Nuestro pecado original político

Por: Carlos Freile

Entre 1830, cuando salimos de Colombia, y 1860 se dieron en nuestro país algo más de 90 cuartelazos, la mayoría sin éxito; todos ellos no solo provocaban zozobra en los gobernantes, sino problemas económicos recurrentes cuyas principales víctimas eran los pobres, sujetos también a los abusos de los insurrectos. Este cáncer, con menor número de “revoluciones”, duró hasta inicios del siglo XX, con la llamada “Revolución de Concha” contra Plaza. El liberalismo logró superar esta herencia maldita, en parte por la profesionalización del Ejército, en parte por llegar a acuerdos con los altos jefes, afines en ideología. El liberalismo evitó durante algunas décadas el problema de la ingobernabilidad mediante el fraude electoral: no solo se elegía con trampa al presidente de la República sino a los miembros del Congreso, casi todos del mismo partido o simpatizantes. Cuando en alguna ocasión, después de la Revolución Juliana, el presidente no contó con mayoría controlable, le fue imposible gobernar.

Superada la ominosa época de los fraudes electorales, ha sido continua y despiadada la oposición de los congresos al poder Ejecutivo, por ello este se veía obligado a concesiones y pactos para llevar adelante sus proyectos. Se dieron un par de excepciones, la más notoria la del correato, pues valiéndose de triquiñuelas ilegales con complicidades mañosas logró una asamblea sumisa, sin descontar posibles fraudes electorales a la manera anterior. La tónica ha sido la labor obstruccionista de los antes congresistas y ahora asambleístas.

Esta ha sido nuestra historia. Llaman por eso la atención los clamores al cielo de quienes siempre han pactado frente a supuestos amarres no probados. Si quienes se rasgan las vestiduras no hubieran pactado antes y en la coyuntura actual hubiesen tratado de poner el hombro para la salvación del país, tendrían derecho a reclamar, mientras tanto solo queda resucitar para ellos el mote de “sepultureros de la Patria”, resaltando su hipocresía. Cuando el barco se hunde solo los criminales más abyectos sabotean el salvamento.