Quito eterno

Frente a la tragedia del aluvión en La Gasca parece que los quiteños han recuperado su identidad, de pueblo valiente, solidario y constructivo. Conmueve hasta las lágrimas ver a un pueblo, sin distinciones sociales, sufrir la suerte de sus vecinos y hermanos, generosamente ofrecer su contingente personal y material para ayudar a sus coterráneos en desgracia. Gente de los mercados, policías, bomberos, sencillos ciudadanos con pala en mano coadyuvan a superar la tragedia. Se siente a Quito como una comunidad, como una familia a la que nada de sus hermanos le es ajeno.

Últimamente se ha calificado a los quiteños de indiferentes, egoístas, desobedientes, pero surge una vieja verdad; como dice Octavio Paz: “Cada hombre oculta un desconocido”. El tiempo ha revelado que el quiteño ha vuelto a su rol histórico de cuna de la nacionalidad y paladín de las libertades y de la justicia. Es el Quito de la Revolución de las Alcabalas, de la Revolución de los Barrios, del 10 de Agosto de 1809, del sacrificio del 2 de Agosto de 1810.

Esperemos que esta nueva revolución quiteña se mantenga. Quito es cuna o asiento de ilustres personajes: Atahualpa, Rumiñahui, González Suárez, Velasco Ibarra, Camilo Ponce, Galo Plaza, Carrera Andrade, Guayasamín, Jorge Icaza, Aurelio Espinosa P., Raúl Andrade y cien más entre grandes pensadores, pintores y escultores, que la han convertido en Patrimonio de la Humanidad.

Además, la mujer quiteña ha sido la mentora de la grandeza de la ciudad. Manuela Espejo, Manuela Cañizares, Manuela Sáenz, destacan por sus virtudes cívicas, por su talento, por su pasión por la libertad y entrega a las más nobles causas. Hoy se llora a una mujer admirable: la doctora Isabel Robalino, mujer símbolo de la lucha por la justicia laboral y social.

También han existido quienes han intentado destruirla o menospreciarla, pero no han podido, pues el corazón de los ecuatorianos es quiteño, así no hayan nacido en esta ciudad o como dice un ocurrido: “Aquí fui ensamblado”. El alma está donde vive no donde mora, que es la verdadera carta de ciudadanía.

Que no pare su renovada identidad y purifique su destino.