No es Quito, sino Ecuador

Se supone que Quito está en crisis. Tanto se insiste en ello que la supuesta decadencia de la capital ya se da por sentado. Parte fundamental de ese lamento es añorar un supuesto pasado de pujanza y civilidad en el que, según el mito, los quiteños habitaban una ciudad segura, próspera y optimista. Ese discurso de reivindicación apela también a la naturaleza supuestamente contestataria y rebelde de la quiteñidad, e insta  a los capitalinos a levantarse contra sus malos gobernantes y exigir que les devuelvan esa calidad de vida que les corresponde.

Mientras insistamos en rumiar ese mito, la crisis continuará indefinidamente, porque nada sostenible se puede construir sobre mentiras. La abominación en la que se ha convertido Quito no es producto de malos alcaldes, ni de falta de civismo ni de  los otros disparates que esgrimen los políticos, sino del modelo del Estado ecuatoriano en sí. La capital actual es el tumor supremo que pone en evidencia toda la enfermedad del Ecuador como organismo.

El área metropolitana de Quito ha triplicado su población en apenas un par de décadas. El resultado es tres millones de almas enclavadas a casi tres mil metros de altura, en medio de una topografía absolutamente desfavorable que todo lo complica y encarece. Semejante aberración es posible gracias a la energía subsidiada que permite alimentar al engendro, a servicios básicos también subsidiados y, sobre todo, a la fiebre burocrática producto de un modelo centralista inmoral que concentra en Quito los recursos que se generan en otros rincones del país.

Mientras Ecuador tenga un régimen laboral asfixiante que hace que el trabajo en la burocracia sea tan tentador, un modelo de Estado unitario que concentre la riqueza del extractivismo en la capital y energía subsidiada que permita operar a un monstruo de cien kilómetros de largo en los Andes, la ciudad seguirá creciendo, de manera cada vez más caótica.

La “quiteñidad” murió, afortunadamente, hace sesenta años ahogada en una capital de migrantes. No se puede resolver los problemas de Quito sin resolver antes los problemas de Ecuador. Si no, este Quito solo se desvanecerá cuando la riqueza y el modelo del que vive se agoten, como se desvanecen los parásitos cuando muere su huésped.

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