La paz, alusión cotidiana

Alejandro Querejeta Barceló

Pongamos las cartas sobre la mesa: datos oficiales recientes hablan de una disminución del desempleo y el subempleo. Sin embargo, paradójicamente, el número de personas con empleo inadecuado representa el 60,3% de la Población Económicamente Activa (PEA), y hay 354.324 personas desempleadas, según el Instituto Ecuatoriano de Estadística y Censos (INEC).

Por tanto, hay que buscar las causas del incremento de la delincuencia, en parte, en este propicio y letal caldo de cultivo. En forma paralela, de fuentes oficiales sabemos de los problemas en los sistemas de salud y educación, así como en materia de seguro social. Parecería que estamos abocados a tomar decisiones difíciles para enmendar el rumbo del país.

Es necesario, en materia económica y social concertar una política de Estado a corto, mediano y largo plazos, no importa quién ni qué corriente ideológica ostente el poder, tanto en el Gobierno como en las funciones Legislativa y Judicial. Ninguna fórmula tendrá éxito si no hay una concertación (cara a cara y con franqueza) entre lo público y lo privado, que se sustente en una estrategia realista.

Hay que echar mano a la causalidad y dejar de lado lo que nos aboque la casualidad. La causalidad ordena la vida, ofrece una explicación, indica que los acontecimientos portan alguna coherencia, mientras la casualidad sorprende, intriga, nos deja desarmados. En tiempos de crisis, y los actuales lo son, se espera que los líderes del país estén a la altura de las circunstancias e invoquen la necesidad de acuerdos.

Se requiere construir un escenario de certidumbre. Sin estados capaces, vale recordar una vez más, no hay democracia. La paz, en consecuencia, es aquí un eufemismo. El resentimiento, la pasividad, el individualismo exacerbado, la incultura política, la inexperiencia democrática y el simplismo son sus enemigos históricos. Toca pactar. Se pide unidad, con eso está dicho todo.

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