Nuestra isla grande

Tras llegar a Sudamérica en el siglo XVI, los imperios español y portugués tuvieron muy claro, al cabo de poco tiempo, lo que habían encontrado: una gigantesca isla, muy poco poblada, con abundantes recursos y muy fácil de defender, cuya exuberancia envilecía rápidamente a las personas de carácter torcido pero cuya sana distancia con respecto al resto del mundo garantizaba una vida próspera y cultivada a quienes solo anhelaban paz. Por eso, durante casi tres siglos, los ibéricos mantuvieron, con tanto éxito y con tanto celo, Sudamérica cerrada al mundo.

Ahora que el mundo comienza a enfrentar un repliegue acelerado de la globalización —que obedece a comprensibles motivos demográficos, energéticos y ambientales más a que falta de “racionalidad”— y que un futuro sombrío vuelve a cernirse sobre la gran masa euroasiática, resulta útil para los sudamericanos desempolvar las conclusiones de aquellos viejos análisis geográficos y geopolíticos que se hacían en siglos pasados, y que cayeron en el olvido hace unas décadas, cuando nos creímos ese mito de que el territorio había dejado de importar y que al mundo le esperaba apenas un futuro basado en el comercio, la información y la gobernanza global.

Sudamérica no es lo mismo hoy que hace dos siglos. Hay un mercado de más de cuatrocientos millones de personas que hablan prácticamente el mismo idioma —en su mayoría jóvenes y con necesidad de trabajar—, con abundantes reservas de energía y de minerales que ni siquiera sabíamos que teníamos, y cantidades prácticamente inagotables de agua y suelo fértil. En las últimas décadas hemos recibido mayor transferencia de conocimiento y tecnología que nunca antes en nuestra historia. Si se precipitan crisis globales extremas —sea por el clima o sea por la guerra— sufriremos como todos, pero lo más probable es que salgamos mejor librados que aquellos lugares densamente poblados, energéticamente sedientos, culturalmente fracturados y demográficamente envejecidos de más allá de los océanos.

El mundo está entrando en un momento difícil y, si bien la solidaridad siempre es importante, hay que saber separar los problemas propios de los ajenos. Sudamérica es, afortunadamente en estos tiempos, una isla alejada del polvorín.