Reflexiones navideñas

Pablo Granja

En años recientes se reunieron algunos líderes espirituales que representaban distintas corrientes religiosas y filosóficas, con el propósito de conversar acerca de la Religión y la Paz entre los pueblos. Leonardo Boff, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación ahí presente, le preguntó al Dalai Lama cuál era la mejor religión. Con mucha serenidad le respondió:

“La mejor religión es la que te aproxima más a Dios, al Infinito. Es aquella que te hace mejor. Es aquella que te hace más comprensivo, más sensible, más desapegado, más amoroso, más humanitario, más responsable, más ético… La religión que consiga hacer eso de ti es la mejor religión”.

El mundo occidental y cristiano se apresta a conmemorar el hecho más importante de su liturgia: el nacimiento de Jesús, hijo encarnado de Dios, anunciado por el Espíritu Santo, que juntos constituyen la Trinidad venerada; dogma que a algunos nos es difícil de entender.

Independientemente de profesar cualquier creencia religiosa, o inclusive ninguna, parecería que en el mundo entero nos hemos acostumbrado a desestimar los mensajes que nos han sido legados desde el pasado mediante parábolas, alegorías, fábulas, metáforas, relatos, leyendas y cuentos. Los excesos, errores y perversiones cometidos por quienes están llamados a ser guías y mensajeros, han aportado para que el vacío espiritual sea cooptado por prácticas mundanas.

Es el caso de la Navidad que se ha convertido en el asalto voraz a tiendas y boutiques, para poder demostrar y demostrarnos cuán generosos podemos llegar a ser, aún a costa de quedar endeudados por el pago diferido a seis o doce meses. El nacimiento del Hijo de Dios en las condiciones más extremas se ha convertido en un recuerdo bíblico fugaz, soslayando un mensaje  lleno de significado, fuerte: el de la humildad que debe reinar siempre en nuestros corazones.

No es necesario ser católico ni apostólico ni romano, para conmoverse con la miseria que rodea las vitrinas tan bien iluminadas, tan bellamente adornadas, para exhibir prendas tan elegantemente diseñadas, juguetes tan llamativamente elaborados, o viandas y dulces tan prometedoramente deliciosos. La celebración se ha convertido en un agravio a la pobreza, y ya no se celebra el nacimiento de la humildad sino el entierro de la solidaridad.

Todos necesitamos un remezón de vez en cuando; y, al margen del dogma y de la fe, esta es una fecha apropiada para revisar no el saldo de nuestros presupuestos para la compra, sino para rescatar lo que tenemos para compartir en solidaridad y afecto; para propiciar encuentros y compartir alegrías y nostalgias.

¡Que el significado de la Navidad nos llegue a todos, creyentes o no, y que en el próximo año se inicie una era de prosperidad que el país tanto necesita!

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