Sin dios ni ley

Manuel Castro M.

La realidad social, jurídica, política, en el Ecuador no se puede ocultar. No hay que poner demasiadas esperanzas en los resultados electorales. Los políticos triunfadores, no impulsarán o lograrán cambios positivos fundamentales en el Ecuador. Dos herencias nefastas del correísmo: la Constitución de 2008 que no es una ley suprema, cuya consecuencia es el caos legal de las tres funciones o cinco que imperan en el Ecuador. Jueces inferiores que dictan resoluciones constitucionales. Ausencia definitiva de amparo del ciudadano para ejercer sus derechos. Falta de una Corte Suprema de última instancia. Corte Constitucional que se convierte en juez supremo de todos los actos públicos y privados; la otra herencia: la eliminación de un propósito ético en el arte de gobernar, el resultado es que frente al saqueo la impunidad se impone, pues el mal ejemplo es contagioso, es el cinismo populista .

Se dice que la política es el arte de lo posible. Esta afirmación ha servido, lo dice Borges y es cierto, para justificar y ocultar toda clase de tropelías. El fascismo y el comunismo, luego de que entusiasmaron por una forma de fraternidad universal, terminaron en el despotismo soviético y un trágico final con Mussolini. Hoy el populismo, con rezagos de marxismo, triunfa a pesar de su rotundo fracaso que tiene en la miseria y opresión a muchas naciones.

Nuestros políticos deben afrontar la realidad, el país es ingobernable por su esquema casi ilegal: La autoridad máxima puede ser cuestionada por cualquiera y destituida por la Asamblea con 92 votos, la cual puede ser destituida con la novelera “muerte cruzada”; las autoridades de control no funcionan; el narcotráfico tiene en su mira captar la justicia. La inseguridad es resultado de los éxitos del crimen organizado, con la circunstancia que la conciencia ética quiere desaparecer, pues se propugna la violencia, el crimen y poseer muertos a su favor.

El peligro es que marchamos hacia un estado totalitario, de no ser razonables, cuando se quiere cambiar la historia, la tradición, los derechos fundamentales, a pretexto de revoluciones inicialmente democráticas.