Aves grandes

Pablo Escandón Montenegro

Conocoto es un sector donde podemos hallar bandadas de huirachuros, esas aves amarillas y negras que se juntan entre tres o cuatro y parecería que son limones grandes que pasan de árbol en árbol, pero también hay temporadas de anidación de aves más grandes.

Gavilanes o halcones, no sé bien qué ave es, pero periódicamente se mueven entre dos: madre y polluelo; el pequeño avechucho que tiene ya una envergadura amplia, vuela graznando, como si avisara que está aprendiendo y llama a su madre para que lo ubique por si algo pasara.

Las mañanas y las tardes, el rapazuelo se la pasa chillando y aprendiendo a volar: sortea los edificios y las construcciones inacabadas de mi sector y gobierna los altos y añosos eucaliptos en donde tiene su nido.

Días más tarde ya se podrá ver a la pareja de aves rapaces en vuelos coordinados, una detrás de otra, en piruetas y giros, vuelos rasantes y descansos en los afeizares de los edificios: para que las admiremos y notemos su majestuosidad.

Estas aves son vecinas naturales y ancestrales de quienes venimos a urbanizar estos bosques, y debería existir un monitoreo por parte de alguna agencia o entidad para preservar la habitabilidad de estas especies, pues aquí nacen sus polluelos y les enseñan a volar.

Las aves de Quito deben ser conservadas y protegidas de nosotros, de nuestras construcciones y hábitos que dañan y modifican su entorno. Por lo menos debería existir un censo y seguimiento de estos pobladores.

Cada año, frente a mi edificio, he visto a esta ave, no sé si será la misma, pero repiten rutinas, chillidos y vuelos. Son vecinas que nos alimentan el espíritu y deberían ser protegidas.