Contenidos como envases

Pablo Escandón Montenegro

¿Quiénes son los líderes de opinión en estos momentos de cultura ‘snack’, como dice Carlos Scolari? ¿A quiénes recurren los usuarios de redes para conocer sobre algo o alguien? ¿Por qué ahora las granjas de influencers son la tendencia?

No necesitamos más preguntas ni responderlas. Allí está el circuito de la información y la opinión, no necesariamente bien fundamentada, pero esos son los espacios a los cuales nuestras nuevas generaciones recurren para saber más del mundo; pero no del mundo global ni de los temas sociales de importancia para estos momentos, sino de aquellos temas instantáneos e insípidos como son la mayoría de estos actores de la fugacidad algorítmica.

Si bien es importante conocer cómo se desarrollan estos nuevos-viejos integrantes del ciclo de la información rápida, no menos necesario es contextualizar sus ascensos, luchas, peleas, beneficios y debilidades, tanto para una marca como para un contenido, incluso para una candidatura, pues en estos tiempos muchos se ponen la piel del influencer y quieren parecer cotidianos tribales de ciudad, pero el traje les es completamente ajeno.

Ser un buen influencer o ‘foodie’ de redes no es simple ni tampoco es cosa menor en el mundo viralizado de los medios sociales; mucho menos es tan sencillo como abrir cajas, fundas o solo ponerse a comer, maquillarse o beber, todo frente a una cámara o a un celular para “generar contenido”. Se requiere conocimiento, habilidad para comunicar y algo esencial: diferenciarse de lo que informa a su comunidad de seguidores. Allí está el detalle, como lo dice eternamente Cantinflas.

Ser tendencia en el mundo algorítmico para un segmento poblacional en espacios digitales es tan fácil como solo arrimarse a la canción de moda, al efecto o filtro o a la coreografía que todos repiten. Ser un líder, lideresa o paradigma de estas huestes digitales va más allá de eso, se requiere que el actor o actriz sea auténtico, que su contenido sea bien fundamentado y no solo sea un reporte de lo que se puede y no se puede hacer, como una guía; un buen influencer o foodie no te dice dónde y qué comer o hacer, refiere, compara, cuenta el proceso, experimenta, prueba y hace una conclusión, es decir, su vida es parte de esa cultura y no solo es una etiqueta.

En redes hay muchas niñas alajitas llenas de filtros que prueban cafés descafeinados con leche semidescremada o de coco; niños de gimnasio que no tiene la habilidad de cambiar una llanta pero recomiendan automóviles; personas maduras que hacen bailes o grupos de empleados que simulan escenas cómicas para atraer clientes…

Todo eso es cultura snack, como bien lo anota Carlos Scolari, un contenido rápido y efímero que se perderá en el tiempo. Pero no hay como aquellos verdaderos líderes de opinión que influyen en nuestra vida con la recomendación de buen libro porque lo leyeron y lo sufrieron o lo disfrutaron, de aquella persona que cocina y cuenta su experiencia al comerla, de aquellos viajeros que indican cómo solucionaron su problema con los pasajes… Eso no se pierde en el tiempo, pues esos relatos son auténticos y no creados por un copy que necesita mostrar el producto.

Los verdaderos referentes son quienes viven dentro de una cultura y nunca dejan de ser tendencia. No son influencers ni foodies porque no fueron a un curso para aprender, sino que viven a diario esa realidad. Ellos son los verdaderos líderes de opinión cotidiana a los que debemos potenciar en nuestras burbujas para cambiar la generación de contenidos fugaces e inservibles como los envases desechables.