Llanto de Carapaz

En sus polémicas declaraciones, el campeón olímpico Richard Carapaz no se lamentó, reclamó ni suplicó nada. Apenas llevó a cabo la constatación factual de que no había recibido apoyo del Estado ecuatoriano. No mintió, en tanto se ha formado principalmente gracias a la inversión privada en Colombia y en Europa. Además, en un país como Ecuador en el que denigrar a la propia cultura y a los propios compatriotas no es algo mal visto, sino signo de educación y excelencia, su comentario le valió aún más apoyo.

Con la misma ecuanimidad del campeón, los ecuatorianos deberíamos analizar la absurda obsesión que tenemos por el ‘apoyo gubernamental’ al deporte de competencia. Un Estado como el ecuatoriano no puede ni debe estar despilfarrando recursos en caprichos. El deporte competitivo internacional es una creación, una herramienta propagandística más, del Estado moderno del XIX y su fijación por el poder, el ‘vigor’.

Las dictaduras totalitarias inauguraron luego la enfermiza inversión masiva, de dinero y de gente, en el deporte de competencia solo para enaltecer la imagen del régimen. De ahí, a finales del XX, las grandes empresas multinacionales aprovecharon el fanatismo deportivo que la competencia entre Estados había creado. Efectivamente, el deporte profesional hoy es una industria perfectamente sostenible y rentable, mantenida por empresas y aficionados. Por ejemplo, el fútbol, al que todo el mundo ahora parece odiar, no le mete la mano en el bolsillo a nadie.

Está bien levantar infraestructura que permita masificar el deporte y mejorar la calidad de vida de la gente, pero creer que el Estado debe destinar recursos públicos a competidores internacionales es absurdo. ¿Por qué? ¿Para ‘engrandecer’ al Estado, como cualquier dictadura? ¿Por qué la lucha de un competidor amerita más apoyo que la gesta diaria de cualquier otro compatriota? ¿En qué cambian las medallas internacionales el bienestar del país?

Tras el ‘apoyo’ gubernamental al deportista de competencia yace apenas el vil intento del Estado de instrumentalizar al deporte para su propio beneficio. Eso no puede ser. Tal y como lo demuestra Carapaz, el competidor debe surgir de y gracias a su propia comunidad deportiva. El dinero público tiene usos más urgentes.