Lasso: va un año y su gobierno no despega

En su tercer intento, Guillermo Lasso alcanzó la presidencia, por la que trabajó y se preparó desde 2010, cuando formó CREO, enfrentándose en 2013 a la maquinaria correísta, perdiendo en primera vuelta y en 2017 cuando lo volvió a intentar y fue derrotado con fraude por Lenin Moreno, entonces alfil del correísmo.

En la tercera ocasión, Lasso -aliado con los socialcristianos- no solo afrontó al correísmo, encabezado por Arauz, sino a quince candidatos más, de varias tendencias, que marcaron su presencia, destacándose Yaku Pérez (de la facción anticorreísta de la Conaie) y Xavier Hervas, que resucitó a la Izquierda Democrática.

Un año después, Lasso sigue sin encontrar el rumbo. Tras su exitosa campaña de vacunación, solo pasos en falso ante adversarios que buscan su desestabilización. Entre ellos, sus antes aliados socialcristianos junto al correísmo y rebeldes de Pachakutik y de la ID que consolidaron en la Asamblea un poder paralelo. Quieren captar el Legislativo y el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social para colocar funcionarios afines y lograr la impunidad de Correa y sus aliados; luego, ¿la remoción del mandatario?

Al margen de estos problemas, Lasso enfrenta otros desafíos: la crisis de la salud pública (la vacunación fue uno de sus pocos éxitos), el desempleo, la inseguridad, las masacres carcelarias que no paran y las bandas del narcotráfico causando terror, sumado a su poco tacto político, unos asesores ineficientes y políticas erráticas que lo tienen contra las cuerdas. Los analistas sostienen que Lasso carece de inteligencia (militar, de seguridad y política). Otros creen que su entorno le tapa el bosque con un árbol.

Se creía que trece años de preparación servirían para un cambio. Al contrario, Lasso vive una situación anodina, con desaciertos en materia de seguridad y en la lucha contra la delincuencia, así como un nulo muñequeo político, a cargo de sus operadores, poco aptos frente a una estructura -el correísmo- intacta, no solo en la Asamblea, sino en mandos medios y bajos de la administración (incluidos rangos ministeriales). La única reforma que pasó en la asamblea fue por el ministerio de la ley. Para poder gobernar hace falta que el Legislativo apruebe leyes, pero el oficialismo nunca tuvo los votos.

A lo anterior se añaden las sospechas de un pacto bajo la mesa con el correísmo, a cambio de gobernabilidad (las evidencias son la fuga de Glas y un tardío pedido de extradición a Correa) que no hacen más que alimentar dudas. Ha pasado un año y “el gobierno del encuentro” no despega ni se encuentra.