La renuncia patriótica ante la codicia impúdica

Pablo Granja

 Como la memoria es frágil, a veces es bueno rescatar algunos hechos que corren el riesgo de ser olvidados. Más aún si las circunstancias se prestan para ello. Durante la ‘década violenta’, hubo la consigna de hacer notar la presencia de un régimen autoritario,  que emprendió en contra de todos los segmentos de la sociedad que no le eran afines, ya sea para perseguir, amedrentar o simplemente para hacer notar su fuerza intimidatoria ‘a lo bestia’, como decimos vulgarmente entre amigotes.

Basta recordar las veces que el presidente detuvo su bien protegida caravana para bajarse de su auto para increpar al más indefenso de los artistas, o para localizar a una señora de edad que le había hecho una mala seña. Y ni qué decir del humilde transportista que en plena época de ‘inocentes’ llevaba un monigote que el presidente consideró ofensivo, por lo que le acusaron de transportar elementos de alta peligrosidad. Y el trato a los indígenas amenazados de que irían a limpiar las casas si se atrevían a marchar hacia Quito. Sí, a estos mismos indígenas que en el paro de junio pasado, junto a su pupilo de los Latin Kings financiaron con una cantidad no muy grande pero sí muy reveladora. También acometió con su iracundia contra maestros, estudiantes, periodistas, ‘gorditas horrorosas’, banqueros, ‘pelucones’, víctimas del terremoto,  organismos internacionales, ONG, oposición, gringos, clase media, ambientalistas, FF. AA.,  Policía, ‘momias cocteleras’, “prensa corrupta”. Sólo se salvaron la nueva burocracia, los revolucionarios del continente, representantes de las empresas chinas, algunos constructores de la obra pública, brokers de seguros y de petróleo.

El acoso se  extendió a empresarios medianos y grandes con reiterados, tediosos e inútiles requerimientos de informes mensuales que obligaba a distraer personal. Si alguien piensa que esto constituía una política coyuntural está equivocado. Esto responde a un método de imponer el desaliento programado de la sociedad para mantenerla subyugada y dependiente del gobierno.  O sabotear la buena marcha de las actividades del gobierno, como lo han hecho durante los dos últimos años, en que de acuerdo a lo informado por el presidente Lasso, la oposición intentó destituirlo por 4 ocasiones; una paralización del país que duró 18 días; sistemático bloqueo legislativo a los proyectos de ley; 1.300 pedidos de informes especiales a entidades del Estado; 300 comparecencias de los ministros a las comisiones legislativas; 14 juicios políticos a los ministros de su Gabinete.

De acuerdo a fuentes ‘generalmente bien informadas’, la consigna era que debían obstruir la acción de un gobierno de corte liberal, y ¡vaya que lo intentaron sin disimulo y sin estética! De acuerdo a recientes declaraciones del economista Correa, para las próximas elecciones legislativas repetirán los mismos cuadros, con lo que nos garantiza que para perseguir sus fines no importa la vergüenza ajena que provocaron semejantes personajes de comportamiento borrascoso. El presidente Lasso debe estar consciente de que si intenta repetir su mandato y si lograra un nuevo triunfo electoral, que luce improbable, la historia sería la misma que él interrumpió con la ‘muerte cruzada’.

En su comparecencia ante la Asamblea, el presidente Guillermo Lasso marcó la gigantesca diferencia que existe entre la sobriedad y el léxico motelero; entre la responsabilidad y la inmundicia arrabalera. Y luego, entre la renuncia patriótica y la codicia impúdica.

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