuencia, que los derechos humanos prevalezcan en las cárceles, es cierto, pero también en los servicios de salud y educación, por sólo enumerar unas pocas demandas sociales y económicas. Sin embargo, a la hora de poner en práctica políticas económicas y sociales que lo viabilicen, echamos mano sin demora a “la fórmula de la felicidad de los tres monitos”.

Unos cierran los ojos, otros se tapan los oídos y los más hacen lo mismo con la boca. Parejamente hablan de cierta etapa gloriosa del pasado en la que la corrupción y el despilfarro hicieron de las suyas, mientras se incubaba, florecía y crecía pantagruélicamente la crisis. Sus líderes de entonces, para colmo, hoy son “oprimidos” que defienden ideales, y no opresores que buscan amasar más poder y generar más ruina a la mayoría absoluta de ecuatorianos.

En nuestro Estado, alrededor de estos temas, libran una pelea absurda los poderes e instituciones que lo forman. Sus cabezas visibles generan en los suyos un sentimiento de humillación permanente: “ellos” nos desprecian, nos insultan, nos atacan, nos obstaculizan, nos quieren ver fracasar. Siempre “ellos”, nunca un “nosotros” en cuanto a la responsabilidad real de cada uno. Es urgente volver a escuchar al otro y a debatir entre todos.

La inestabilidad, la ruptura de las reglas de juego y la inseguridad jurídica están a la orden del día. No pocos tuvimos la ilusión de haber superado tantas y perjudiciales taras. Nos hicimos ilusiones imaginando la posibilidad de transformar nuestra realidad. La democracia no elimina necesariamente los conflictos, antes bien los reconoce y permite que se expresen, pero la democracia ecuatoriana sigue tan renqueante como hace treinta años.

El consenso genera estabilidad y la estabilidad impulsa el crecimiento económico y la armonía social. Si no se consigue, se acentuará la decadencia. Los prejuicios manifiestos impulsan a los movimientos populistas de todo color e ideología, todos ellos abundantes en promesas para hacer viables esas promesas, tanto en lo humano como en lo financiero.

Nos conducen a construir con espejismos sobre el vacío.